MUY ALTA FIDELIDAD (primera parte)
MY OWN PRIVATE SOUNDTRACK
Ordenar las canciones que desde mis primeros amores platónicos hasta hoy forman algo así como un soundtrack de las relaciones de mi vida es difícil, porque son demasiadas las canciones que tengo en mi lista, no tanto las relaciones. Así que elijo un orden cronológico para hacer una especie de primer recuento musical.
“Total Eclipse of the Heart” de Bonnie Tyler me recuerda a mi primer novio. Me acuerdo que abrazaba a mi almohada y pensaba en él durante horas estremeciéndome con el recuerdo de alguna palabra o un beso como el que nos dimos una noche de Halloween caminando por la calle a espaldas de mi papá, que cuidaba a mis hermanas (y de paso a mí) mientras iban a pedir caramelos. Ninguno de los dos tenía disfraz y apenas podíamos nos cogíamos de la mano sin que nadie nos viera. En una de nuestras conversaciones él me dijo que la misma canción lo hacía pensar en mí. Esa fue la primera canción con alguien de carne y hueso.Mi último año de colegio y los cuatro que siguieron estuve con un chico que casi me deja pensando el resto de mi vida que el amor estaba siempre conectado con el dolor. Nunca tuvimos una canción y de ahí mi teoría de que una pareja sin una canción o una película jamás llegará lejos. Era un tipo acomplejado y huachafo que prefería verme en unos jeans apretados que en una minifalda, y que para colmo me robó mi carnet de la de Lima cuando recién ingresé para estamparle su foto y poder ir a buscarme cuando le diera la gana. Nunca le fui infiel hasta que me enamoré de un chico de la facultad con el que me besé mucho al final de 1992. De ese agarre (porque jamás fue otra cosa) recuerdo “Avenida Larco” de Frágil y “Bohemian Rhapsody” de Queen.
El novio de la universidad. Él, además de hacer de mis dos últimos años de la facultad los más divertidos de toda mi vida, me enseñó a escuchar buena música. Tiró mi cassette de Roxette por la ventana de su carro y me presentó a los Cadillacs (cuando todavía no eran los Fabulosos). Él me llevó a bailar a Nirvana y a Bauhaus; a ver a G3, a Mar de Copas (solo porque eran teloneros en esa época), a Leusemia y a Dolores Delirio, entre otros. Nuestra canción: “Sexual Healing”, un cover de Marvin Gaye de Soul Asylum y un bonus track secreto. Como a mí solo me dejaban salir hasta las 2 a.m., siempre esperábamos en el Muelle Uno (donde yo, en una época bastante tonta, obligaba al pobre heavy metal a ponerse camisa e ir a esas discotecas) que tocaran “The Flame” de Cheap Trick para bailar e irnos. Por ese pequeño detalle romántico me metí tamañas broncas con mis papás. ¡Ah! Me olvidaba de algo importante: todo Aerosmith, porque yo era su Alicia Silverstone. Él me volvió grunge por una época y me enseñó a tomar cerveza, a usar botas y a sentarme en el mundo. Las peleas en mi casa cada vez se hicieron peores pero a mis 19 años nunca me había sentido tan libre.
A mi siguiente relación larga no le importaba mucho la música ni nada en especial, pero me hizo escuchar un CD mil quinientas veces con una sola canción: “After all” de Cher y Peter Cetera. Ja. Estaba enamorada y él se parecía a Robert Downey Jr.
El chico que más me hizo sufrir y al que más amé hasta ahora, me hace recordar a tres cantantes cuyas fotos estaban pegadas en la puerta de mi habitación cuando él llegó de vivir conmigo a Barcelona: Andrés Calamaro, Miguel Bosé y Joaquín Sabina. De todos me quedo con una canción: “Esta noche contigo”, de Sabina. Él me dijo que por más que amara a mis ídolos, él era el único hombre que había traspasado la puerta de mi habitación. Tenía razón. Pero al final sólo quedó la música.
Ricardo Milla me presentó a Patti Smith en música y poesía y por las dos semanas que estuvimos juntos, dos canciones: “Amanece” de Lucybell y “Dancing Barefoot” (original de Patti Smith) pero tocada por U2.
Mi querido Alex, un catalán alto y guapo, me grabó un CD de Antonio Birabent. Ni me acuerdo cuando le dije que me gustaba, seguro después de un viaje a Buenos Aires. De esas escojo “Libélula”. Nunca fuimos novios ni nada, solo una noche de besos, entre los que yo le prometía quererlo y cuidarlo y el me decía: “no, Ali, no”. Hasta ahora no se por qué. Estaba segura de gustarle. Pobre, es el único chico al que pienso que besé casi a la fuerza.
Todas las canciones de Carla Bruni me hacen recordar dos meses de un affaire maravilloso que me hizo conocer un Paris nada turístico lleno de callecitas, cafés, librerías, tiendas de anticuario y claro, Cartier, el trabajo de Christophe. Yo lo esperaba en el café de enfrente con un Ricard o un porto. Era invierno y lo veía salir del edificio con el largo abrigo negro y ese look de modelo. Pero la realidad era la siguiente: él vivía en París y yo en Barcelona; y en ese punto de la vida ninguno de los dos podía moverse. Era Francia donde él había encontrado una buena vida y era Barcelona la que no podía abandonar hasta presentar la tesis. Terminamos nuestra relación en plena Rambla, el me dijo “adiós” y yo “au revoir” (porque además de la distancia geográfica nos comunicábamos en una especie de inglés mal hablado y señas). Ahora que sé francés después de meses en la Alianza de Miraflores, entiendo varias cosas que me dijo pero la más clara fue: “reste avec moi” (quédate conmigo). En esa época no pude y no volví a saber nada más de él, sólo que después de cuatro años aún me recordaba con cariño. Suficiente.
“No surprises” de Radiohead. Cuando recién llegué a España escuchaba bastante este disco. Una noche entera nevó en Barcelona y pensé por primera vez que la vida podía dar sorpresas, esta vez no se trató del amor. En Barcelona no cae nieve casi nunca y este evento climático hizo algo: hacer mis primeras amigas, esas que son para toda la vida. Salimos a jugar en la nieve y terminamos con los jeans mojados y cagadas de risa tiradas sobre el hielo de la pista. Para calentarnos un poco, fuimos a Blockbuster (cadena que sí existe en Barcelona, yo iba a la tienda de la Gran Vía), alquilamos “Casablanca” y compramos helado. Desde ese día mis amigas y yo establecimos los domingos de cine clásico. Esta es un historia de amor que compartimos Ivy, Juli, Mili y yo.
“Eveybody is gonna learn something” de Beck. Esta es sólo mía. Estaba en un viaje un verano en Lima de visita y me di cuenta que “Eterno resplandor de una mente sin recuerdos” (la canción es parte del soundtrack) era una de las películas más acertadas, parecidas al concepto que yo tengo de amor y a todas las relaciones imaginarias que he tenido. Lo dejo ahí, porque el amor a pesar del tiempo, de las diferencias y las dificultades con las justas puede salvarse de un final atroz que te deja solo y sin esperanzas. La música a veces es una trampa, un túnel en el tiempo que te atrapa por un momento y cuando oyes el silencio piensas en lo tonto que fue el momento anterior, en el que sólo en tu mente, no en la realidad, todo era perfecto.
Hay miles de canciones más, así como historias pero en esta primera entrega estas fueron las que primero vinieron a mi mente. Hay algo que yo considero cierto: no hay relación sin canción. Y menos, sin película. El que no tenga ninguna de los dos que diga lo contrario. Puede sonar huachafo, pero para mí la vida es así, llena de pequeños azares que te dicen por dónde ir. Ya sea por la letra o la música, es parte del mapa personal por el que aún sigo viajando.