UNA HISTORIA DARK
Desde que conocí lugares como Bauhaus, sentí que existía en alguna parte de Lima. Podía bailar sola, la música me gustaba y además estaba en mi etapa de decirle “no” a todo y de vestirme de negro. A mí, ahora, esa etapa me parece divertida, aunque algunas veces me haya sentido una huachafa. Fue en esa época cuando comencé a percibir las cosas diferentes a como las veía en el pasado. Mi mundo del Grill y las fiestas del Regatas cambió cuando puse el primer pie en Nirvana. Lástima, era la fiesta de cierre.
Se acabaron los encajes, los bobos y los tacos; me compré una casaca de cuero negra que se convirtió en parte de mi look diario. Mis hermanas me decían “pitufina” porque toda la ropa colgada en mi armario era negra y parecía toda igual; bueno, era toda igual salvo algunos escotes. Después de unos meses los lugares ya me eran familiares, así como las canciones y las caras. Hubo una en especial que me llamó la atención desde la primera vez que la vi. Era un chico que bailaba solo en la pista llena de gente. Estaba de negro absoluto. Desde ese día me di cuenta que siempre estaba ahí. Era pálido y con la cara siempre medio tapada por el pelo del mismo tono de su ropa. Como no sabía su nombre le puse Oscar Wilde; no sé por qué su figura me remitía al poeta que vivía desgraciado por amor en “El ruiseñor y la rosa”.Pasaron cuatro años antes de que por casualidad fuera a Nébula con unas amigas que conocían a mi versión personal de Wilde. Me lo presentaron y al fin supe su nombre. Bailamos juntos una canción que me encantaba (“I promise” de When I Rome), tomamos una cerveza y seguimos bailando. Yo estaba en uno de esos momentos increíbles, donde sientes la seducción en cada mirada y movimiento: hasta que nos besamos. No había pasado un segundo cuando una chica se apareció entre los dos con ojos asesinos. Ella se fue, él se fue tras ella y yo me quedé como una tonta ahí parada. Las amigas con las que había ido me retaron. Me dijeron que eso me pasaba por ir tan rápido con un desconocido (creo que dijeron eso por no decirme zorra).
La cosa quedó ahí porque semanas después me fui a España. Un par de años después vine de visita un verano y fui a Bauhaus con un amigo. En un momento nos perdimos y vi al chico del casi-beso sentado frente a la barra. Ni siquiera lo pensé, me acerqué con un cigarro en la mano y le pedí fuego. Mientras sacaba el encendedor de su bolsillo y me prendía el cigarro le dije con toda la seguridad del mundo (esa que puede durar, a veces, solo un momento) y una de esas sonrisas reservadas para matar, que yo lo conocía de antes. Se puso un poco nervioso y me dijo que también le parecía conocida. Nos sentamos a fumar y a jugar el ping-pong de “tú me das pistas” y “yo adivino”, hasta que le dije de frente que, incluso, nos habíamos besado. Me dijo: “¿Eras tú?” y hablamos de esa noche, me dijo que estaba diferente (estaba bronceada y mi color de pelo había cambiado), la chica enojada era una novia con la que acababa de romper (o por lo menos eso es lo que me dijo) y que teníamos que seguir hablando. Bailamos un rato y me pidió que lo esperara mientras iba al baño. Justo en ese momento se acercó mi amigo, al que yo había visto hacía horas sentado aburrido, y me dijo que nos vayamos en ese momento. Esperé unos minutos y como Wilde no apareció, me fui.
Y pasaron tres años más. Esta vez era invierno y estaba en Eka cuando lo volví a ver, pero no estaba sola. Él estaba igual, de negro. Yo tenía una chompa de rayas rojas y celestes. Aproveché un momento en que el chico con el que estaba fue al baño para ir a la barra, pedir un lapicero y una servilleta, caminar hacia él y darle el número de teléfono de mi casa en la mano. Con otro ataque de seguridad, esta vez por las cervezas que había tomado, hasta me atreví a decirle que una película de mi director de cine favorito (en esa época) tenía nuestros nombres en el título, claro, en francés. Me di media vuelta y me fui. Me llamó una vez a la casa de mis padres, pero había salido. ¿Cómo no se me ocurrió darle mi mail?– me recriminé varias veces en esos días.
Llegó mi última noche en Lima y cené con unos amigos. Luego el chico con el que salía y yo fuimos a Eka, por iniciativa mía, con la secreta esperanza de ver al chico de negro. Tenía razón, estaba ahí, solo. Yo ni siquiera podía voltear a mirarlo porque mi acompañante era bastante celoso. Cuando salimos del lugar lo vi en las escaleras que estábamos a punto de bajar con la mirada fija en mis ojos. Traté de sonreír al pasar a su lado, pero no pude. Me dio vergüenza haber sido tan atrevida antes y luego tan cobarde.
Ahora que vivo en Lima lo he visto varias veces, pero ya no nos hemos vuelto a mirar. Es una imagen con nombre en mi cabeza. Justo ayer en la presentación de una revista de cine vi una película sobre la larga persecución de un asesino en serie que nunca es encontrado. Esa misma frustración siento cada vez que recuerdo al chico de negro. Hace tiempo que no lo veo. ¿Por dónde andará? ¿Dónde andas? ¿Qué posibilidades hay de encontrar a un desconocido en Lima?