CITA A SOLAS
Hace tiempo que le daba vueltas a la idea de salir sola una noche y ver qué podría pasar. En el pasado lo había hecho un par de veces en Barcelona en plan nocturno, pero generalmente a bares de música donde podía tomar una cerveza o dos, y regresar a casa. Claro, no con la intención de ligar con alguien sino de estar sola. Otras épocas. También iba sola al cine, cineclubes, restaurantes, cafés, parques, librerías, museos, tiendas o sencillamente a caminar por la calle. En Lima, estos placeres son difíciles de encontrar. El cine hallo mayor semejanza, además de una banca en El Olivar a donde siempre me escapo por las noches un ratito antes de ir a casa. Pero la vida nocturna es tema aparte.Dos veces salí sola en Lima cuando venía de Barcelona de visita. La primera vez fui a Bauhaus, que ya no existe, me senté en el rincón que por años me gustó sentarme, y tomé un par de cervezas. Al rato, aburrida, me retiré. Otra vez fui a Eka, me senté en la barra y me quedé mucho más tiempo porque la música estaba buena. Pero, no creo que sea por coincidencia, me sentí extraña ambas veces. La gente llegaba en parejas o grupos que se instalaban donde podían. Nunca vi mucha gente sola, por no decir a casi nadie. De regreso en el carro tenía la misma sensación de encontrarme desubicada. Me sentí más sola que cuando salí de mi casa.
Entonces este último sábado decidí salir sola, ver si las cosas habían cambiado o si yo misma había cambiado; además, no tenía otros planes. Fui a un bar en Miraflores. Todavía no había mucha gente. Me senté en la barra a tomar una de esas cervezas grandes con vasito de plástico. Me dediqué a observar, que es algo que también se encuentra entre mis aficiones favoritas. Una hora después, ya ni siquiera podía mirar nada porque el lugar se llenó de una hora a otra. Sin tratar de sonar vanidosa, algunos chicos me miraban, pero nada más. Me encontré con una amiga, gente que conocía a través del trabajo y un one night stand.
De manera curiosa, fue con él con quien hablé más durante la noche cada vez que me lo cruzaba porque daba vueltas por todos los espacios que componen el bar; entonces, me di cuenta de que un montón de gente hacía lo mismo, daba vueltas. ¿Buscando qué? No sé, quizás lo mismo que yo esa noche, buscando a alguien conocido o desconocido. Pero me hizo recordar las vueltas obligadas que hacía con mis amigos en La Noche de Barranco desde que la ampliaron cuando estaba de moda; la diferencia era que han pasado diez años y mis amigos no estaban conmigo.
De pronto me encontré sola apoyada en una pared, sin tener con quién hablar, y decidí irme de una vez. El experimento no había funcionado, o estaba en el lugar equivocado o simplemente no fue la noche; o en realidad salir sola no es algo tan divertido. En ese momento el DJ puso una canción de Pulp que me encanta y pensé que un pequeño dancing antes de irme no era una mala idea. A los dos segundos se me acercó un chico bastante guapo. Me propuso bailar y le respondí con el popular “ya estoy bailando”. Me di cuenta de que actué con la típica actitud de chica antipática, arrogante y cerrada. Me volví hacia él y le sonreí. Bailamos un par de canciones y le pregunté cuántos años tenía. Cuando me dijo veinte le dije que si hubiera sido una madre prematura podría ser mi hijo. En ese momento me arreglé la bufanda, le di un beso y me fui.
En el camino a tomar un taxi en Pardo, con el frío de la madrugada en la cara, imaginaba lo rico de llegar a mi casa y, simplemente, dormir. Mientras me quitaba la ropa, pensaba que no es tan chévere estar sola cuando esas cervezas las puedes haber tomado en medio de risas, complicidad y una conversación larga con alguien. Pero bueno, tampoco estuvo mal dormir hasta tarde con el maquillaje puesto, un polo viejo y levantarme sin ninguna palta en la cabeza.