De Cusco a Pisco: ¿Cómo es volar por primera vez?
Alcira Nuñez se despertó aquella mañana más temprano que de costumbre. Tenía que estar en el colegio a la misma hora de siempre pero esta vez no iría a clases sino a su primer vuelo en avión. “¿Y cómo te sientes?” – le pregunto – “Feliz, porque estaré volando por el aire”, me responde sonriente mientras forma la fila para ingresar a la nave.
Su madre, Matilde Gutierrez, la acompañó hasta el aeropuerto con la misma ilusión con la que la niña ingresaba a los controles aeroportuarios, junto a otros 40 pequeños del colegio IE 50006 Jorge Navarrete / Santiago de Cusco, que viajaron por primera vez en un avión.
¿La ruta? De Cusco a Pisco, con el nuevo vuelo de Latam que une ambos destinos en dos vuelos por semana, los jueves y domingos hasta noviembre. Por lanzamiento, el pasaje cuesta US$ 25 por tramo y US$ 49 por viaje completo, incluido impuestos.
“Por dónde se va el avión”, me pregunta Matilde que ansía ver la partida de la cuarta de sus seis hijos, a quienes ha sacado adelante vendiendo hierbas en el mercado de San Pedro. Inmediatamente después de su jornada, vuelve a casa a cocinar. Pero hoy es diferente. Su pequeña vuela a Pisco y ella solo espera “que se porte bien y que conozca”.
Quien también despidió al grupo fue Dorotea Cruz Remache, madre de Oscar Quispe. Su pequeño tomó el bus aquella mañana, junto a ella y a sus dos hermanos. La rutina para ir al colegio sería la misma de siempre de no ser porque aquel día, el pequeño de once años subió por primera vez a un avión. “Cuando nos dijo el profesor Rene nos emocionamos. Ahora estoy feliz”, me dice mientras espera inquieto el abordaje.
En la sala de embarque, unos músicos ponen a bailar a los viajeros al ritmo del cajón. “Sube que se va el avión… para Pisco”, corean mientras los pequeños bailotean. También uno que otro turista. Parece una fiesta criolla. Los flashes, los videos. Las pequeñas estrellas sonríen como nunca.
En el avión, se sientan, se asoman por la ventana y tocan absolutamente todo. No tienen ni cinco minutos a bordo y ya reclinaron los asientos, encendieron las luces de lectura, abrieron el aire acondicionado. Subieron y bajaron las mesas, por lo menos tres veces. Le dan una ojeada a la revista. “¡Mira las líneas de Nasca!”, dice uno de los escolares que intenta mostrarle la foto a su compañero.
Algunos ponen atención a las indicaciones de seguridad del vuelo. Otros siguen curioseando. Todos gritaron al despegar: “Este avión se está moviendo”, advierte la pequeña sentada en una de las primeras filas. Continúa el ascenso y desde atrás se oye “¡No grites!”, “¡No metas miedo!”, “Te dije, esa es la peor parte”, señala otro de los pequeños viajeros que parece que quiere escapar por la ventana.
“Estimados pasajeros, les recordamos permanecer sentados hasta que la señal luminosa de abrochar los cinturones haya sido apagada”, se oye en todo el avión y los niños que estaban de pie para ver por las ventanas volvieron en silencio a sus lugares.
Minutos más tarde, vuelve la calma. “(Cuando el avión despegó) yo sentí que me daba miedo, que me iba a caer. Pero ahora estoy bien (…) Creo que es muy hermoso”, comenta Flor, en pleno vuelo. Giselle, su compañera de aula y de asiento, opina lo mismo: “al principio fue un poco incómodo pero ahora está todo bien, la experiencia es muy bonita”.
Llega la hora de aterrizar. Volvemos a los asientos. Se puede respirar la tensión, esa emoción que solo se siente cuando nos acercamos a lo desconocido. El silencio se rompió cuando una pequeña grita “¡Allá está el mar!, ¡mira por favor!”, mientras señala la ventana.
Aquel día, Alcira, Oscar, Flor, Giselle y los 40 escolares que volaron por primera vez también se encontraron por primera vez con el mar. Un cúmulo de emociones que terminó en una nueva interrogante: “¿Tú crees que nademos?”.
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