Un pobre álbum triste y desfigurado
¿TE CAMBIO? ¿YALA? ¿NOLA?
Yo sí clasifiqué a un Mundial. Me jugué unas eliminatorias de varios meses por calles y plazas limeñas. Al final gané por demolición. Con los hermanos Olórtegui, Giancarlo y Marlon, formamos el auténtico grupo de la muerte. Solo pasaba aquel que llenara primero el álbum de Panini o de Navarrete. No alcancé cupo ni para Estados Unidos 94, mucho menos para Francia 98. Mi Mundial fue (y solo fue) Italia 90, aquel año en el que registré la marca de acabar con todas las figuras en menos de dos semanas. Aprendí a desprenderme de las pequeñas cosas regalándole a mi sobrino el MaxPlay con los 80 juegos incluidos o mi colección de los Thundercats. Pero ese álbum de Italia 90 es un asunto no negociable. Nadie puede tocarlo ni en canciones.Llené ese álbum y también el de Guaraná, que ofrecía un sorteo con boletos para ir a ver la gran final en el estadio Olímpico de Roma y que me hizo ilusionar cual Chilindrina comprando líquidos de limpieza para aspirar a unas vacaciones en Acapulco (con todo pagado). No gané los boletos pero sí mucho orgullo. Me volví un especialista en llenar álbumes. Tuve desde Mundiales, pasando por Batman (la película), el Chavo en dibujos, el álbum de la naturaleza y esa oscura motivación al pecado que tú también tuviste en casa llamado el álbum de la “Pandilla Basura”.
Me había levantado muy temprano, regreso a abril del 91, y en Buenos Días Perú, Gonzalo Iwasaki pedía a los padres de familia desaparecer cualquier rastro de ese álbum y sus figuras. Muchos niños despistados quisieron repetir lo que aparecía en los dibujos y más de uno conoció el verdadero dolor. Los ‘Garbage’ fueron censurados y yo, aquella vez, me rebelé ante el sistema. Jamás iba a imitar a Frito Juanito ni mucho menos a los hermanos Mederrito. Yo solo quería llenar el álbum. Era la ley del coleccionista. Comienza y termina. Como en el amor, hay que cerrar de todas maneras, sino tendrás condena perpetua. Cuando no llenaba un álbum lo tiraba al tacho. Ver esos espacios vacíos causaban en mí una extraña sensación de deuda eterna.
A los Olórtegui siempre los cancelé con mi dosis adicional de memorex. Mientras ellos debían recoger el álbum en casa para saber cuáles eran sus figuritas difíciles yo podía detenerme a comprar o intercambiar en cualquier momento y lugar. No necesitaba mi marcador de “yalas” y “nolas” (ese registro que aparece al inicio o final de cualquier álbum) solo usaba la memoria, la misma que funcionaba mejor en las colecciones de equipos de fútbol. Mi especialidad era aprenderme los apellidos y soñar con los nombres de los que no estaban en mi álbum. Hasta hoy.
La última figura que compré del álbum de Italia 90 fue la del esloveno (en ese tiempo yugoslavo) Srecko Katanec, volante en aquel entonces de la Sampdoria de Italia, que disputó la final de la Copa de Campeones (hoy Champions) ante el Barcelona en el 92 (Katanec hoy dirige a la selección nacional de los Emiratos Árabes Unidos). Por eso los Olórtegui tuvieron que esperar 4 años para jugar en pared y dejarme muy rezagado en la colección del Mundial de Estados Unidos. Demoré mucho aquella vez, recién me había mudado a La Victoria y había perdido contacto con mis queridos caseros. Los Olórtegui nunca se movieron de Lince y sacaron ventaja sin pedir permiso. Me atropellaron, me madrugaron, con gol de camerino, con huachones y pases del desprecio.
Recién pude acabar con ese álbum el día de la final Brasil-Italia. Me faltaban dos figuras: el alemán Lothar Matthaus y el búlgaro Krassimir Balakov. Aquel 17 de julio de 1994, me desperté tempranísimo y comencé mi búsqueda por los mercados de Lince. Luego en Jesús María y Magdalena. Demoré casi 6 horas y lo conseguí. A Matthaus lo encontré en un puesto al frente de la Iglesia San José y a Balakov en un quiosco al costado del mercado de Lobatón. Cuando llegué a casa, ya se habían jugado 25 minutos de esa gran final que se definió por penales.
Siempre he sido un recolector. ¿Se acuerdan de los Cards de Pepsi? Además de cualquier álbum de moda, tenía debilidad con esas pequeñas tarjetas coleccionables. El mejor ejemplo de esta modalidad de colección era la misma “Pandilla Basura”, pero en versión original y estadounidense. En una librería de Jesús María las vendían. Giancarlo Olórtegui fue el primero en comprar un par y después me contagió la afición, pero eran tarjetas muy caras. Por eso nos desquitamos con el álbum de “pandilla-basura-bamba”. Lástima que duró tan poco.
Salvé mi álbum de los “Garbage” solo por unos días. Lo llevé al colegio y también se salvó, lo paseé por la parroquia y el álbum consiguió la absolución. La manera como se desfiguró el álbum fue la más absurda. Fue como escapar de un ejército turco para caer con una bala de salva disparada por un aspirante a sereno. Fue como liberarte de una mafia rusa para al final ser mordido por un antipático e inquieto perro chihuahua. Con Marlon Olórtegui dejamos nuestros álbumes de la “Pandilla” en la casa de Álvaro Corcuera, el más introvertido del grupo, que convirtió su casa en el punto de encuentro para las pichangas de domingo. Ya casi había llenado ese álbum. Iba a lucirlo repleto de figuras, dar mi vuelta olímpica, sacarle la lengua a las fuerzas del orden y después tirarlo al río. Para que sea libre y navegue inmortal (el verdadero destino que merece todo lo prohibido). Nadie imaginó el ridículo desenlace.
Regresamos de jugar, en el camino a la casa de Álvaro compré algunas figuras más (los Olórtegui me odiaban cuando hacía eso) y al entrar a la sala no encontré mi álbum. Y entonces sucedió. Mi “Pandilla Basura” de Navarrete apareció sobre la cama de Álvaro, junto al álbum de los Olórtegui. Ambos estaban intactos con una pequeña y grave diferencia. Tenían las figuras arrancadas, estaban vacíos. ¿Qué mente criminal lo hizo? Era casi el “modus operandis” de un asesino en serie. Solamente en “Psicosis” pude ver algo así años después. La madre de Álvaro salió de su cuarto riéndose, con una bata de dormir, con ruleros, era la “Llorona”, era la madre de Norman Bates (sí, el mismo cadáver señores). Qué miedo, caray.
La doña, que se mantiene intacta como el mal, dice que lo hizo por nuestro bien. Lo que nunca me expliqué era por qué no arrojó mi álbum por la basura. ¿Por qué lo desfiguró? ¿Por qué lo sometió? Nunca se lo he preguntado. Nadie reclamó aquella vez. Nos habían descubierto y aquel fue el castigo más perverso que haya recibido en mucho tiempo. Era una sensación de muerte, de abuso de autoridad. Solo coleccioné álbumes de fútbol después de eso.
Para los que tenemos menos de 35 años coleccionar un álbum de los Mundiales era nuestra más afiebrada forma de clasificar. De estar allí, de ser parte de la fiesta a pesar de que nunca intercambiamos figuras de Perú. Clasifiqué en el 90, jugué repechaje en el 94 y me retiré en el 98. Tengo las tres colecciones en casa. Pero el de Italia, aquel con el botín lleno de banderas en la portada, está en un cajón aparte. Es el registro de un récord vecinal, una victoria local que nadie ha repetido hasta ahora. Llenar un álbum era una forma de ganar. Yo me retiré invicto.
¿Cuál fue álbum de figuras más importante de tu vida? ¿Los conservas todavía? ¿Cuánto te demoraste en llenarlos? ¿Intercambiamos?
La palabra es de ustedes
Tres funciones tres: el invitado de esta semana es Miguel Bosé (yeah)
[Uno de mis videos favoritos, Miguel Bosé cantando con los chiquitos de Timbiriche (Sasha es fácil de distinguir, pero Paulina no, a ver quién la encuentra). Me encanta esta canción]
[En una de sus primeras apariciones, algunos le dicen el David Bowie español, no sé si dé para tanto. Pero Bosé hizo del estilo una prioridad. Por eso sigue vigente. Por eso pronto tendrá un post especial. Aquí canta “Linda” (ahora que te abrazo pienso en otra... linda corazón de seda... antes de tenerme dentro escuuuuchaaaa... linda te voy a sincero... no estoy pensando en ti). Una vez desperté más de una broma por decir que a ese Bosé ochentero lo habría elegido para alguna adaptación de “Muerte en Venecia”. Hoy repetiría lo mismo (no quiero lastimarte... robarte tu primera vez pensando en otra... linda... abrázame con fuerza y ayúdame a olvidarla). Tremenda letra]
[Esta canción está algo olvidada. También pertenece a esa primera etapa de Miguel Bosé. Antes de “Maná”, el buen Bosé tuvo su versión de “La Chula”. No te reprimas, puedes bailar. Déjate ser]
MÁS NOSTALGIA
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