Mi escuela nueva
Todo lo que te pasó (y pudo pasar) en el primer día de clases en el colegio. A continuación un post para regresar a las aulas. ¿Ya te pusiste el uniforme?
Busco una foto. Me la tomaron un 1 de abril de 1985. Mi tío Alberto siempre pecó de entusiasta. Ese día llegó muy temprano a casa con una cámara Zenith clásica, esas de color negro que usaban los periodistas en los años setenta. La llevaba colgada en el cuello con la urgencia de un reportero de guerra. “Déjame tomarle una foto con Reynaldo, le tomó solo una y los llevamos al colegio”, le dijo a mi madre. Reynaldo es el único primo de mi edad que tengo y con quien siempre compartí los días importantes. El bautizo, la primera comunión y, en aquel día de abril, nuestra iniciación en tiempos escolares. En esa foto aparezco con un mandil plomo y con mi lonchera de la Guerra de las Galaxias. Siempre me gustaron los primeros días de clases. No lloré cuando me dejaron en el pequeño y colorido salón de Inicial. Estaba feliz y con una sorprendente tranquilidad de médico cirujano. En esa foto, tomada con cámara semiprofesional, me estoy riendo.
Nunca me cambiaron de colegio y recién a los veinticinco años pude mudarme por primera vez. Por eso, aquellos días de marzo y abril me entregaban la única oportunidad para sentir que la vida podía cambiar, que la posibilidad de reinvención existe. Creo que mi tío Alberto perdió esa foto memorable tomada en el pasadizo de mi ex casa, en la avenida Canevaro de Lince. No importa. Así puedo imaginar que ese mandil plomo en realidad era azul y que mi lonchera era de He-Man. Lo único que no cambiaría es mi repentino estado de felicidad. Esperaba tanto los inicios de clases que no dormía en la noche anterior. Era el insomnio de quien espera la sorpresa más intensa o de quien espera el resultado de un examen de admisión. Mis días de colegio eran como una serie favorita. Cuando se estrenaba una nueva temporada, yo hacía todo lo posible por detener los relojes, sentarme cómodo en primera fila y no perderme una sola de las incidencias.
Antes de volver al colegio, mis padres me paseaban por todo Lima para comprarme un uniforme a la medida y para flagelarse los bolsillos con esa extraña prueba de supervivencia llamada “lista de útiles escolares”. Me probaba con impaciencia y desconfianza esas camisas blancas que acababan el año bien amarillentas y pintarrajeadas (esas camisas de una marca nacional que será joven aunque pasen los años). Después el viejo y acabado sastre del barrio le subía la basta al pantalón color panza de burro del Perú (el mismo que usé con afeminados entalles hasta finales de primaria). Y si al final quería comprarme el mejor modelo de Hush Puppies, más de una vez tuve que conformarme con mis heroicos modelos de zapatos Bata.
En esa foto que tomó mi tío Alberto también me presento con un penoso corte militar con raya al medio. Corte formal y ‘monsefú’. Peinado de niño tonto, el ‘look’ de un imberbe a quien lo obligaron a cumplir reglas. Apenas pude elegir, me quedé con mi chica manos de tijeras, la esencial y escotada Sandra, tan ajena a la cultura general pero tan cercana a las últimas tendencias de la moda. Ella, en cada víspera de año escolar, hizo conmigo lo que quiso. Peinado Menudo, Peinado H2O y el impresentable ‘honguito’. Tanta vergüenza sentí por ese rapado de pequeño hampón, por ese casco capilar horroroso de piraña reincidente, que demoré casi una semana en comenzar mis clases de tercero de secundaria.
Nunca asistí al mismo colegio que mi primo Reynaldo pero siempre, en la hora de salida, nos buscábamos para saber cuál había sido la sorpresa de la temporada. No era un té de tías, pero sí una chicha morada heladísima de primos curiosos y exaltados que se reportaban los datos más pintorescos y tragicómicos del nuevo salón. Las mejores noticias narraban las llegadas de nuevas compañeras al aula y las peores traían alguna partida inesperada, algún buen amigo que se fue del colegio sin despedirse. Todo fue así hasta que Reynaldo, hasta que mi tío Alberto y su poderosa Zenith de 50 milímetros se mudaron. Muy lejos.
Marzo 1995. Mi primo Reynaldo ya no estaba más esperándome en la esquina de la avenida Canevaro. Ese año sí me hubiera gustado mucho encontrarlo. En 1995, Fujimori iba a ser reelegido, Roberto Palacios le anotaría un golazo a René Higuita y Phil Collins no nos plantó como Michael Jackson o Bon Jovi. Ese año tenía mi primer walkman deportivo amarillo y mi caset de Nirvana. Ese año me enamoré en mi primer día de clases. Ese año le prometí amor eterno a la chica nueva de mi salón. Y mi primo no estuvo para contárselo todo.
Todo lo que ocurrió en ese tiempo (y años después) con aquella mujer, que hoy es una de mis mejores amigas, ya lo he escrito (en algunos posts pasados aparecen sus rastros). Ese inesperado ‘clic’ también es una posibilidad en el primer día de clases. Cuando vuelves al colegio también puedes encontrar al flaco más gordo o al enano con proyecciones de Jirafales. Puedes escuchar cambios de voces, puedes reírte de esos peinados creados para quedarse en casa, puedes sentir el beneficio del reinicio. El registro de notas regresado a cero, los cuadernos recién forrados impecables y la misión de no repetir ni errores ni condenas.
En 1995 aprendí que la vida se detiene como maquinita de gran ciudad, como ruleta de casino que le concede cada noche una nueva oportunidad al azar. Siempre hay donde apretar Stop. Siempre me gustaron los inicios de clases. En 1995 me compré unas zapatillas Reebok clásicas para Educación Física; ese año tuve polos rastas, con el cuello tricolor “rastafari”. En ese año me atropelló un auto y me dejó seis meses en muletas (pero la chica nueva del salón siempre me ayudó en las horas de recreo). Cuando comenzaron las clases, en 1995, le pedí por favor a mi madre que no me mande más ni panes con hamburguesa, ni mucho menos con hot-dog. En ese año, en ese inicio temporada, detuve el ruido del salón para hacerme escuchar. Ese año, me cambió (de manera brusca y a lo bestia) la voz.
Me gusta comenzar de nuevo, me gusta extrañar y que me extrañen. Este es oficialmente el primer post de una temporada que espero sea diferente para el blog. En esta primera semana de marzo del 2010, no hay salones, no hay profesores a quien molestar, no hay cuadernos de control, no hay columnas cubrir, no hay pizarras, ni tizas, ni papeletas, tampoco auxiliares, mucho menos notas de cuadernos. En esta primera semana de marzo del 2010 no estoy uniformado, tampoco tengo corte militar, ni uso camisas blancas. Tampoco tengo mis Reebok clásicas ni mis zapatos Bata. Ya no está mi lonchera de los Thundercats, ya no está mi Liquid Paper, ya se fue mi folder Artesco. Mi único primer día de clases es este, mi oficial retorno de vacaciones en el blog. Que los viejos amigos no se hayan ido, que los nuevos compañeros aparezcan. Que esta nueva aula (la web rediseñada) me sorprenda y que después de la hora de salida pueda buscar a mi primo Reynaldo para narrarle los detalles. Que mi tío Alberto me llame y me diga que encontró la foto más feliz para publicarla en el próximo post. Que mis lecciones del año pasado hayan sido aprendidas y que este 2010 pueda sacarme las mejores notas (ustedes dirán). Acabo de escuchar el timbre. Es la hora de recreo. ¿Me acompañan al quiosco?
¿Qué recuerdos tienes tú de tu primer día de clases? ¿Alguna canción que te regrese a ese momento? ¿Usabas el uniforme color panza de burro peruano del Perú? ¿Te cambiaron muchas veces de colegio?
¿Te enamoraste en el colegio? ¿También te daba insomnio como a mí antes del primer día de clases? ¿Cuál fue la principal sorpresa en este inicio de época escolar?
[La intro de Carrusel: esa novela mexicana que nos acompañó a muchos en primaria y a otros en secundaria. Llena de estereotipos y con una lluvia de ideas para poner "chaplines" a gente del salón. ¿Tú también te enamoraste de la maestra Jimena?]
["La puerta del colegio": canción del grupo Magneto que a mí siempre me regresa a tiempos escolares noventerísmos. Sé que esta composición es poco menos que tonta pero cada quien recuerda las cosas como quiere]
["Al colegio no voy más": la canción de Leusemia que ya usé en otros tiempos de este blog. Solo para amenizar la tarde]
TRES FUNCIONES, TRES
Los invitados de esta semana son los siempre queridos Bee Gees. No es necesario que seas setentero para que su música pueda aparecer en tu colección de favoritos. Aquí mi selección personal, las tres canciones que más me gustan de este grupo. Vale que ustedes hagan sugerencias para una segunda parte de este mini especial
[“Too much heaven”, mi favorita a pesar de que muchos siempre cuestionan que la ponga por encima de otros éxitos más conocidos]
[“Melody fair”… esta versión es en vivo pero no tengo dudas en situarla como una de las baladas de mi vida. Una canción muy bonita, típica para soundtrack de primer amor. En efecto, fue parte de una película (Melody) muy recomendable para quien unirse al club y ponerse nostálgico ]
[“Stayin’ alive”, la clásica canción de este grupo de hermanos australianos. Del soundtrack de “Fiebre de sábado por la noche”. ¿Alguien se anima con las coreografías?]
AVISOS PARROQUIALES
1. Gracias a los que escribieron la semana pasada, prometo ahora sí retomar la frecuencia de los posteos y recuperar el tiempo perdido. Pueden seguir más detalles del blog en el grupo del Facebook y en la cuenta de este blogger en el Twitter. Las sugerencias son más que bienvenidas.
2. Aunque aún falta mucho, sería bueno que nos vayamos organizando para el próximo concierto de Capitán Memo en mayo, aquí en Lima. Ya hay un grupo que se junta hasta para ir al cine todos los viernes. Si se quieren unir a ese club de nostálgicos pasen la voz.