Francis Wolff: “En Francia hay una tradición de defensa de la tauromaquia”
Entrevista
FRANCIS WOLFF
Filósofo francés, Director del Departamento de Filosofía y catedrático de la Escuela Normal Superior de la Universidad de París, autor de más de 20 libros de filosofía.
Explica por qué el Consejo Constitucional de Francia avala la tauromaquia
Desde la extrema izquierda hasta la extrema derecha, los franceses están dispuestos a defender su afición y su cultura, refiere el filósofo francés.
PABLO J. GÓMEZ DEBARBIERI
Conversamos con el filósofo y autor Francis Wolff (Francia, 1950). Ha sido Director del Departamento de Filosofía y catedrático de la Escuela Normal Superior de la Universidad de París y profesor en las universidades Paris-X-Nanterre, Reims y São Paulo, en Brasil.
─Cómo llegó a la tauromaquia o cómo la tauromaquia llegó a usted.
Me lo preguntan muchas veces y no sé bien cómo contestar. Suelo decir que me aficioné por casualidad o mejor aun, por gracia divina.
Yo vivía en París sin saber nada de toros. Con un amigo decidimos, en 1969, viajar para ver el mar, en una especie de romanticismo post 68. Hicimos autostop y por casualidad pasamos por Nimes el fin de semana de Pentecostés. Entonces vimos un cartel que decía Feria de Nimes. Le pregunté al chofer qué significaba feria y me dijo “Es una fiesta donde hay bailes y toro piscina”, una especialidad del suroeste francés y prosiguió “También hay corridas de toros”.
“Ah, qué bien” respondí y le pregunté “¿Aquí matan los toros”. “Sí, como en España” me contestó. Mi amigo y yo dijimos “Vamos a ver esto”.
Finalmente, nos quedamos en Nimes en vez de ir a ver el mar. Conocimos el anfiteatro romano un día muy lluvioso. El cartel era bueno pero la corrida fue malísima: toros de Joaquín Buendía para Dámaso Gómez, El Viti y Paco Camino. Sin embargo, me encanto. ¿Por qué? No lo sé. Era una cosa tan distinta respecto a todo lo que yo había visto en mi vida. No entendía nada; no sabía qué hacían los picadores ni los banderilleros. Pero era un espectáculo totalmente nuevo para mí, casi surrealista, que no tenía nada que ver con lo que yo conocía de teatro o de cine. Descubrí que era una representación pero al mismo tiempo era la realidad. Tenía todos los elementos para ser una representación puramente teatral, muy teatralizada y ritual, pero al mismo tiempo, sentí que era algo muy real.
Me impactó mucho y regresamos al Coliseo de Nimes para ver la corrida del día siguiente. Vimos tres: sábado domingo y lunes.
Aquel último día vi a un torero muy pequeño, Miguel Márquez; era bajito, toreaba de una forma popular, vagamente tremendista y lo vi triunfar. Se ponía de rodillas de una forma dramática por su corta estatura y me impresionó mucho. Aquello me encantó; era la primera vez que veía triunfar a un diestro, pues cortó un rabo.
Ese fue mi primer contacto con la tauromaquia. Después, empecé a estudiar y leer libros de toros. En aquel tiempo, no era fácil; era difícil conseguirlos para un estudiante que vivía en París y que no tenía mucho dinero.
El segundo shock fue en 1972. Aquella fue mi primera feria de Sevilla y recuerdo perfectamente el cartel, porque cambió mi vida: Diego Puerta, Paco Camino y Marismeño. Fue una tarde de quites y eso fue otro shock: encontrarme con el arte de torear, que era otra dimensión.
─¿El aficionado francés es distinto a los de otras plazas en las que usted haya estado, en lo referido a entender la tauromaquia?
Hay dos regiones taurinas en Francia; el suroeste y el sureste, bastante distintas una de la otra. El sureste parece ser más torerista y el suroeste aparenta ser más torista. Hay plazas muy toristas, como Vic Fezensac; alguna más equilibrada como Mont de Marsan que rivaliza con Dax; en esa misma zona, Bayona es totalmente distinta.
En los últimos 50 años, de ser una afición sin mucha cultura taurina ha progresado muchísimo. Antes protestaban a los picadores, aunque existía un pequeño sector de público, muy exigente, que había leído la Biblia de los aficionados franceses de entonces, El Toro y su Lidia de Claude Popelin.
El gran cambio se produjo en la década de 1980, sobre todo en el sureste, gracias a un triángulo milagroso: un alcalde inteligente, Jean Bousquet, un joven y ambicioso empresario, Simón Casas y un torero genial, Paco Ojeda.
Gracias a eso, la popularidad de la tauromaquia aumentó notablemente. Más que popular; la ‘beautiful people’ parisina necesitaba que se le viera en el festival de Cannes, en la feria de Nimes y en el torneo de tenis de Roland Garros. Eso duró unos 10 años. Las bodas de esa ‘people’ tenían que celebrarse durante la feria de Nimes. A partir de ese hito cambió completamente la afición del sureste.
El público del suroeste es socialmente distinto; un poco más rural y exigente con el toro que se lidia pero también ha aprendido mucho en los últimos años. Hoy en día tiene fama de ser un poco frío. El de Bayona podría caracterizar a ese público francés; observa todo en silencio, no jalea a los toreros y solo aplaude al final de cada serie. A los toreros españoles les extraña pero los toreros mexicanos no soportan ese ambiente algo frío. Sin embargo, a ciertos toreros como Enrique Ponce, les gusta Bayona.
El público es distinto en el sureste y en el suroeste pero hay excepciones en el sureste, como Céret, quizá la afición más torista. Allí, el público va a ver específicamente la suerte de varas; es como ir a un museo para ver un tipo de espectáculo de otra época que ya no se da en ningún otro lugar del mundo; en los carteles figuran los nombres de los picadores y de los caballos que montarán; es una plaza dura con los toreros y novilleros. También es torista, en el sureste, Ales, la más torista de todas.
Por todo ello, la afición francesa es muy diversa pero se puede decir que buena parte de los aficionados regulares poseen una cultura muy profunda y que analizan de forma intelectual y muy racional la tauromaquia.
─ Muchos aficionados franceses incluso aprenden español para poder leer libros de toros y conocer más acerca de la tauromaquia.
Sí, así es. Hay dos características que condicionan eso. Primero, que tratándose de una cultura regional minoritaria, tienen detrás un pasado de lucha durante todo el siglo XX para lograr que la tauromaquia creciera; por ello, son aficionados capaces de defender su afición, lo que no sucede en España. Cuando el movimiento antitaurino llegó a España, los aficionados españoles estaban completamente desarmados. No pensaban que eso podía sucederles.
Por el contrario, en Francia hay una tradición de defensa de la tauromaquia en contra de lo que se considera el imperialismo parisino del norte. Por ese motivo, existe un frente, que políticamente va desde la extrema izquierda hasta la extrema derecha, de gente dispuesta a defender su afición y su cultura. Así, el reglamento taurino en Francia depende de la Unión de Ciudades Taurinas francesas (UVTF, pos sus siglas en francés), salvo en Nimes que está fuera de dicha asociación, a pesar de que su alcalde ─presionado por las peñas taurinas de la ciudad─ ofreció en su última campaña política volver a adherirse a la UVTF.
Segundo, se trata de una afición que lee mucho y que colecciona objetos taurinos. Además, viajan bastante a España y, por ejemplo, cada año en Nimes aparecen muchos nuevos libros taurinos.
─El Observatorio Nacional de Culturas Taurinas de Francia (ONCT) que preside André Viard también cumple una función en esa defensa.
Si. La UVTF ha firmado un contrato con el ONCT para que oficialmente ellos defiendan la tauromaquia; hace poco montaron una magnífica exposición itinerante mostrando la influencia del toro como figura mítica desde el origen ancestral de la cultura mediterránea y como eso se ha trasladado a la tauromaquia actual. El problema es que André hace un trabajo magnífico pero es una persona controvertida.
─ Bajo qué premisas el Consejo Constitucional francés (CCF) le dio el apoyo definitivo a la tauromaquia en Francia como un derecho fundamental.
La historia de la legalización de las corridas de toros en Francia es muy larga. Alrededor de 1950 se llegó al consenso de que la ley de maltrato animal no se aplicaría en las zonas de tradición taurina ininterrumpida.
Durante mucho tiempo, cada vez que surgía una duda sobre lo que significa zona, tradición e ininterrumpida había una demanda de los antitaurinos aduciendo: “Allí no hay tradición”, “Esa no es una zona” o “No es ininterrumpida”.
Así, de proceso en proceso judicial se fueron definiendo. ‘Zona’ significa departamento; ‘tradición’ significa cultura e ‘ininterrumpida’, memoria taurina; el simple hecho de que hubiera peñas taurinas aunque no hubiese una plaza de toros establecía el hecho taurino.
Nadie pretendería dar corridas en París o en Estrasburgo pero después de todos estos juicios los antitaurinos perdieron definitivamente la batalla porque los conceptos que definen dónde es legal la tauromaquia en Francia quedaron perfectamente establecidos sobre el concepto de que la tradición ha forjado la cultura de esos pueblos que es distinta a la de otros lugares.
Hace unos siete años se modificó la Constitución de Francia y ahora se permite que un grupo de ciudadanos solicite que una ley se declare inconstitucional. Los antitaurinos aprovecharon eso para demandar ante el Consejo Constitucional (CCF) que se había establecido una diferencia entre distintos lugares en vez de la uniformidad e igualdad entre todos los ciudadanos franceses y que una ley de excepcionalidad no respeta la Constitución.
El fallo final del CCF dice que esa noción de igualdad no contradice que pueda haber decisión judicial, legislación o jurisprudencia que tenga en cuenta la tradición o la cultura local de ciertos departamentos en cuanto a sus deberes y derechos.
Para ello se utilizó un argumento que nada tiene que ver con la tauromaquia, sino más bien con la relación entre el Estado y la Iglesia, que están completamente separados pero que en una región de Alsacia, en el noreste francés, no se aplica por complejas razones históricas. El argumento fue que lo que se puede aplicar a un tema religioso se aplica a algo menos trascendente como la tauromaquia.
─ Es una sentencia importante porque interpreta conceptos que provienen de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789 y los aplica a una controversia en el siglo XXI.
Exactamente. La igualdad de los ciudadanos, conquista gloriosa de la Revolución Francesa, define el campo de acción de la ley, que puede tener aplicaciones distintas en función del principio de la diversidad cultural.
─ Usted es filósofo, dirigió una facultad universitaria de filosofía en Francia y encontró la base filosófica de la tauromaquia.
Al escribir mi libro Filosofía de las Corridas de Toros, mi objetivo no era defenderla; era comprenderla, ilustrarla y tratar de esclarecerla. Se publicó el 2007 pero lo escribí alrededor del año 2000 y no había en aquel momento un movimiento antitaurino como el de ahora.
Uno de los principales enfoques era comprender qué significa la ética de la tauromaquia en el mundo de hoy y qué representa su particular estética.
Defiendo la idea de que ser torero se define por una ética que comparo con la del sabio antiguo; es decir, una ética que supone, de un lado, una forma de ser desapegado de los acontecimientos, así como de las emociones y su expresión y por eso la comparo con la sabiduría del sabio estoico.
Tomé como ejemplo dos figuras que ilustran esa sabiduría y forma de ser, de manera contrapuesta: Paco Ojeda y José Tomás. Me parece que representan dos maneras de encarnar la idea de libertad y siendo, como son, dos toreros de aguante, interpreté ese término como resistencia para conquistar su libertad.
En Ojeda, la libertad era para conquistar el espacio y convertirse en amo y señor de sí mismo y de su propio mundo; el dueño del espacio del ruedo que transformaba al toro en un animal domado, más que dominado; la libertad del conquistador.
Tomás, por el contrario, encarna lo que yo llamé libertad interna; lo opuesto que Ojeda: reducir el espacio propio a casi nada porque él vive en su espacio interior.
Así desarrolle el concepto de que los toreros resisten para alcanzar su libertad, externa o interna.
También me ocupé de la ética de los toreros y de los 10 mandamientos éticos necesarios para ser torero.
─ ¿Y en cuanto a la estética?
Desde el punto de vista de la estética, profundicé en lo que me impactó desde la primera vez: que no es un arte de representación sino más bien de pura presentación. Es decir, que no se representa la realidad sino que debe encarnarse en esa realidad. Pero al mismo tiempo hay una distancia con la realidad porque el arte consiste en transformarla. También definí el instrumento del artista, que no es el toro. El toro es su adversario; el instrumento es la embestida del toro. El torero tiene ante sí dos cosas distintas: el toro, su adversario, al que debe dominar y una compañera, la embestida. Porque desde la revolución de Belmonte, el torero no tiene que evitar la embestida sino utilizarla para transformarla y crear belleza.
Todo el análisis de la estética del toreo se basa en esa manera de transformar, de humanizar una materia animal como es la embestida del toro.
─ Hay dos temas; primero, el arte. Cuando Marcel Duchamp envió un urinario como obra de arte a una exposición, cambió por completo el significado del arte. Segundo, los antitaurinos niegan el concepto de arte en el toreo. Pero en todo caso, el concepto de Duchamp, que es la idea moderna del arte juega a favor de concebir la tauromaquia como arte para los que lo entendemos así.
En efecto. He escrito varios artículos sosteniendo que el toreo es un arte contemporáneo porque es el arte de la presentación y no de la representación. Pero, por otro lado, obedece a los cánones clásicos de la belleza del siglo XVII y XVIII por su armonía y por producir el máximo efecto a partir de un mínimo de movimiento y de espacio.
Considerando la historia del arte, la tauromaquia es un arte contemporáneo que no separa su representación de la realidad. Presenta la realidad como si fuera una representación pero al mismo tiempo obedece a conceptos clásicos de belleza, equilibrio, de formas armónicas y de elegancia del movimiento.
─ Otro tema, como bien lo ha definido usted, tiene que ver con la presentación y no la representación porque está presente la muerte, lo que no entienden aquellos que no gustan de la tauromaquia. Al ser humano moderno le horroriza la muerte; no quiere ni verla. Cierto que a todos nos gusta vivir y que esperamos la muerte lo más tarde posible pero ¿porque nos cuesta tanto aceptarla como algo natural que a todos nos sucederá?
También es un tema que traté en mi libro Filosofía de las Corridas de Toros pero aún más en la película que hice: Un Filósofo en la Arena. En esa película es el tema principal; se hace notar que la muerte ha desaparecido de todos los pasajes de la vida moderna, como si fuera algo vergonzoso. Nos avergüenza tanto la muerte que muchas personas mueren en numerosos hospitales, en soledad. Ese ocultamiento que hoy se pretende amenaza a la tauromaquia por su presentación de la muerte real. Pero es, justamente, uno de los motivos por los que tenemos que conservarla, pues necesitamos tener presente en la mente la posibilidad constante de la muerte.
La posibilidad de la muerte del torero en el ruedo y finalmente, la necesidad de la muerte de cualquier ser vivo y el toro lo es. Por ello, no estoy a favor del indulto; por dos motivos. Uno, técnico: los toros indultados por lo general, no son los más bravos sino los que más duran y son más nobles o le gustan más al público por la cantidad de pases. El otro, porque el público lo ve simplemente como una recompensa al torero y al toro y no porque se busque preservar la sangre brava.
Creo que la regla es que el toro debe morir y el torero no. Muchas veces me preguntan ¿por qué debe morir el toro?
Respondo que hay varios motivos. Primero, por lo simbólico; la historia que cuenta el toro es la de cualquier ser vivo; ha vivido libre, defiende su libertad en el ruedo y debe morir como todos los seres vivos. Vivir y morir luchando es el ideal de cualquier ser vivo; por eso, que un toro salga al ruedo a luchar y no muera me parece contrario a toda la simbología de la corrida.
Segundo, porque me parece ético; es el momento de la verdad para el torero, donde debe mostrar su dominio sobre el toro, tirándose entre los cuernos. Sin ese momento final de riesgo para el torero, ética y estéticamente faltaría algo importante; una faena sin estocada me parece un coitus interruptus. La estocada al final de una faena brillante es lo que le da valor estético; es la coronación que cierra la obra y sin la cual no hay obra, pues quedaría inconclusa.
Muchas veces, tras un indulto me apena que después de una faena soberbia veamos salir unos cabestros tontos que se llevan al toro, en vez de ver una magnífica estocada. Porque éticamente quien tiene derecho a matar al toro es aquel que ha arriesgado su vida toreándolo; es lo que justifica una corrida de toros; sin ese riesgo que se expresa particularmente en la estocada, creo que la corrida carecería de sentido y difícilmente podríamos defenderla.
─ ¿El relativismo, esa forma de pensamiento de la gente moderna acabará con la tauromaquia o la transformará?
Son dos preguntas. Acabo de escribir un libro de filosofía que no tiene nada que ver con la tauromaquia: Apología de lo Universal. Allí defiendo la idea de que sólo una moral y una ética universalista, que admita la idea absoluta del bien y del mal puede defender la diversidad; es decir, que no podemos defender la diversidad cultural, de género, de orientación sexual, de raza o de etnia sin pasar a un nivel superior que permita coexistir a esas diversas culturas o formas de vida en un mismo espacio.
Si llamamos relativismo a la diferencia de culturas, sensibilidades, opiniones políticas o de fe, a partir del momento en el que reconocemos la universalidad de la humanidad que genera una moral universal, entonces no habría contradicción.
Lo que nos amenaza ─no solo a la tauromaquia sino a todo lo humano, en general─ es otra forma de relativismo, que es contradictorio porque es un relativismo absolutista: la idea de que no hay ni bien ni mal, ni valores absolutos; por ejemplo, valores humanos; que no hay diferencia entre el hombre y el animal, entre un ser racional y uno irracional.
─ Hay posiciones extremas en eso; incluso quienes despectivamente llaman especistas a los que distinguen entre el ser humano y los animales y hay filósofos, como Peter Singer, que sostienen que entre un caballo recién nacido y un niño recién nacido, de un día, hay que preferir al potrillo porque puede valerse por sí mismo. Un concepto que podría acabar con la civilización.
Por eso mi trabajo filosófico va contra todo eso. En mi penúltimo libro, Tres Utopías Contemporáneas, intento mostrar que lo que amenaza al humanismo es, de un lado, el animalismo que pretende ser una extensión del humanismo pero que en realidad es su negación y, por otro lado, el posthumanismo que sostiene que a partir de la técnica podremos incluso ser inmortales. Ambas tendencias son negaciones simétricas del humanismo.
La sabiduría tradicional que viene desde la época de los griegos distinguía tres tipos de fauna: debajo de nosotros, las bestias, animales mortales e irracionales; por encima de nosotros, los dioses inmortales y racionales; entre ambos, los hombres, racionales como los dioses pero mortales como los otros animales. Como sabíamos qué lugar ocupábamos, éramos conscientes de lo que no debíamos hacer: ni pretender ser dioses ─el pecado de Hubris─ ni considerarnos animales.
Por muchos motivos, en el siglo XXI esas barreras están siendo amenazadas. En ese libro intento explicar los motivos y la gravedad de esas amenazas. Esto no tiene nada que ver con la tauromaquia pero, a la vez, sí tiene que ver con ella.
─ ¿Será que la gente hoy en día ya no estudia filosofía y ha perdido el sentido?
Hay filósofos para todo, incluso para defender las cosas más absurdas. El momento que atravesamos es el peor para el humanismo. Como dijo Rafael El Gallo, hay gente para todo.
─ El Gallo lo dijo, justamente, al conocer a un filósofo. Cuando le presentaron a Ortega y Gasset y le dijeron que era un hombre que solo se dedicaba a pensar dijo, asombrado, que había gente para todo.
Ja, ja. Es cierto; así fue.
Retomo lo de los motivos que amenazan esas barreras y que se traducen en una amenaza al humanismo. Los enumero rápidamente.
Primero, el más profundo e importante es el decaimiento de las grandes religiones monoteístas, especialmente el cristianismo, que se basa en la oposición total entre el hombre y el animal.
También hay motivos científicos: el siglo XX fue el de la física y el XXI es el de la biología, con los grandes miedos y esperanza que causan procesos como la clonación y las modificaciones genéticas. Esos avances biológicos, como la neurociencia, no diferencian entre el cerebro humano y, por ejemplo, el de los monos; desde el punto de vista biológico la base material es la misma. La vulgarización de esos descubrimientos biológicos influye en eso.
Además, hay motivos políticos. Casi todas las luchas políticas y sociales del siglo XX, como la de clases, fracasaron contra el muro de la realidad. Hoy, al retomar esas luchas, las mismas se aplican a las víctimas de todas las víctimas, a la forma moderna del proletariado que son, para esas personas, los animales. El animal encarna, para ellos, el proletariado. Todos los conceptos inventados desde el siglo XIX por Marx y sus seguidores, los revolucionarios del siglo XX, se intentan aplicar a la diferencia entre el hombre y el animal porque, a su juicio, el animal encarna a la última víctima.