Incandescencia de ritmo y sapiencia
La voz de Nicomedes en cada décima que declama no tiene que ver con un lamento; en las antípodas de la pena, Santa Cruz ha recitado siempre un orgullo desafiante, su timbre grave y cálido como un carbón fulgurante les habla a todos los seres que no ven colores de piel, a quienes solo lo imaginan como un pequeño de barrio que el 4 de junio de hace 85 años nacía en La Victoria. Con papel y pluma en mano, inició su travesía en esa sucesión de días que todos denominan vida, pero que para él fue un eterno aprendizaje, que empezó en un colegio fiscal y terminó en la lejana España.
Quienes lo conocieron aún tienen en la retina aquella estampa morena difícil de confundir y ese mostacho espeso que se movía al son de lo que su boca decía para hipnotizar con su sapiencia. Todavía hay testigos de sus interminables tertulias: el catedrático y músico Octavio Santa Cruz Urquieta, sobrino del decimista, recuerda las lejanas tardes en la que sus tíos Victoria, Consuelo, César y un mozuelo Nicomedes empezaban sus debates sobre política, arte o ciencia.
El don de la palabra les corría por las venas, y el patriarca de la familia, don Nicomedes Santa Cruz Aparicio, un talentoso dramaturgo formado en Estados Unidos, los miraba como tesoros. En ellos depositó sus más preciados caudales: cultura y conocimiento, lo que daría fruto a un sensible muchacho que, con solo 24 años, le recitó a Porfirio Vásquez un poema tan exquisito que este decide integrarlo a un círculo cultural y artístico que cultivaría sus innatas facultades.
Siguiendo en la misma línea, dice Manuel Acosta Ojeda, destacado cantautor peruano y criollo de pura cepa, Santa Cruz ha demostrado que las cadenas de la ignorancia pueden llegar a romperse, pues sin haber pisado nunca universidad o instituto Nicomedes hizo de su vida una clase magistral: “Yo lo escuchaba hablar en más de tres idiomas, inglés, francés y japonés, tenía cientos de libros y de hecho todos los leía, así supo de Nietzsche, de Marx o de Schopenhauer”.
Fue esta vasta cultura que lo condujo hacia el periodismo. En 1958 publica en el suplemento El Dominical del diario El Comercio su primer artículo: “Ensayo sobre la marinera”. Le seguirían otros como “Marinera de término y término en la marinera” (1959), “Trece estampas de la marinera” (1960) o “La décima en el Perú” (1961). Su pluma y publicaciones extendieron sus dominios por el arte, el costumbrismo, la décima y el ensayo. En su incansable lucha por preservar el arte de sus ancestros tuvo en su hermana Victoria a su mejor aliada, quien compartía su cultura, su sangre y sus sueños, esos que germinaron en su casa de La Victoria, alrededor de una mesa, cuando eran los Santa Cruz diez hermanos unidos no solo por el cariño, sino también por la cadencia y el ritmo.
Con Victoria, en 1959, inician Cumanana, compañía cultural de teatro, danza y sonido de férreas raíces negras. Con su trabajo en conjunto el límite parecía el cielo, viajaron por todo el mundo, leales a sus preceptos.
En 1967, al visitar a su hermano Rafael, quien vivía en España, conoce a Mercedes Castillo, una guapa española a quien desposaría al año siguiente. Desde la península ibérica, Nicomedes siguió en lo suyo: difundió ese arte milenario que tuvo origen en África; si ya Lima había visto su brillantez inicial, en España se gestaría la plenitud de su talento. Allá son conocidos aún sus trabajos para medios como Radio Nacional de España.
Intenso como el sonido de la percusión que acompañó su obra, solo la muerte pudo alejarlo de lo que tanto amó, de su fiel y leal Mercedes, de sus queridos hijos Pedro y Luis Enrique, de sus hermanos y amigos, de la décima, del papel y la pluma. En 1992 la muerte se llevó su cuerpo, pero su talento persiste, con esa voz grave, festiva, que mueve, pero no lastima, capaz de hacer llorar, pero siempre de alegría.
(Dick Cáceres)
Fotos: Archivo Histórico El Comercio