Don Isaac Lindley: la filosofía de Inca Kola hecha hombre
Hace 25 años falleció uno de los pilares de Inca Kola, la bebida gaseosa preferida de los peruanos. Fue don Isaac el creador de la filosofía empresarial de la corporación Lindley y la convirtió en un exitoso modelo de gestión, tanto así que hoy es estudiado en la prestigiosa Universidad Harvard. Huellas Digitales rememora su paso por la compañía embotelladora de gaseosas más grande e importante del país.
La historia de Inca Kola no puede ser contada sin la presencia de don Isaac Lindley. Sin proponérselo el hijo menor del matrimonio Lindley-Stoppiane tuvo que asumir la dirección de la compañía en 1945. Eran épocas difíciles, ya no estaban sus hermanos mayores ni su padre José Robinson Lindley, el patriarca del imperio Inca Kola. Con 41 años encima este hombre de pequeña estatura pero de gran corazón, tuvo que sacar adelante el negocio familiar.
Para entonces ya estaba en las mesas de los limeños la famosa bebida de sabor nacional. Como se recuerda, después de varios intentos salió al mercado el 18 de enero de 1935, justo cuando Lima cumplía 400 años. Con don Isaac se adquirió la primera máquina automática que embotellaba 36 unidades por minuto, se cambió la botella con etiqueta por una propia con la marca en alto relieve, y se acuñó esta frase publicitaria: “Inca Kola sólo hay una y no se parece a ninguna”.
Con él se inició el proceso de expansión de la empresa a nivel nacional para lograr posicionarse y competir fuertemente con Coca Cola, que ya había llegado al Perú en 1936. Para conseguirlo estableció alianzas con: Casinelli en Trujillo- Piura, Panizo en Ica, Siu en Cusco y Arequipa, Martorell en Tacna y Moquegua, Higushi en la selva central.
Sin embargo, el reconocimiento más importante que se le atribuye a don Isaac fue su desvelo por el capital humano de su empresa y el respeto al cliente. En tiempos en que ello no importaba gran cosa al empresariado peruano. Él fue el creador de la cultura organizacional del imperio Inca Kola. Una filosofía orientada a la gente y que hasta el día de hoy perdura.
Los más fieles colaboradores de la compañía del Rímac, como Luis Paredes, lo recuerdan perfectamente. “Hay hombres de auténtica personalidad, que con profunda convicción y serenidad del deber que les imponen las circunstancias, hacen frente a las dificultades por complejas e intempestivas que estas se presenten. Ese fue el caso de don Isaac”, contó alguna vez.
Don Isaac era de aquellos hombres de negocios que no solo tenía ojos para la empresa. Su mayor preocupación era el bienestar de todos sus colaboradores. Cuentan que si alguno estaba enfermo, él mismo recorría semanalmente los hospitales para enterarse de su estado de salud y saber si le faltaba algo a él o a su familia.
Cinco años antes de su partida, soltó una frase que confirmaba una vez más su gran interés por sus colaboradores. “Me he preocupado siempre por el capital humano. El hombre debe disfrutar, así lo entiendo yo, de los bienes que requieren él y los suyos en un nivel de vida humana y civilizada, conseguidos con esfuerzo y trabajo”. Señaló en aquella oportunidad.
Gracias a don Isaac se instauró entre los trabajadores el respeto por el cliente. Él sembró la cultura del valor al servicio. Alguna vez su nieto Johnny Lindley Suárez confesó: “Fue mi abuelo quien concibió y desarrolló lo que hoy es nuestra cultura organizacional, que se basa en una preocupación genuina por la gente”.
Precisamente por ser un modelo de gestión llamó la atención de los sectores académicos. Fue en 1997 cuando la prestigiosa Universidad de Harvard reconoció el éxito de la empresa y decidió incluirlo como materia de estudio para los alumnos que cursaban el último año de la carrera de Administración de negocios. El pecho de los orgullosos Lindley se hinchaba cada vez más.
El 18 de octubre de 1989, El Comercio informaba una pérdida lamentable, había muerto don Issac Lindley a los 85 años. No solo se había ido uno de los empresarios más exitosos del país, sino un gran ser humano que hasta el día de hoy vive en el recuerdo de quienes lo conocieron y lo llamaron “míster”.
Foto: Archivo Histórico El Comercio