El siniestro McVeight causa terror en Oklahoma
La mañana del 19 de abril de 1995 transcurría como un día normal en la guardería del edificio de gobierno Alfred Murrah, sede de gobierno de Oklahoma. Algunos niños lloraban, otros jugaban. Por su parte los empleados cruzaban sus primeros comentarios sobre la jornada laboral que estaba por empezar. Mientras, a pocos metros de allí, un ex combatiente de la Guerra del Golfo estaba por consumar un bárbaro acto criminal sobre su propio país.
La terrible detonación, provocada por un camión cargado con 2.300 kilos de explosivos, partió la estructura del gigantesco edificio en dos, como si un gigantesco cuchillo hubiera caído desde el cielo llevándose abajo toda la fachada. Lunas destrozadas, autos incendiados, parquímetros colgados en árboles; humo y fuego: el panorama era desolador. La onda expansiva se había percibido a 50 kilómetros. De la guardería solamente quedaban escombros y muerte. Fueron 19 niños los que perdieron la vida y 168 personas en total las fallecidas.
Inmediatamente los aparatos de inteligencia empezaron la persecución de los responsables. Videos y testigos dieron los primeros datos sobre los supuestos organizadores de la masacre, quienes con malévolo cálculo habían escogido las horas de la mañana para el brutal atentado. Eran conscientes que en esos momentos el flujo de personas aumenta en el edificio Alfred Murrah.
“Creí que era un terremoto porque el edificio crujió de arriba a abajo… En la quinta planta, a nuestro lado, se abrió un agujero: mirábamos para arriba y se veía el cielo. Mirábamos para abajo y se veía la calle… Corrimos hacia dentro y hacia la salida sin pensar en más…”, contaba uno de los afectados.
El temor de un ataque masivo provocó que en Washington se reforzara la vigilancia en la Casa Blanca y el Capitolio. En pocas horas el FBI identificó el vehículo en que huyeron los atacantes. Los agentes de seguridad determinaron que se trataba de dos hombres de raza blanca y empezaron la cacería. “La justicia será rápida, determinante y severa”, prometió el presidente Bill Clinton.
El 20 de abril las autoridades confirman la detención de dos sospechosos; y el Gobierno asegura que solicitará para ellos la pena de muerte como sanción. Uno de los autores del atentado, Timothy McVeigh, fue capturado el mismo día de los sucesos, a unos 100 kilómetros de la ciudad de Oklahoma, por conducir con exceso de velocidad.
El otro sujeto, identificado como Terry Lynn Nichols, se entregó voluntariamente un día después del ataque. Cuando McVeigh, de 27 años, con el pelo rapado y de frías facciones, apareció brevemente en la calle esposado y con el uniforme naranja de los presos federales, el público le gritó “¡asesino!”. Dos años después, el 13 de junio de 1997, fue declarado culpable y condenado a muerte. Por su parte Terry Lynn Nichols fue sentenciado a cadena perpetua por 160 cargos de homicidio.
El perfil de McVeigh
McVeigh tiene el rostro de la frialdad. Nació en 1968, fue tímido en la escuela, pero inteligente según sus compañeros. Sólo tuvo una novia en su época escolar. Como el mismo declaró no tenía la magia de la palabra para conquistar a las chicas. Antes de ir a la guerra se incorporó a un grupo de fanáticos que pensaban que Estados Unidos estaba en constante peligro de ataque. Ese pretexto lo llevó al uso de las armas y a sostener una ideología de guerra permanente en su espíritu.
Antes de su ejecución el psiquiatra aseguró que se trataba de una persona normal, que se había cargado de odio y resentimiento. Él mismo lo confesó mientras estuvo detenido. El violento desenlace de los davidianos en Waco en 1993 –ocurrido también un 19 de abril- había acelerado su afán de venganza contra el gobierno.
Timothy McVeigh, experto en técnicas de demolición y veterano del ejército, había sido condecorado con la Estrella de Bronce por su participación en la Guerra del Golfo. En el 2001 fue ejecutado por medio de una inyección letal en la prisión federal de Terre Haute, en el Estado de Indiana.
McVeigh, de 33 años, caminó impertérrito desde su celda a la cámara de ejecución. Allí lo sujetaron a una camilla y fue cubierto con una sábana hasta el pecho.
McVeigh dejó escrita de su puño y letra una poesía titulada “Invictus”, como un mensaje lleno de arrogancia y cinismo: “Soy dueño de mi propio destino; soy el capitán de mi alma”, dice parte del poema.
Varias dosis de sustancias químicas letales fueron inyectadas a través de su pierna derecha. “McVeigh respiró varias veces profundamente, comenzó a mirar hacia el techo y sus ojos se pusieron vidriosos”, señaló uno de los testigos. El criminal de Oklahoma fue declarado muerto a las 7 horas 14 minutos hora local, cuatro minutos después de aplicarle las inyecciones.
El presidente George W. Bush expresó en la Casa Blanca que McVeigh había elegido su propio destino hace seis años, cuando hizo detonar la bomba. “No se trata de un acto de venganza, sino de justicia respecto de las víctimas del atentado en Oklahoma. Para la ley norteamericana, el caso está cerrado”, señaló Bush. ”
Miguel García M. / Archivo
Fotos: Agencias/ Archivo Histórico El Comercio