Al pueblo mochica con emoción
Llego a Lambayeque con emoción. Con la emoción de saber que fue aquí, en estas tierras del Señor de Sipán, del Señor de Sicán y de todos esos nobles que impregnaron sus vidas de refinamiento, se empezaron a gestar los primeros sabores del cebiche.
Llego aquí emocionado de sentirme parte de una cultura que rendía culto a sus alimentos y que tenía a un cocinero, Ochocalo, entre los personajes míticos de su corte.
Llego emocionado también por poder sentir en cada esquina que, a pesar de los siglos, ese sentimiento por cultivar y amar lo suyo no solo no se ha perdido sino que se ha instalado en el corazón de un pueblo lambayecano que hoy valora su cocina con la misma veneración que aquellos grandes señores de antaño valoraban sus tesoros.
En las tierras del loche con Héctor Solís.
Porque para el pueblo de Lambayeque -que nadie lo dude- nada representa mayor honra que el saber cocinar lo suyo con destreza. Porque en este Lambayeque lleno de retos propios del siglo 21 ser cocinero es sobre todo eso: un autentico honor.
Y eso lo sabía el abuelo del gran Héctor Solís, fundador de esa estirpe familiar que hoy, en su tercera generación, sueña con llevar los sabores mochicas por el mundo.
Eso lo sabia el padre de Héctor, quien comprendiendo que esa gran cocina merecía un gran marco para homenajearla, decidió fundar el restaurante Fiesta. Y eso también lo supo el mismo Héctor, nuestro anfitrión en esta parte del viaje, quien, ya al mando del negocio y convertido en una suerte de novísimo conquistador mochica de nuestra era, hoy asume el rol de representante de su cultura, dando a conocer dentro y fuera de sus fogones las maravillas culinarias que el pueblo mochica tiene para ofrecer.
Y eso lo saben todos los cocineros de este hermoso Lambayeque. Cocineros de raza y estirpe que en Monsefú, Ferreñafe, Motupe, Santa Rosa, Mórrope, puerto Eten y Pimentel, y muchos pueblos más, van dando vida diaria a arroces con pato, chinguiritos, espesados, secos y, por supuesto, cebiches que solo saben regalar alegrías a quien los prueba.
Pero, sobre todo, eso lo saben todos los pequeños agricultores y pescadores de esta tierra, quienes con su trabajo diario dan vida a esta gran cocina que simplemente no sería posible sin sus productos.
Por ello es imprescindible que quienes disfrutamos con estos sabores del norte no olvidemos nunca y valoremos como se debe el hecho de que si la cocina de Lambayeque existe es gracias al divino loche, al ají cerezo, al arroz de Ferreñafe, al pato mochica, al perfumado culantro, a la arveja norteña, a la yuca, a las caballitas, a la guitarra, a la raya y a las palabritas que día a día nos llegan del campo y del mar gracias a estos personajes anónimos que hoy más que nunca merecen un justo homenaje.
En el mercado de Moshocqueque con la señora Yolanda Mecha, la del mejor chinguirito.
Es así que iniciamos este recorrido por el hermoso departamento de Lambayeque, tierra de inmensos tesoros aún por descubrir. De historia milenaria aún enterrada en sus inmensas huacas disfrazadas de montañas. De inmensos bosques llenos de vida hoy al fin salvados de la depredación insensata del ser humano. Tierra de una agricultura que hoy empieza a florecer, pero que aún cuenta con inmensas oportunidades por desarrollar. De parajes como el Chaparrí, capaces de generar un moderno turismo en donde la belleza, la cultura, el placer y el ambiente se convierten en un solo ganador. Pero, sobre todo, tierra de grandes hombres y mujeres que, sin perder su eterna humildad, viven orgullosos de lo que fueron, de lo que son y de lo que algún día serán.