Bajada de Reyes
Creo firmemente que los delitos no deben quedar impunes. Especialmente aquellos relacionados con drogas. Sin embargo, también creo con la misma firmeza que el ser humano puede redimirse y volver a empezar, una y otra vez. Sé que mucha gente y muchos gobiernos están a favor de la pena capital. Yo que he sido víctima de la violencia y hasta le he seguido la pista a la muerte en dos guerras, no logro aceptar que una persona pague con su propia vida un error, por más grande que este sea. Tampoco me parece que es la mejor solución para acabar con el problema de fondo. “Quién no ha cometido pecado que tire la primera piedra” dijo el hombre más sabio que pasó por este mundo. Yo escondo la mano.
A continuación he colgado la columna publicada en la edición impresa de este diario sobre el caso de Reyes Amasifuén Tello, el peruano que ha sido condenado a la horca en Malasia. Tengo otros detalles que compartiré con los viajeros de esta nave después de leer sus comentarios. Quiero pensar que no me estoy equivocando.
Unos días antes de ser condenado a la pena de muerte por un tribunal de Kuala Lumpur, Reyes Amasifuén Tello que hasta entonces no se doblegaba ante nada ni ante nadie, se echó a llorar como un niño. Tras casi año y medio de reclusión, su juicio empezó irónicamente el 6 de enero de este año, el mismo día en que se celebra Bajada de Reyes.
Aquí la nota sobre la sentencia final
A Reyes lo conocí a fines del año pasado cuando viajé a Malasia para entrevistar a los seis peruanos detenidos por drogas que enfrentan la pena capital en ese país.
Fue el último de los reclusos que el guardia condujo a la pequeña sala pero a él no le sorprendió. “Siempre estoy al final”, me dijo de arranque. A diferencia de los otros cinco con los cuales ya había conversado y que rompieron en llanto, excusándose por sus faltas y hasta pidiendo perdón al Perú, Reyes me explicó su caso como quien narra una aventura.
Desde que llegó a la prisión ha sido el líder del grupo peruano y se compró todos los pleitos con tal de defender a sus compatriotas de otros presos. Reyes se declaraba huérfano. “Me hice solo desde muy chico”, argumentó. “Estuve en el ejército y combatí en el Cenepa”, contó con orgullo. Y aclaró sin dramatismo que “no le tenía miedo a la muerte”. Quizás porque nunca tuvo nada que perder en la vida.
Pero Reyes nunca se quedó solo, ni en Malasia. Un equipo multinacional se formó en torno a él. Sus defensores sin sueldo son la abogada australiana de raíces italianas Tania Scivetti Sandu y su colega malasio pero de origen indio Tharamjit Singh. Lorraine Marina Bottreau, radicada en Malasia pero de nacionalidad argentina, fue su intérprete y además su consejera en el juicio. Y Carlos Vásquez Corrales, el cónsul peruano que nunca quiere aparecer en las publicaciones, asumió el caso con genuino esmero. Todos ellos reconocen que el delito no puede quedar impune pero tampoco debe pagar Reyes con su vida.
Por narcotráfico, las penas en Asia suelen ser excesivamente caras. Reyes aceptó transportar en el estómago 1.114 gramos de cocaína repartidos en 116 cápsulas a cambio de 3.000 dólares. Cargó la droga en Buenos Aires y pasó sin problemas los controles aduaneros. Le aseguraron que el trabajo era fácil.
Cuando su avión aterrizó en Kuala Lumpur, la policía ya había recibido un soplo. Una de las tantas modalidades para ingresar drogas consiste en denunciar a un burrier de poca monta para distraer a los agentes de seguridad. Por lo general, otro mejor conectado con la banda y que carga la valiosa mercancía, llega en el mismo vuelo o en el siguiente, y pasa ileso. Pero ese no gana 3.000 dólares como alguna vez le prometieron a Reyes.