El extraño reino del azar
Aquello que llamamos “azar” no es sino la ignorancia sobre la extraordinaria y compleja maquinaria de la causalidad, decía Borges y lo citaba en un artículo reciente. Maravilloso es el destino que disfrazamos de azar y que tiene la sustancia del milagro.
Cuando en el taller de historias analizamos “Rayuela” (Cortázar) solo pensaba en ese detalle, quizás la minucia dentro de aquella gran novela lúdica. Pero el azar y el destino me sorprenden siempre, como me sorprendió aquella vez que en una clase de Filosofía un profesor sugiriera la existencia de un mito sobre el destino, el azar y el amor. Según él, existe una antigua leyenda que afirma que cuando Dios creó al hombre, lo hizo bifronte, dos seres en una unidad, el hombre y la mujer. Pero por un descuido divino, el hombre y la mujer colisionaron contra un astro fugaz y se separaron en el Cosmos y, desde entonces, no hacen más que buscarse. Dos mitades exactas, únicas, buscándose. Solo eso.
Bueno, por lo general, las piezas dispersas siguen volando y nunca se encuentran. El azar rige y no el destino. La parte exacta quizás habite en una región lejana, quizás muy cerca o quizás termine por reunirse y volver al origen. Algunos nos entusiasmamos con esa extraña leyenda que, aún hoy y por mis indagaciones, no sé si es que fue una invención.
El tema es que en “Rayuela”, Horacio Oliveira y La Maga son una pareja peculiar, parecen ser aquellas piezas perfectas. Aunque en este caso, confieso que no es el azar sino el destino. Ambos se citan pero nunca precisan el lugar del encuentro… pero se encuentran siempre. Donde caminen, en las mañanas o en las noches más densas, entre puentes y callejas, se encuentran y cada coincidencia sutil es un genuino hallazgo en una ciudad de 9 millones de habitantes. Nada es menos casual que la casualidad, habrá de decir Horacio.
Tal fortuna se cernió sobre el mismo Cortázar aquella vez que rechazó citarse con una admiradora que había llegado desde Buenos Aires a París y a la que el escritor creyó nunca volver a ver. Pero operó (como en la ficción) el mágico devenir del azar (o del destino). El autor deambulaba una tarde neblinosa por las calles parisinas y en una esquina donde precisamente Horacio y La Maga se encontraron coincidió con aquella mujer. No se habían citado, pero la inexplicable fortuna los reunió en aquel lugar. La ficción se trenzó brevemente con la realidad.
Ella y él se miraron con estupor y fijeza, pero brevemente. Siguieron su camino. Quizás Cortázar perdió irremediablemente su oportunidad, quizás ella también. En Rayuela el misterioso azar (o el destino, digo hoy) es el eje de la historia como lo suele ser en la inefable realidad.