La vida y la novela
Mi buen amigo R sostiene que la novela ideal es una réplica de la vida. Pero a mí me interesa más la vida, que esta tenga los elementos de una novela fascinante o, por decir, “hacer de la vida una novela o más, una obra de arte”. Cosa bastante difícil por lo prosaico y banal que nos rodea.
Mientras sumaba algunos cúmulos de conocimientos a los que tenía sobre Eielson (cuando preparábamos un especial en un suplemento cultural sobre el gran poeta y pintor) reparé que la vida puede ser nuestra mejor obra de arte. Y no es que la mejor vida esté libre de plañideras, pero no hay una existencia digna sin intensidad. De hacerla rica se trata y no de andar dormidos. Ese es el despertar, el que nos sorprende mirando hacia afuera. Quien practique la meditación sabe lo que es el despertar de la conciencia, mirar hacia adentro. Sin embargo, mi fascinación ve en los exteriores. Prefiero el color y la textura de un objeto que las imágenes de esa cueva a la que me cuesta entrar cuando lo intento.
Decía hace unos días que soy una suerte de ávido devorador, que la levedad o la ligereza nos empobrece y que en lo más nimio deberíamos permanecer atentos. Quien se bebe de un sorbo una bebida fresca mientras piensa en sus deudas es un necio, quien la paladea como si fuera su último refresco es poco menos que un sabio. Carpe Diem, decía Horacio. Y, al decir, verdad no hay mejor manera de darle de coces a nuestros enemigos que volcarnos decididamente a la experiencia de estar alegres y pasarla bien. Y no es que sea fácil. Lo diré yo.
La vida debe imitar al arte. Cuando ocurre a la inversa nos dejamos capturar por el realismo ramplón. El profesor nos sugirió imaginar una vida novelesca con todos los elementos de nuestra cotidianidad. Pensé en las tentaciones, los paseos, las pasiones que me sacudieron, mi avidez loca por la literatura, la Historia, el arte, la gastronomía….Considero que la lista del menú fantástico es infinita. Dice Z que estoy medio loco por tentarlo todo a la vez y tiene razón. Soy un sosegado paseante, pero no por sosegado, distante de las pautas de Erasmo. Recomiendo “El elogio de la locura”. Vade retro, aburridos doctos. Por más que leído estoy lejos de las arrogantes élites intelectuales. Lo mío es vivir, vivir a secas. Los libros no me sirven para nutrir neuronas sino para vivir. Eso mismo.
Además, cuando me apasiono en el goce y el dolor soy intenso, no hay lugar para la ligereza o la medianía. Esos elementos debía conjugarlos con decenas de experiencias extremas en la traza de un boceto de novela que, además, tratara sobre la vida de un poeta. Una novela sobre poetas, novelistas y círculos literarios, ambientada en Lima de los 80.
Es de ese trajín que nació o sigue naciendo la novela que erijo como un palacio en el que he de habitar y que he dado en titular provisionalmente “La danza del fuego”.
Según R, si un personaje no vive peligrosamente no vive. Darle un color de escasos matices a mi historia es construir un protagonista peculiar y cuya vida no sea más que una exageración, algo que procuro casi infructuosamente hacer con la vida de su autor, la mía.