Editor
Antiguamente, dice el profesor, los jóvenes escritores lidiaban con las grandes editoriales. Era casi a plenitud improbable que alguna de ellas los publicara. Una virtud del sistema era que no cualquier advenedizo publicaba su obra gracias a su peculio. Un defecto grave era que buenos novelistas y poetas carecían de mecanismos para darse a conocer.
Muchos de los grandes escritores de culto y reverencia, hoy serían inéditos y hubieran culminado su existencia con cientos y miles de páginas brillantes en la oscuridad de su gaveta. Quizás me importa más la consecuencia que la ventaja porque es, finalmente, el lector quien elige qué libros comprar.
Las grandes editoriales se rigen por el criterio de las ventas y, por tanto, una estrella sin mayores luces literarias podría publicar sin obstrucción y vender como se vende el pan de la mañana, lo que no ocurriría con Perico de los Palotes, un Don N con las dotes de García Márquez, pero sin las marquesinas ni la fama por delante de un gran actor de telenovelas…
Así, en estos tiempos de editoriales independientes Perico de los Palotes puede recurrir a algunos de esos entusiastas editores para publicar y difundir su obra aunque medie su propio financiamiento. Claro que hay, aunque muy pocos, editores pequeños con vocación de mecenas, que la hacen linda subsidiando al escritor que ellos creen talentoso. Su misión no es más que servir a las letras y su ánimo no es más que la rebelión (aunque cubran tal propósito con su propio peculio). Son mis héroes, los genuinos paladines de la literatura moderna. Quien tenga buena fortuna los hallará o ellos lo hallarán a él.
X asegura que no es extraño que las grandes editoriales ni siquiera presten su tiempo para leer un manuscrito. Algunas lo harán por inercia. Los lectores contratados aplicarán sus criterios (discutibles siempre) para negarle el paso a una gran novela o a un buen libro de cuentos. No es novedad, ocurre y ha ocurrido siempre y en cualquier latitud. Ulises, de Joyce, fue rechazada con críticas irreproducibles. En busca del tiempo perdido, de Proust, fue descartada sin conmiseración.
El señor de las moscas, de Golding, fue rechazada veinte veces. La primera novela de Pearl Buck fue rechazada por todas las editoriales de Nueva York. Solo una y al fin del trajín aceptó publicarla. Agatha Christie batalló cuatro años contra los editores para ver su primera novela publicada. Stephen King estaba tan decepcionado que destruyó su primera novela luego de que fuera rechazada infinidad de veces. Lo mismo hizo con la segunda y solo la tercera fue editada (Carrie, rechazada por más de 20 editoriales y que al ser publicada vendió 4 millones de ejemplares). Rudyard Kipling sufrió grandes humillaciones al principio.
La guerra de los mundos, de H.G Wells fue rechazada mediando una carta oprobiosa. Harry Potter fue rechazada por 12 editoriales y hoy produce millones de dólares en impresos, películas y parafernalia. El espía que surgió del frío, de John Le Carre fue rechazada y no le faltaron adjetivos a los editores para calificar a su autor. Le advirtieron que no tenía condiciones ni futuro literario. Hasta algunos de los grandes del boom latinoamericano encontraron trabas en sus pasos aurorales. Sus novelas, decían los lectores de las editoriales, carecían de condiciones. El olfato de algún editor o, simplemente el azar operó para que algunos de ellos vieran sus primeras obras publicadas.
X señala que los tiempos son otros y que ser escritor no se le está negado a nadie. Será la selección natural la que que haga su trabajo. Yo le replicó que la selección natural es un criterio válido en Europa, pero que en el Perú habrá de regir el espectáculo, la fama previa, el nombre antes que la letra. La calidad será lo de menos como es lo de menos cuando la publicidad pretende imponerse entre el escritor y el lector.