Palabras
“Recurran al diccionario”, dijo el profesor, alentando una práctica en desuso. En su teoría, el número de palabras aprendidas tiene un influjo directo sobre el nivel de inteligencia para el análisis. A más palabras más herramientas. “La inteligencia es lenguaje”.
Me propuse, más que acumular vocabulario, distinguir, saber deslindar un término de otro. Por ejemplo, convencer y persuadir. Se convence al entendimiento y se persuade a la voluntad ¿Alguien sabe que furor es una agitación interior, pero que furia es la manifestación hacia afuera de ese furor que nos estrangula?
El buen uso de las palabras precisa el pensamiento y el pensamiento lógico más concretamente. La facultad humana de conectar ideas, de coordinar la razón por medio de la sintaxis sirve de poco sin su materia prima, las palabras. Juan impreca, maldice, execra. Para algunos Juan hace lo mismo en los tres términos, pero no es así y quien no lo entienda no acertará en la definición de aquello que, en realidad, quiere decir para una buena argumentación. Por decir, la imprecación es la expresión vehemente del mal que se invoca contra alguno. La maldición es la invocación del poder de la divinidad o de ser supremo alguno para el daño de un mortal y la execración es la manifestación del horror y la repulsa que nos inspira una persona.
En la escena de una novela, los tres términos deben diferenciarse para expresar a cabalidad el contenido de la acción. Siempre hay una interpretación que se desprende del acto. Por ejemplo, la imprecación del personaje supone su propia debilidad. La maldición, aunque de la peor manera, transluce un deseo de justicia o venganza y la execración expone mucho rencor o animadversión.
Si bien, no hay buenas novelas sin el adecuado uso de las palabras; no hay razonamiento certero sin los términos de rigor. En una educación para la lógica y la creatividad de las palabras, la educación del lenguaje (más que las matemáticas, suprema abstracción), es fundamental.