Cómo escribir una novela
“Todo sirve para escribir una novela, incluso los hechos de la actualidad”, dice Martín F, mientras se limpia la comisura de los labios. Deja el chocolate a un lado e insiste en que leamos todos los diarios. Juan sostiene que mejor que la realidad es la novela, pues ella te dice más del alma humana que la coyuntura.
Insiste con “El extranjero” (el extraño, en realidad), de Camus. Lo ha inspirado para escribir “Los desposeídos”. Pero yo ya estoy cansado de escuchar la historia de aquel escritor que ve lanzarse a una anciana al río sin hacer nada, sin preocuparse en salvarla. Yo tengo un as bajo la manga. Se trata de “Las montañas de D’ Ors”, de Francois Mallet. La leí hace algunos años y la releí recién a propósito del taller.
En aquella historia, Junght se enamora de Valeria. La busca, se humilla para llamar su atención, pero ella no se somete a la oferta del desdichado. Este logra apenas su amistad con cortapisas, forzada. Él se enferma y ella permanece indiferente, le importa poco su gravedad. Cuando Junght quiebra ella no se inmuta, tampoco cuando él es apresado. Valeria no lo visita, pese a los llamados de aquel. El personaje abandona el mundo para dedicarse a predicar como Jonás, pero no es oído, será la nueva voz que predica en el desierto. Los oídos se tapan frente a él, el universo rueda con él y seguirá rodando sin él.
Finalmente, Junght decide morir. El fin en los acantilados será casi una reivindicación. Ella sabe de la determinación del sujeto, pero no sabe el lugar y la fecha.
Por casualidad, Valeria se encuentra con Jught cuando éste está a punto de saltar. Permanece imperturbable. Él se crispa, más que por su pronto destino, por la gelidez de aquel alma que apenas lo ve. Junght le dice que “no saltará solo si es que ella se lo pide”, pero Valeria elude una respuesta, no hay un rictus en su rostro y, al final, lo deja caer.
Llama la atención la fanfarria y el derroche de alegría y de risas de la protagonista en la Fiesta de Fin de año del día después. Junght será la sombra pálida que nunca existió, al menos en la perspectiva de esta inefable protagonista de la novela.
La de Mallet es una obra que invoca la humanidad, los sentimientos, los vínculos profundos en un mundo ganado por el egoísmo, la indiferencia y la levedad.
Esa es la filosofía que me importa, le digo, mientras Martín se empeña en deglutir el dulce sin escuchar.