El bien y el mal en "El alma buena de Szechuán"
No existe una ficción capturadora sin un personaje que rebase los límites. Pero en la realidad el mal no es tan tentador y siquiera admisible. Una obra de Bertolt Brecht, “El alma buena de Szechuán” (en el Centro Cultural de la Pucp y bien dirigida por Urpi Gibbons) nos induce, acaso, a remojar las barbas de nuestra propia moral.
Shen-Té es una prostituta, sí, pero es en apariencia el alma buena que los dioses vienen a buscar en el mundo. Solo ella parece responder a toda inquietud, es generosa, surtidora de bienes. Pero ser bondadosa le trae dificultades para vivir en el mundo.
Es sometida al abuso y al engaño, a la mezquindad que lleva a la desolación. El otro yo, el extremo de la conciencia de Shen-Té la seduce, la llama a la dureza, a no ser pura entre bárbaros y a emplear los subterfugios del mal que, pareciera, la única manera de obtener justicia.
Puede escandalizar y Brecht no concibió la obra sino como una crítica al sistema, pero es un tema humano y por tal universal y sin tiempo. Dura dialéctica entre el bien y el mal, que puede ser comprendida mejor por aquellos que en reiteradas ocasiones han sido víctimas de la injusticia, el desaire o la marginación.
En una serie de Televisión, “Breaking Bad”, el personaje resuelve el problema como una anticipación para asegurar la sobrevivencia de su familia tras su muerte (tiene cáncer). Ingresa al universo de los narcóticos y se enriquece, pero va gustando del poder que le proporciona el mal. Es el mal por el placer, el goce de la transgresión. En la obra de Brecht es el dilema entre ser una abrumada víctima de los otros o ser quien dirige la orquesta a partir de su dureza.
Si bien, solo los santos son admirables, por su voluntad heroica tanto por su escasez, el espíritu humano es frágil y quebradizo, por tanto comprensible y abrazable sea cual sea su circunstancia. Un tema es justificar la aberración y otro muy distinta es comprenderla.