7 de agosto
Ayer ha sido un día de recuerdos.
He recordado cuando iba a Norte a finales de los 80. Llevaba una bandera que me regaló un tío muy querido. Buscaba un lugar arriba, pegado a uno de los bordes, para evitar los corontazos y las bolsas de orines que solían lanzarse durante los partidos mientras se escuchaba “¡Va a llover!” y se desataban las risas.
He recordado que el clásico más angustiante de mi vida -Estadio Nacional, 26 de marzo de 1986- no lo vi porque no tenía plata para la entrada. Pero lo imaginé minuto a minuto escuchando a Ysusqui, a Valdés, a Ossio Pastor, mientras Pocho hablaba de Marcos, del Diablo, de Seminario y gritaba frenéticamente ¡¡gol, gol, gol!!
He recordado la redacción alborotada, con el cierre de edición sobre nuestras narices, y la adrenalina guiando mis dedos sobre el teclado. Con la cabeza hecha un incendio, intentaba describir el golazo de Roberto, la noche del 27 de diciembre de 1995. El clásico del subcampeonato, cuando lo vimos al Capi con la crema por última vez.
He recordado a Ibáñez trepado del arco norte en Matute, a Chemo y al Puma alborozados, corriendo, y a mí yendo tras ellos, sin saber si además de pedirles una declaración, podía abrazarlos mientras les agradecía por esa tarde de bicampeonato.
He recordado cuando el Monumental era apenas bloques de cemento, fierros chuecos que sobresalían y un mar de tierra infinito. Y cómo Lavalleja me hablaba del Barcelona de Ecuador y un gerente de Gremco prometía que el estadio se pagaría con los palcos, con los conciertos, con la publicidad. Tanta mentira.
He recordado cómo mientras Rosario Central aniquilaba lo que quedaba del equipo tricampeón que tanto quisimos, abrí la laptop y me puse a escribir la crónica más triste de mi vida en una banca del Gigante de Arroyito, rodeado por unos niños rosarinos. El calor era insoportable. Solo quería que se acabe esa pesadilla.
He recordado muchas cosas. Los campeonatos que celebrábamos en el Superba o en Risso con amigos de la redacción. Las noches de bronca, las lágrimas, los insultos. El intento de soborno en Talara, a Walter Oyarce, a Pepito, a jugadores ignotos como José Kulisic y al Gordo González vomitando las barbaridades que tanto daño nos hicieron.
He recordado también la deuda impagable y el riesgo de quiebra, la noche de los penales a Sao Paulo, los goles de Piero y la estafa de Pino. A los Pacheco, Rocíos y Bravos de Rueda. La angurria de Gremco, la ineptitud de la Sunat y a los Leguía, hoy de regreso como si tanto destrozo cometido no hubiera servido de nada.
Pero he recordado también a Lolo, a Chumpi, a Cachito, al Ciego y hasta a Percy Vílchez. A la Lora Gutiérrez, Astengo, Galindo, Tovar y al Mariscal Da Silva. A Campolo y a Titina, a Terry y su compadre Rovay. A Lolín y al Chino Ruiz. Al Chale de los pases milimétricos. Al Colorado Cruzado. A José Fernández, Eleazar Soria, Cuéllar, Luna, Toyco, La Fuente, Bailetti, Calatayud, Uribe, Castañeda, Sartor y al Zorro Alva. A Muñante y a Techera. A Dimas, Correa y a Lucho Rubiños. A Honores, Dreyffus, Ormeño, al Chevo y a Juan Carlos Jaime. Al indescifrable José Cañamero. Al Trucha Rojas y al Panadero Díaz. Al Loco Quiroga y Lucho Reyna. A Chávarry, Carbonell, Gardella, Leo, Gastulo, JJ Oré, Cuéllar, Portilla, Nicolás Fuentes, Eduardo Aguilar, Raúl García y al Loco Vargas. Al Negro Galván, al Vagón Hurtado, Mayer y cómo Donny desperdició su pie derecho. A Miguelito Torres, Ñol, Vásquez y a Fito. Al Pato Cabanillas y a Víctor Hurtado. A Freddy Ternero, Javier Chirinos y los hermanos Galliquio. Al Puma, al León y a Nunes. A Kukín, Baroni, al brasileño Bira, al paraguayo Alvarenga, los hondureños Obando y Dolmo Flores. A Chemo y a Feri. Al gran Gustavo Grondona. Al Pato Letelier, Charún, Bravito, Trece, Perico Requena, Fidel Suárez y Markito Ciurlizza. Al inasible Eduardo Rey Muñoz. A Puchungo, Cervera, Suárez y Walter Escobar. A Carlitos Marrou, Óscar Ibáñez, al Ruso, Yupanqui y H.H. Ballesteros. A Crítico Zevallos, Piticlín, Revoredo, el Torito Araujo, Falashi, Asteggiano, al Cheta Domínguez, al Loco González y Tomás Silva.
Al Mudo, Carvallo y Aldito Corzo.
A los chicos del Sub 20.
A Raúl, Trauco y al querible Orejas.
A Esidio y al irrepetible Mauro Cantoro.
Al Beto por no cansarse en Cerro de Pasco.
A Rossi por aguantar los empujones del Camello.
A Balán por esos goles imposibles.
Al Germán Leguía de los relojitos y los sombreros.
A Juan Reynoso por tomar la decisión que le cambió la vida.
A Roberto por fabricar tanta felicidad.
También a don Roberto Scarone, al Mago Markarián, al profe Brzic, Juan Eduardo Hohberg, Comizzo, Pichicho Benavides, Marcos Calderón y Ángel Cappa. A Greenwell, Cuesta Silva, Bártoli y Arturo Fernández.
Al inolvidable Tigre Gareca.
A Mario Vargas Llosa.
Al doctor Alva, al Mono Solezzi, a Pajita, a Rafael Quirós, Jorge Nicolini y tantos otros que hicieron que la ‘U’ encontrara un lugar en el corazón de la gente.
Y al hincha. Ese que quiere al club sin condiciones.
He recordado todo esto y más tratando de definir qué significa la ‘U’ para quienes la sentimos como parte nuestra. Pero ha sido en vano.
La ‘U’ es la ‘U’ decía el Puma Carranza. ¿Y saben qué? No encuentro una mejor definición para todo lo que significa ser crema.