"Terror en el bosque", "El cultichoro", "Yurubí" y otros cuentos
Continue disfrutando de los cuentos envíados por nuestros lectoresTERROR EN EL BOSQUE
En las estribaciones andinas las avecillas del bosque vuelan alrededor de la humilde cabaña donde el pequeño Fermín duerme. Su madre Jacinta fue a Chasquitambo, para comprar carbón. El viejo Crisol duerme en el potrero. Los carneros corren en tropel rumbo al corral. Sobre un tronco se posa un atento buho, que contrasta con la exangüe mirada del viejo Pascual, bisabuelo de Fermín, quien vigila al bebe dormido.
El bosque se calla, los animales enmudecen. Crisol, presiente el peligro y eleva un relincho que despierta a Pascual, quien, con la agilidad de sus 87 años se reacomoda y cambia la guitarra por su vieja escopeta. Se coloca sus anteojos y observa. Un depredador nocturno se acerca, no se le ve pero se le siente. Pascual ignora que se trata de un enorme oso andino hasta que un gruñido le advierte el peligro. El plantígrado ahora está visible. Se trata del carnívoro de mayor tamaño. Sus garras son mortales. Es pardo negruzco. Sus ojos le brillan y el hocico le babea. El animal está a escasos metros de la cabaña donde Fermín duerme.
Pascual, escopeta en mano, intenta pararse, pero no, él sabe que la fiera lo atacaría. Pascual ve al oso, pero éste no a Pascual. El octogenario oyó decir que si “se hacía el muerto”, el oso no atacaría. Pascual colocó su escopeta en el suelo y se acomodó decúbito ventral cubriéndose la nuca. El oso se irguió imponente, olfateó y luego se puso de cuatro patas. Pascual, inmóvil vio que el oso iba hacia la cabaña. Paralizado por el terror rezaba para que el oso no descubriera al pequeño Fermín. Ya cerca a la cabaña, el animal volteó y fijó la mirada sobre Pascual y se le acercó. En ese instante, pasó por la mente de Pascual toda su vida, recordó su infancia, a su madre, a su esposa y a sus hijos. Pensaba, “No, los osos son animales curiosos, este no me hará daño, no seré su presa”. No terminó este pensamiento cuando sintió un resoplido detrás de él y un gruñido gutural que lo estremeció. Imposible moverse, si lo hacía era hombre muerto. El oso sentóse a su lado.
Pero sucedió lo que temía. ¡Fermín despertó! Lloraba de hambre. El oso, se irguió, olfateó y miró a Pascual. La bestia se dirigió hacia la cabaña atraído por el llanto. Cuando llegó a la puerta, volteó hacia Pascual, quien, de píe, le apuntaba con su escopeta de perdigones.
¡Hey, oso maldito, largo de aquí! vociferó, al instante que apretaba el gatillo. Los perdigones enfurecieron al oso. Este lanzó un gruñido carvernario y se abalanzó sobre Pascual, quien intentó “hacerse el muerto”, pero esta vez no le resultó, la fiera le dejó el dorso y el cráneo hecho jirones de un solo zarpazo.
De pronto apareció Jacinta, madre de Fermín, quien venía con dos cargadores y los sacos de carbón. Jacinta, intenta ingresar a la cabaña, pero los cargadores se lo impiden. Los tres arrojan al oso piedras y grandes trozos de carbón. Este, desconcertado por los gritos se alejó del lugar internándose en el oscuro bosque. Jacinta ingresó a la cabaña y rescató a Fermín. Los cargadores, cabizbajos y de rodillas observaban que Pascual no se movía. Pero esta vez no se trataba de una treta. Jacinta, se abalanzó sobre su abuelo, le palmeó las mejillas y le llamó por su nombre. Pascual yacía sin vida.
El viejo Pascual se marchó de esta Tierra y Crisol anunció un nuevo día bajo el cielo serrano. Aire puro, olor a tierra mojada y eucalipto.
Autor:
Julio Coz Vargas
DNI 07590889
EL CULTICHORO
Me llaman el Cultichoro porque robo libros. Así lo afirman aquellos de mente estrecha. ¿Acaso mi humilde bolsillo es culpable de no poder acceder a los precios absurdos ostentados por esas librerías tiranas? ¿Es que leer no es tan esencial como alimentarse? Como sea, los días del Cultichoro han acabado. Mi última hazaña exitosa fue obtener la obra cuentística total del maestro de ciencia ficción Philip K. Dick. Nada menos que cinco malditos volúmenes que me obligaron a hacer tres visitas en distintas librerías para poder completar la colección. En aquella vez casi fui atrapado, pero justo en el umbral de la salida, con la seguridad del lugar a punto de abalanzárseme, llegó al local un escritor archiconocido del folclor local, lo que sirvió de divertimento para mi eventual escape. Fue una lástima, porque hubiera podido aprovechar para hacerme de un libraco más y pedirle al digno visitante que me regalara una firmita, como para mantener viva la ilusión.
Ustedes pensarán que tal oficio es altamente censurable, y estoy de acuerdo con ustedes. Pero de no haber sido por esa práctica malsana, quizá nunca hubiera tenido oportunidad de acercarme a los grandes escritores de siempre.
Ahora, no contento con adjudicarme material para mí, también lo hacía para mis amistades. De forma indirecta compartía con ellos mis ideales por una literatura al alcance de todos. Ojo, tampoco crean que esté haciendo apología alguna a las prácticas criminales. Nunca develé a mis amistades que los libros que recibían como presente eran en verdad, digámoslo así, secuestrados por mis propias manos. Eso sí, jamás retiré de las estanterías título alguno de formato económico o de editoriales populares. Es que hay que contar al menos con una mínima cantidad de principios ¿no es así? En resumen, que fui algo así como un Robin Hood de los libros, más o menos.
Pero nadie es infalible, y me hice muy consciente de esa máxima un fatídico lunes de Enero. Aquel día, afuera de una conocida tienda en un centro comercial y listo para celebrar una victoria más, luego de haber rescatado de un sedentarismo polvoriento un par de volúmenes de Kafka, dos guardias me interceptaron y me capturaron, desplazándome hacia un largo corredor poco alumbrado, lejos del público, para terminar encerrado en un cuartucho lleno de fotos de personas con otros productos en sus manos, supongo yo, birlados. Lo que sigue es una maraña de recuerdos difusos agolpados unos contra otros: interrogatorios, auscultación de cavidades, miradas acusadoras, amedrentamiento verbal, fotos con libros en mano, policías verdaderos o apócrifos, espera insufrible por veredicto policial en carceleta de comisaría, escueto intercambio de experiencias con seudo colegas del oficio, llanto a moco tendido a efectivo policial verídico o ilegítimo para libramiento anticipado de pena carcelaria, absolución artificialmente compasiva de vuestro humilde servidor, regreso a casa sin ganas de volver a tocar nunca un libro en esta vida o la siguiente, entre otros sucesos de menor importancia derivados de lo antes citado.
Varios meses han pasado desde ese día, y si bien me he jubilado de aquella práctica, en toda tienda donde se ofrecen libros me reconocen siempre, gracias a la brillante idea de algún empleado de aquel lugar de subir a Internet las fotos que me tomaron, para regocijo del pueblo. Éstas se hicieron populares y mi rostro pasó a convertirse en burla local al par de días de su publicación. Todos encontraron absurdo y divertido el hecho que alguien arriesgara su libertad por unos insignificantes libros. Tal vez fuera absurdo, pero encuentro vital arriesgar la libertad corpórea en favor de otra más importante. ¡La de la mente, pues!
RAFAEL FLORES FIGUEROA
DNI 43284774
YURUBÍ
María-
Si mamá-
Quiero que me traigas lo que sobró de la cosecha
Pero –
Nada de peros, debiste haberme hecho caso e ir con tus hermanos; ve, si no quieres que te dé una buena zurra. María al escucharla salió de su choza como alma que lleva al diablo, no le gustaba para nada que que le pegaran con ese horrible san martin auchhh con solo pensar en eso se retorcia de dolor. Todos en su familia sabían que desde la muerte de su padre nada era lo mismo. los paseos al rio habían quedado rezagados para dar cabida a cosechas, trabajo y mucho mucho estudio; por eso sus hermanos habían viajado a lima. Que feo- se decía-la pequeña muchacha -¿ella,dejar su querida y adorada madre de dios de verdes parajes y hermosas aves para viajar a una ciudad como lima? LIMA, que ciudad tan fea con su tráfico y espantoso olor y…. en esos pensamientos estaba cuando llego a un claro, nunca antes lo había visto; seguro era un atajo. Camino a través de él con tranquilidad, tendría que apurarse si no quería que llegara la noche y con eso los ruidos tenebrosos, además porque hoy no habría luna -que suerte– se decía- y con ese paso apurado logró llegar a la chacra. Ese vasto espacio, espacio en el que antes había jugado, espacio en el que también estaba la tumba de su padre, Maria , apenada, empezó a recoger los restos de yuca que quedaban y asi empezó a cantar..
Alla por los campos de arroz por donde las cascadas suenan y los rayos truenan se esconde el atroz yurubí, bestia come …..
En eso María escuchó el llanto de una mujer a sus espaldas, al voltearse pudo ver la silueta de una mujer vestida de paja con el cabello negro como el ébano. María se llenó de una profunda pena porque al verla le recordó a su abuela y a su padre, ¿por qué? Ni ella misma lo sabía. Al acercársele se dio cuenta de que sus ropas estaban manchadas de sangre, llena de horror María le levanto las manos que estaban sobre su rostro.
¿Qué le pasa?
-El vendrá por mí -se repetía la mujer, totalmente aterrada, con los ojos desorbitados.
¿su esposo?
- Tenemos que correr, se acerca – repitió la mujer, que en un impresionante salto se puso de pie y cogió del brazo a María y se la echo en la espalda. María creyó que volaba, porque la mujer sorteaba árboles y ramas.
Mi clan acampaba, cuando ese yurubí irrumpió en el bosque, destrozo a todas,…… solo quede yo…. – en ese momento se escuchó un ruido y un golpe las derribo. María asustada dio la vuelta y se vio a un horroroso ser, escamoso, no parecía hombre era esos alienígenas que veía en la televisión de Lorenzo.
Dame la wawa, asi entraras al cielo
La mujer hablo – María, corre , no des la vuelta, saludare a tu padre y le dare noticias tuyas, corre. La niña, asustada, empezó a llorar, el yurubí sonriendo empujo a la mujer y agarrando a Maria por el cuello la mordió -aullando de dolor, comenzó a patelear. El ánima, de un salto derribó al monstruo y volteándose a verla le dijo:
– Corre-
Maria, sin pensarlo dos veces comenzó a correr de prisa, llorando. No se dio cuenta del tiempo pero al chocar contra unos arboles vio que estaba en casa, su madre al verla le dijo -¿estas bien? María asintió y entro a casa. Al cerrar la puerta y acercarse a la ventana respiro profúndeme y rezó.
Stefany Flores DNI: 73091792 14 AÑOS
PADRES :
Juana Lucia Vega Montecillo DNI: 22416462
MUERTE FRÍA
Iba dejando un rastro de sangre en la nieve. No lejos de mí, los cadáveres de al menos 30 soldados se encontraban manchando de rojo el lugar.
Mi aliento caliente, a cada respiro, iba haciéndose frío. Mi momento estaba cerca. Una dura pelea se había dado hacía unos momentos a pocos metros de allí.
La constante tormenta de nieve estaba quemándome las manos. Estaba helado hasta los huesos. Por un momento, agradecí tener la herida en el pecho, dado que la sangre me calentaba, al menos por un momento.
-Emily…- dije con un suspiro. La herida no me dejaba hablar por el dolor que sentía al hacerlo. –Emily…- me limité a pensar. En todo el choque de espadas, movimientos desesperados de supervivencia, maldiciones y sangre en el aire, pude ver a Emily caminar entre todo ese infierno frío. Cuando la vi, llevaba un vestido blanco como la misma nieve del lugar. Al verla, me quedé estupefacto. Emily llevaba semanas enterrada bajo una cruz de madera hecha por mis manos. Había sido asesinada en nuestra propia casa por malhechores. Luego de llorar amargamente frente a su cuerpo, con mi cabeza apoyada sobre su pecho, juré que no descansaría hasta obtener venganza.
Y así lo hice. Luché con todo adversario en mi camino. Luché, luché y luché, hasta por fin encontrar a su asesino. Habiendo destruido otra aldea, dirigía a sus hombres hacia otra lugar que asaltar, llevando mujeres atadas para sus perversiones u otras atrocidades. Fue en ese momento que no pensé, sólo fui, embargado de furia y sed de venganza, que me habían mantenido vivo y caliente todo el camino. Cogí mi espada y empecé a pelear con cada uno de los que me separaban del asesino.
Fue después de derramar tanta sangre, que me encontré con él cara a cara. Corrí a su encuentro y asesté mi primer golpe. El asesino supo esquivarlo dado que era un buen espadachín a pesar de todos sus oscuros pensamientos y malicias. Luchamos por horas, hasta que nuevamente mi sed de venganza me ayudó a derribarlo. Teniéndolo a mi merced, puse mi espada desgastada, aunque aún con filo, en su garganta, lista a cercenársela, pero el cobarde asesino empezó a rogar por su vida.
En ese momento, vi nuevamente entre la neblina de nieve, a lo lejos, a mi querida Emily. Me sonreía dulcemente como siempre lo hacía cuando la miraba a los ojos. No pude hacerlo. Mis manos soltaron mi espada. El asesino me miró extrañado. –No morirás por mi mano este día.- le dije al darle la espalda mientras empezaba a caminar sin rumbo, lejos de allí.
Lo siguiente que pasó fue algo inesperado. Sentí un dolor muy fuerte en mi espalda que me derrumbó y al mirar, pude ver saliendo de mi pecho, la punta de mi espada. El asesino había acabado su trabajo. Confiado no observó que sacaba mi daga de mi bota derecha. Teniendo la ira nuevamente en mi cuerpo, me volteé rápidamente y clavé mi daga en su cuello, atravesándolo completamente. El asesino dejó de sonreír y cayó en seco a la nieve, tiñéndola de rojo.
Desde ese momento seguí caminando nuevamente sin rumbo. Mis manos se quemaban en el frío y me sentía helado hasta los huesos. Caí en la fría cama de nieve. –Emily…- articularon mis labios en mi último suspiro.
Soñé con Emily como siempre lo hacía. Pero esta vez ya no la veía sufrir. Esta vez ella me sonreía dulcemente como siempre lo hacía cuando la miraba a los ojos. Ese día soñé con Emily, pero esta vez supe que todo estaría bien.
Autor: Diego César Eduardo Saavedra Agurto
DNI: 47107727
EL SENTIDO OCULTO
—Entonces, ¿no es de nacimiento? —preguntó Ciprián.
—No —respondió Perico—. Cuando era niño, solía tocar una flauta en mi casa de La Victoria. Un día, mi hermanito, que es muy travieso, no sé de dónde venía corriendo. Yo no lo había visto. El caso es que me empujó con fuerza por la velocidad con que iba. Del impacto fui a caer al suelo del patio, y como aún tenía la flauta en la boca, se me introdujo hasta la garganta. En el hospital, a donde me llevaron, le dijeron a mis padres que el instrumento me había dañado las cuerdas vocales y…
—Y por eso tienes la voz aflautada.
—Sí… ¡Oye!, ¿y tú nunca has tenido accidentes?
—Hmmm… sí. Me acuerdo que un día estaba yendo a Gamarra a comprar un pantalón jean. Cuando ya estaba por bajar, el micro se detuvo una esquina antes de mi paradero. El cobrador se bajó de un salto para dejar pasar a los otros pasajeros. Al ver la vereda, observé que estaban todos menos el cobrador…
—¡Oye!, y a dónde se había ido.
—No se había ido. Lo que pasa es que justo en esa esquina había un buzón sin tapa, la gente decía que los choros se lo habían llevado, y el cobrador, del salto que dio, fue a parar directamente al desagüe…
—¡Pucha! ¡Qué piña!
—Sí, pues, y a pesar de que no llegó a ensuciarse mucho, solo los pies, apestaba horriblemente.
—Se embarró de churreta los zapatos, seguro.
—Por el olor cualquiera pensaría eso, pero no me di cuenta si ocurrió así porque ya había llegado a Gamarra. Y cuando me iba a bajar del micro, ese salado me cerró el paso pidiéndome de nuevo pasaje. Tuve que buscar mi boleto apurado para demostrarle que ya había pagado, y recién en la siguiente cuadra me pude bajar.
—Se quería desquitar con alguien…
—Sí, yo también pensé eso…
—Francamente, no es solo tu voz la afeminada, sino el cómo te expresas también.
—¡Oye!, ¿qué has dicho? —Perico levantó la mano izquierda amenazante.
—Ves, siempre tienes en la boca esa palabra —le respondió Ciprián retirándose unos quince centímetros para atrás, a fin de esquivar mejor cualquier posible agresión.
—¿Cuál palabra?
—«Oye».
—Y qué tiene esa palabra.
—Es muy femenina.
—¡Oy…!, ¡qué te pasa! ¿Desde cuándo las palabras tienen género? —se defendió Perico poniendo ambas manos en su cintura.
—Desde que se inventó la gramática, creo —argumentó Ciprián, pensativo.
—Pero yo no me refiero a ese tipo de género. Tú hablas como si las palabras tuvieran genitales.
—Si no me crees, escucha las conversaciones de las chicas, y siempre encontrarás esa palabra.
En eso se acerca Renata y saluda a ambos con un beso en la mejilla. Observa a Perico un tanto exaltado y le pregunta:
—¿Te pasa algo?
—No, nada. Solo estaba discutiendo con este tonto.
—Ah, ¿sí? ¡Oye!, y me pueden decir de qué discutían.
—De nada, nada que te interese —profirió Perico con celeridad.
—No quiere decir de qué discutíamos porque me acabas de dar la razón —alegó Ciprián ufano, esbozando una sonrisa.
—¡Que yo qué! ¡Oye!, pero si yo no he dicho nada. Además, ni siquiera sé de lo que hablaban.
—Ves, acabas de confirmar nuevamente mi teoría.
—¡Oye!, ¿estás loco? ¡Qué dices!
En eso, Perico, sumamente ofuscado, se retira, pensando: «Como si una mísera palabra pudiese decidir el sexo de una persona…, por qué tenía que venir esa sonsa».
—Y a ese qué le pasa —dijo Renata.
—Tú sabes, cosas de mujeres.
—¡Oye, sobrado! —le gritó Renata—, ya no te despides. ¡Oye, chuncho!
Marco Antonio Román Encinas
DNI: 07501562