Un trayecto cualquiera
Por Valeria Lizet Morales Aguilar
En este momento, pienso en mí como sujeto, no como verbo ni como objeto indirecto, y luego llego a confundirme con mis propias palabras. Me pongo a mirar a todos lados y veo una mujer sentada junto a mí, de seguro tiene prisa pues mueve su pie de arriba a abajo como tocando el bajo de una batería y sus dedos como un habilidoso pianista; de seguro tiene una entrevista, pues lleva consigo un folder manila un tanto arrugado pero que no deja de sostener, sus hijos la esperan en casa por la noche para preguntarle cómo le fue, pues aunque la aman mucho, su sustento económico ha de preocuparles más que sustantivos abstractos. Todo se empezaba a nublar cuando chocan conmigo una pareja de jóvenes enlazando sus manos como demostración de aquello que la sociedad llama amor.
Simplemente no emití palabra pues el sueño me ganaba, pero tenía esperanzas de haber mostrado con mi mirada la molestia que me había generado el que me despierte con un golpe en el hombro de su pesada mochila. Sin embargo, ya no había marcha atrás, mi pensar desenfrenado había regresado y la mujer que yacía a mi costado hasta hace, según yo, unos segundos, había desaparecido. En su lugar había ahora un joven algo apuesto, pero de aquellos que creen que toda aquella chica que los mira cae irremediablemente rendida a sus pies por su irradiante belleza; su aroma, sin embargo era lo único que me parecía interesante sobre él, no olía algo parecido desde… desde hace mucho, y uso aquellos tres puntitos insignificantes para mostrar lo mucho que significó aquel suceso en el pasado y lo mucho que trato de convencerme a mí misma de que no me importa, tanto que sin escribirlo ni decirlo viene a mi mente como diapositivas con el botón de avanzar constantemente presionado, todas ellas con la palabra “amor” en letras mayúsculas. Ya habrán entendido con aquel gran grupo de palabras el recuerdo que me traía el aroma de aquel petulante joven. Después de unos momentos me encontré yo desconcentrada totalmente en lo anterior, escuchaba en cambio la conversación de aquella pareja que se había sentado unas filas más atrás. Hablaban muy acaramelados y con más risas nerviosas entre palabras que significados de largas oraciones, me recordaban mucho a mí. Aquello que todas aquellas personas hacían era pensar en ese momento, mientras yo entretenía a mi mente con la vida de otras personas y sus inexplicables comportamientos para no centrarme en aquello que no logro comprender del todo y que me atemoriza cada vez más, yo. Cuando menos me lo esperaba y casi sin darme cuenta el trabajador me estaba pidiendo mi pasaje y ya estaba a un par de cuadras de mi destino. Empecé a rebuscar en mi bolsillo, buscando un par de monedas de cincuenta céntimos, y entré en desesperación pues parecían no estar ahí. Aquí tienes- me dijo el muchacho sentado junto a mí- mostrándome un sol en la palma de su mano. El trabajador seguía parado a mi costado y yo trataba de comprender la situación de manera rápida pues dos cuadras son una distancia muy corta. Lo miré a los ojos agradeciéndole el gesto y le pagué al trabajador. Me quedé un segundo sentada en mi lugar aunque no parecía muy lógico en aquel momento. Me paré, sin no antes regalarle una sonrisa sincera al muchacho “petulante”. ¡Paradero baja!- dije lo más fuerte que pude, para que el conductor del micro me escuchara y baje con más pensamientos de los que ya tenía, y pensando que muchos podían haber sido equivocados.