"Las 3 cosas que odio de este viaje"
1. Los mosquitos
Porque por alguna razón, vaya donde vaya, y obviamente mucho más en el Sudeste Asiático, a estos bichos voladores les encanta mi sangre.
Y ya analizando los diferentes tipos de picadura que tengo, creo que también a las arañas y los bed bugs, esos bichitos que habitan en colchones de hostales mochileros baratos, los cuales día a día recorro para tratar de sobrevivir más tiempo por estas lejanas tierras.
Y seguro estás pensando… “¿Pero acaso esta chica no usa repelente?”, obvio que sí, de todas las marcas, colores y olores. Pero aun así, soy irresistible para los mosquitos. Les juro que me embadurno de repelente cada mañana y cada noche (cuando pican más), y durante el día varias veces; pero igual, cada ciertos días, algún lugar de mi cuerpo empieza con esa picazón indeseable.
2. Empacar y desempacar la mochila
Una llega cansada después de haber hecho un trekking por 3 días, de haber estado en un bus apretujada por 17 horas o de haber caminado todo Bangkok (y esquivado cientos de motos y tuk-tuks a los cuales nos les importa tu vida).
Llegas a este hostel, a veces con reserva, y otras veces solo con cara de #PorFavorDimeQueTienesUnaHabitacionLimpiaYBarataParaEstaPobreMochilera, y cruzas los dedos para que el lugar que será tu dulce hogar por a veces, algunas horas o algunos días, sea por lo menos “habitable”.
Llegas a este dorm con 10 personas más, saludas a todos, a veces con cara de #LoSientoNoTengoGanasDeSocializar , y empieza el desempaque.
Y juuuuusto, el pijama que necesitas para descansar un poco está al fooooondo de tu enorme mochila. O cuando necesitas el pasaporte, entras en total tensión porque pensabas que estaba en el primer bolsillito y resulta que sacaste toditito de tu mochila y aun no aparece. (Y en tu cabeza ya te imaginas inventándote una novela para contarle al señor poco sonriente de Inmigración que te robaron el pasaporte unos malandrines a altas horas de la noche del maletero de un bus mientras tú intentabas dormir entre tanta curva y abismo).
O tal vez cuando ya, después de un largo rato de haber metido todo correctamente, y ponerte la mochila a la espalda, una sensación se apodera de ti y piensas: “No recuerdo haber metido el cargador del Iphone… ¿será que lo perdí?”.
Y tienes 2 opciones:
a) O desempacar de nuevo y buscar bolsita por bolsita si realmente el cargador está por ahí.
b) Zurrarte, y rogarle a todos los santos que aquel aparatejo realmente esté por ahí guardado en tu mochila gigante.
Pero eso no es lo peor, lo peor es volver a empacar. Porque a veces resulta que solo tienen ESA habitación para una noche, y hay que moverse. Volveeeer a meter todo de nuevo.
Bastante emocionada estaba yo la primera vez que empecé a hacer mi mochila en Lima, cuando recién empezaba el viaje (hasta fotos tomaba). Enrollaba las camisetas, doblaba todo bonito, lo metía en zip locs, y cumplía cada paso de aquel video de Youtube llamado: “Cómo hacer una mochila para dar la vuelta al mundo como un maestro”.
¿Ahora? Sufro, lloro, tomo aire profundamente cada vez que tengo que empezar a empacar.
Otra pesadilla es cuando tienes rutas cortitas, y solo vas con la mochila pequeña.
¿Qué llevo? ¿Qué dejo? ¿Hará frío? ¿Podré entrar a los templos en short? ¿Qué hago con la computadora?
Estas son ahora las dudas existenciales que habitan en mí, todos los días, a cada hora.
3. Las despedidas
Y ahora me pongo un poco sentimental pero jamás pensé que podía afectarme tanto despedirme de gente a la que, realmente, recién conocía.
Mientras viajas, conoces gente todos los días, a cada rato.
Gente con la cual solo compartes una sonrisa, unas palabras, algunas cervezas. Pero con algunos compartes mucho más que eso.
Me ha tocado conocer gente con la cual compartes un ideal de vida, una forma de vivir-y no sobrevivir-en este mundo, de seguir tus sueños, tus pasiones.
En menos de dos meses, he conocido gente con la cual empiezas una conversación con un: “Excuse me, do you know if the market…”, y te cortan con un “Cheee, ¿hablás español?”, y dentro de ti piensas ¿Tan mal hablo inglés para que me hayan identificado?
Y esa misma persona te dice para ir juntos a ese mercado que buscabas, luego almuerzan juntos, y resulta que se están quedando en el mismo hostel, y por ahí otra persona con la cual compartías habitación lo conocía de antes, y pasaron tres días en los cuales se volvieron inseparables.
El gran detonante de esa gran conexión que empezará a habitar en nosotros suele ser: “¿Y por cuánto tiempo vas a viajar?”, y la respuesta es: “No lo sé, 6, 8 meses, como vaya fluyendo, no tengo pasaje de vuelta”. Y tus ojos brillan, sonríes y piensas: Encontré a uno de los míos.
Porque cuando tomé la loca decisión de renunciar a mi cómoda vida en Lima, pensé que esa rebeldía podría ser incomprendida por muchos.
Pero cuando empiezas a encontrar a más rebeldes como tú, a más personas que deciden salir del status quo, que deciden no ser turistas sino convertirse en viajeros, en aquellos que viajamos lentamente, que disfrutamos la vida jugando pelota con un niño birmano, riéndonos con un señor tailandés que, entre risas, hace el esfuerzo por aprender unas palabras en castellano, que nos admiramos por la humildad de tanta gente que no tiene nada, pero aun así te comparte hasta lo que ellos están comiendo… Aquellas personas que aprendimos que para ser felices, hay que vivir con gratitud, que hay que agradecer cada día que tenemos, y que solo nosotros somos los encargados de hacer que las cosas pasen.
Entonces, ¿cómo no tener una conexión increíble con estos amigos viajeros?
Son aquellos con los cuales empiezas compartiendo una sonrisa y a las horas ya saben toda tu vida, hasta tus mayores deseos, inquietudes y temores.
Son aquellos que se identifican con lo que les estás contando (y no te miran con cara de “Asu, flaca, en ¿serio te vas a ir a esos países?”).
Encuentras amigas con las cuales te gustaría poder seguir disfrutando más días de viaje. Tal vez como aquellas del cole o de la universidad, con las cuales compartiste años de amistad, y sabes que están ahí, y siempre estarán ahí. Pero con ellas, tal vez ya no, porque los caminos son diferentes. Algunas embarcan para otro continente o regresan “a casa”, y si bien te prometes ir a visitar a su país de origen, puede que Facebook sea lo único que los vuelva a unir. Esas que te dicen: “No, no, que a mí no me gustan las despedidas, seguro por ahí nos encontramos”, y triste la ves alejarse. Pero de repente, días después en un pueblo a más de 2,000 kilómetros, la vuelves a encontrar haciéndose un masaje tailandés y ese reencuentro es la máxima felicidad.
O encuentras chicos con los cuales haces una conexión increíble. Por más que te sellaste en la cabeza: “Involucrarte en ruta es muy peligroso (para el corazón)”, a veces este se pone en modo rebelde y no hace caso. Porque justamente aparecen chicos que piensan como tú, que no se asustan de tu independencia, de tus ganas de vivir la vida. Que como tú, quieren aprovechar este viaje haciendo voluntariado con quien más lo necesita, aunque eso signifique no tener agua caliente o internet por algunas semanas (típicas prioridades de aquellos que dan todo por sentado). Que como tú, sentarse en un mercadito y lograr fotos maravillosas de aquellos locales que hacen su vida rutinaria es uno de los mejores planes.
Que como tú, decidieron dejar una vida monótona para adentrarse en la aventura más grande de sus vidas. Que como tú, quieren vivir cada día al máximo, descubriendo lugares inhóspitos y aprendiendo a cada día ser más feliz que el día anterior.
Y es que, como no engancharte con alguien con quien, aunque pasaron pocas horas, sentiste que sería genial poder pasar muchas más. Y luego te das cuenta que es recíproco, y simplemente mirar estrellas riéndote hasta que te duela la barriga, en un pueblo perdido del Sudeste Asiático, a más de cuchumil kilómetros de sus respectivos hogares, puede ser el mejor plan de todos.
Y luego deciden pasar más días juntos y estos días pueden ser increíbles, pero en el fondo sabes que si no deciden hacer ruta juntos; tarde o temprano sus planes por ir a escalar el Himalaya vs. tus planes por ir a relajar a las playas de Filipinas los separarán. Y se prometen que sí, que se volverán a ver, pero sabes que la ruta sigue, que puede que en los próximos meses esas risas y buenos momentos se vuelvan a dar, pero mientras pasan los días, y conoces más gente, parece que esa gran historia, quedará como un gran recuerdo, y seguramente empiecen varias más, igual de intensas, igual de fugaces.
Y no pensé que una despedida con alguien que hace 5 días no era nadie en tu vida, ya sea mujer u hombre, podía hacerte sentir ese nudo en la garganta que ya llevó sintiendo algunas veces en esta gran aventura.
Creo que el mix de hechos que estás viviendo hacen que esto sea como un cóctel de sentimientos mucho más potente. Tu singular independencia, tu gran aventura por el mundo, tu nueva capacidad por tener que socializar sin vergüenza , tu desapego a la zona de confort, la gran adrenalina que vives cada día, y la pasión que le metes a cada una de ellos porque valoras mucho más todo lo que ocurre.
Y esas son las 3 cosas que voy odiando de este viaje.
Unas más simples, unas más complejas. Unas más banales, unas más profundas.
Lo que sí sé, es que si estas 3 cosas que odio no existieran, estos 2 meses (y los que se vienen) no serían los mismos.
Porque de lo malo se aprende, y de cada picadura de mosquito, tengo un trekking por la selva que recordar. De cada ácaro que me hace rascarme cada diez minutos, conocí gente increíble en ese hostel de mala muerte. De cada pesadilla con la mochila, un nuevo destino que conocí y me enamoró.
¿Y de las despedidas? Decenas de amistades que me llevo en el corazón, personas increíbles que entraron a mi vida por corto tiempo, pero con una intensidad que harán que permanezcan para siempre. Experiencias vividas con ellos que cuando recuerdo hacen que me ría sola, y junto con un nudo en la garganta, hacen que simplemente me sienta demasiado afortunada porque un día decidí tener los huevos suficientes para dejarlo todo y empezar a Viajar para Vivir.