Marco Quilca León

Tenía 35 años cuando Pablo Hernán Lavallén (Buenos Aires, 1972) se dedicó a atender un kiosco. El lunes siguiente al fin de semana en el que jugó su último partido como futbolista, comenzó a trabajar en el negocio que había ideado junto a su padre para evitar sentir el vacío que provoca el retiro del fútbol. Cinco años atrás, con 30 y una carrera con éxitos en River Plate, la depresión tocó su puerta. Se sentía vacío, sin rumbo. Hasta que conoció, según sus palabras, a Dios. Hoy, con casi 50 años -los cumple el 7 de septiembre-, y una sonrisa que se dibuja en su rostro por el simple hecho de valorar la vida misma, es el líder de un Melgar que sueña -como él- en hacer historia en la Copa Sudamericana. “Es el mejor grupo que me ha tocado dirigir desde lo humano”, nos dice a través del teléfono desde Arequipa, la ciudad que espera ser su lugar en el mundo.

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