“Soy una mamá gallina”, precisa y no se cansa de repetir Rommy Hübner durante más de una hora de entrevista en La Videna mientras su hija mayor, Aittana, confirma la autopercepción de su madre con absoluta certeza. Antes de todo, Rommy era quien se enorgullecía con los logros de su primogénita y sus dos niños: Arahel y Amadeo. Pero ahora los papeles se han cambiado. Aquella madre que inició su travesía deportiva llevando de la mano a sus tres hijos a los entrenamientos de taekwondo terminó convirtiéndose en una auténtica campeona mundial, o como dicen en su familia, “campeona del mundo mundial”. Y sus tres retoños lo celebran sin cesar.
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Desde que salió del colegio, Hübner no practicó ningún deporte. Pero todo cambió repentinamente en el 2012, con 44 años de edad, mientras acompañaba -como de costumbre- a sus tres hijos a sus entrenamientos en el Club Regatas. Aittana entrenaba natación y, como “la clase de taekwondo estaba al costado”, la campeona decidió poner ahí a los dos menores.
Ya habían pasado dos años desde que empezó a llevar a sus hijos a la sede deportiva de Chorrillos y la diferencia de horarios en los entrenamientos provocó cierta impaciencia en Rommy. A ella no le gustaba esperar tanto tiempo sin hacer nada, como tampoco le gustaba estar lejos de sus niños.
“Soy una mamá gallina. A mí no me gusta dejar a mis hijos. Siempre los he tenido yo, nunca he tenido una nana. Mis hijos van conmigo y entonces tenía que buscar actividades donde más o menos encajen todos”, expresa.
Pero encontró la solución. Mientras Aittana dejó a un lado la piscina en la que practicaba para sumarse a la aventura taekwondista con sus hermanos, Rommy hizo lo propio con la cola de espera de los padres para también subir al tatami con sus tres hijos. Y todos juntos, felices, empezaron a patear alto.
Esto no hubiera sucedido sin que Rommy se haya inspirado antes en Marina, una señora de su edad a la que un día vio saliendo de la sala de taekwondo. “No la conocía”, afirma. Sin embargo, no dudó en preguntarle cómo hizo para poder practicar al lado de los niños. Su ahora compañera más íntima en este deporte le respondió que solo era una cuestión de pedir permiso. Y eso fue lo que hizo inmediatamente ‘Ro’. Aquel permiso otorgado le cambió la vida.
“El primer pantalón que me puse fue el de Aittana”, confiesa. Con la indumentaria de su hija mayor, Rommy emprendió este trayecto deportivo en la modalidad de poomsae con poca seriedad. Su único propósito era divertirse y pasar el tiempo al lado de sus hijos, por lo que nunca pensó que podía llegar tan lejos.
“Me puse atrás con Marina y era graciosísimo, porque mis hijos chiquitos estaban adelante con toda la clase y nosotras atrás nos matábamos de la risa. El profesor hacía derecha y nosotras, descoordinadísimas, hacíamos izquierda. En estiramiento, todos se abrían 180 grados y nosotras con la justa 30 o 40 grados”, recuerda.
Pero, de pronto, todo se tornó más serio. Entre broma y broma, la verdad se asomó. Rommy comenzó a pasar exámenes en el Regatas y a competir, algo que no pensaba hacer en ningún momento. Poco a poco se dio cuenta que estaba hecha para cosas más grandes de las que se imaginaba. Y fue así que comenzó a luchar por medallas en todos los rincones del mundo.
En un Open Panamericano del 2016 en Querétaro, México, Rommy viajó sin la intención de competir. Solo acompañaba a la delegación. Sin embargo, se apuntó inesperadamente en el torneo y terminó ganando la medalla de plata. Poco tiempo después, se levantó el telón del Campeonato Mundial ese año en Lima y fue a partir de ahí donde quedó enganchada definitivamente del deporte.
“El profesor nos dijo que se abrió una convocatoria para las categorías que no hay y en la categoría Master 1, no había nadie, y que entonces teníamos que presentarnos. ¿Cómo? De ninguna manera, dije”, pero finalmente lo hizo. Rommy fue seleccionada para el Mundial y, con poco tiempo de preparación, consiguió un buen puesto para iniciar: el quinto lugar.
“Me dio una rabia. Te pica el bicho y tú quieres lograr la medalla, ya no te vas a quedar. Desde ahí, siguieron los entrenamientos bien duros”, cuenta. Entonces, la taekwondista nacional también compitió en el siguiente Mundial de Poomsae: Taipei 2018. Y, lamentablemente, volvió a quedar quinta, una posición que se volvió ‘maldita’ para ella.
“Fue un tema que no soltó por varios meses seguidos. No podías mencionar el tema de taekwondo, del Mundial, sin que ella te dijera ‘Quedé quinta de nuevo’”, revela Aittana.
La frustración de Rommy era tan grande que en el 2018 casi deja el taekwondo de lado. Ella, como buena “mamá gallina”, decidió seguirle los pasos a sus hijos Arahel y Amadeo, que ese año cambiaron radicalmente de deporte al remo. La campeona intercambió el tatami por el agua, pero no tardó en retractarse.
“Yo me acuerdo que me iba al regatas a hacer remo y dejé de venir a la selección. Pero solo me duró un mes. Cada vez que pasaba, me acuerdo clarito que había una propaganda, que era como un mensaje del cielo, que decía ‘Definitivamente, vas a volver’. Yo pasaba por ahí y decía ‘ay dios mío, no, no voy a volver’. Pero no duré mucho la verdad. La propaganda hizo efecto. Mi deporte es el taekwondo”, certifica.
Afortunadamente, para ella, para el Perú, para esta historia, Rommy no abandonó el taekwondo.
Preparación mundial
El maldito quinto puesto se convirtió en una espina que Rommy Hübner tenía que sacarse cuanto antes. Es por ello que después de Taipei 2018 no descansó hasta cumplir su sueño. Ni el encierro por la pandemia la detuvo. La meta era clara y solo necesitó de un tatami para luchar por ella.
Lejos del Polideportivo de la Videna, a causa de la COVID-19, Rommy se tuvo que conformar con hacer sus rutinas de poomsae dentro de su hogar. Se compró un tatami pequeño y lo situó en la sala. Todos lo usaban, para cualquier cosa en realidad, no solo para entrenar. “Hacíamos picnic”, bromea Aittana. Y cuando salía con su familia a cualquier otro lugar, llevaba el tatami consigo. Casi nunca se despegó de él en ese tiempo.
“No te puedes llevar la cancha de tenis a cualquier sitio, ni la de frontón, pero tu piso (tatami) lo puedes llevar a cualquier lado”, razona Rommy. Pero para su hija Aittana, que competía en kyorugui (combate), fue mucho más complicado, ya que necesitaba a una persona con quién medirse. Una vez se apoyó en su madre, pero las cosas no salieron bien.
La campeona tomó las paletas para ayudar a entrenar a Aittana, quien en una de las patadas que ejecutó terminó derribando a su madre sin querer. “Te vas a quedar sin mamá, estamos mal, estamos mal”, le dijo Rommy de broma. Y fue así como terminó la corta historia de su hija mayor entrenando con alguien en pandemia.
Cuando las puertas de La Videna se volvieron a abrir, Rommy tomó la sala de taekwondo del Polideportivo 2 de la Videna como su segundo hogar. Ahí pasó la mayor cantidad de tiempo en las semanas previas al Mundial Goyang 2022, invirtiendo de seis a siete horas diariamente en los entrenamientos. Los sábados y domingos también se tuvieron que sacrificar.
“Las últimas tres semanas han sido una concentración bravaza, la verdad. Ha sido un arduo trabajo”, admite con un cansancio satisfactorio. Y es que aquel esfuerzo encomiable dio sus frutos en la lejana Corea del Sur, donde Rommy Hübner conquistó el primer oro individual de Perú en un Mundial de Poomsae.
Sueño cumplido
— “¿De verdad quieres ir?
— Sí, amor, le digo.
— ¿Crees que vas a lograr algo?
— Sí, voy a venir con la medalla. Voy a traer el oro”
Aquella fue la especial conversación que Rommy sostuvo con su esposo antes del Mundial. Ella viajó apuntando al oro, como no lo había hecho en los anteriores Mundiales, y su convicción la llevó bastante lejos esta vez. Así, el largo tiempo que sacrificó con su familia se redujo a tan solo unas horas de poomsae en un tatami en Goyang, donde gestó la hazaña dorada.
Todo fue muy intenso y angustiante. Mientras Rommy peleaba por su medalla en Corea del Sur contra las mejores del mundo en su categoría (sub 60), Aittana seguía atenta la participación de su madre en Perú, mientras que sus otros hijos hacían lo mismo desde Canadá.
Paso a paso, Rommy fue avanzando en la competencia hasta que, después de haber asegurado una medalla, retumbó de felicidad. “¡Lo logramos! ¡Vencimos el quinto!”, gritó emocionada a su entrenadora Winnie Yi, quien le contestó: “‘Está bien, tranquila, ahora nos vamos por el oro”. Y ahí comenzó la carrera triunfal.
Mientras su hija Aittana despertaba a todos sus vecinos con los gritos victoriosos que lanzó cerca de la medianoche en el edificio donde viven, Rommy se ocupó de seguir despertando el aprecio de los jueces en Goyang. Y se ganó la más alta valoración.
En ningún momento Rommy vio las rutinas de sus contendientes. Se puso de espaldas y se concentró en la rutina que haría después. “A mí no me gusta ver qué pasa en cancha, no me gusta ver si mi contrincante lo hizo bien, mal o se cae”, expresa. Eso sí, tenía mucha curiosidad por los resultados, pero era mejor no conocerlos.
En la final, mientras su rival hacía su rutina, Rommy escuchó un movimiento extraño detrás suyo, pero no pensaba voltear ni de chiste. “¿Qué pasó?”, le preguntó a su entrenadora, pero no obtuvo respuesta. Antes de saltar al tatami, volvió a hacerle una pregunta a Winnie: “Qué hago? ¿Arriesgo?”. “Entra y patea”, fue la sabia respuesta.
Entonces, la peruana pateó tan alto como el lugar que alcanzó. En medio de los nervios y la desesperación, ella logra ver los resultados en la pantalla del evento y percibió que su puntaje era más alto que los otros. Entonces, ahí la dicha fue máxima. “No sabía si llorar, gritar o reír”, recuerda de ese momento.
Pero se tenía que calmar. Antes de desatar la fiesta con la delegación nacional, tuvo que hacer el saludo protocolar. Luego, al pasar la mitad de la cancha, no tardó en saltar de júbilo, cargó a su entrenadora y finalmente corrió con la bandera peruana sobre sus hombros. Mientras tanto, su familia vivió la misma emoción que ella a miles de kilómetros de distancia. “Eran 12 y media de la noche y yo gritando como loca ‘¡Ganó, ganó! en mi sala y mi hermano llamándome por un lado”, cuenta Aittana.
Un ejemplo inspirador
El logro de Rommy cobra mayor importancia, teniendo en cuenta que se autorecurseó para viajar, competir y así traerle una enorme alegría al Perú. “Nosotros en categoría master no contamos con ningún apoyo. Cada vez que he viajado a los campeonatos siempre ha sido con recursos propios, desde el pasaje hasta la comida. Todo”, revela.
“Lo que pasa es que el IPD no le da el presupuesto para esa categoría a la Federación. Son categorías que no se apoyan. Los recursos van para los chicos, lo cual me parece bien, pero yo creo que debería ser más extensivo el deporte”, añade.
Justamente, en el Mundial vivió una anécdota peculiar sobre el tema. Después de haber conocido sus resultados, Rommy no tuvo la oportunidad de comunicarse inmediatamente con sus hijos para celebrar el logro con ellos. En medio de las lágrimas de felicidad, la peruana tuvo que hacer primero una prueba antidoping y mientras esperaba para que le hagan el examen, una de las enfermeras le consultó cuánta es la pensión que iba a recibir en el país por su medalla. Entonces, soltó una carcajada monumental.
“¿Qué pensión?, o sea no hay nada”, le dijo a las coreanas, que se quedaron atónitas ante la respuesta de Rommy. “Se quedan mirándome y me dicen ‘¿Cómo? ¿No te dan nada?’ ‘No’ le digo, ‘yo me he pagado todo’. Se quedaron serias como diciendo ‘está loca esta mujer, ¿por qué celebra tanto si no le van a dar ni un caramelo? Encima ha pagado, invierte gasta, sufre, pero no le dan nada’”, narra.
A fin de cuentas, a Rommy no le importó sacrificar tanto tiempo y dinero. “Tengo en mi espalda a todos los peruanos”, le dijo una vez a su esposo. Por ello, buscó la gloria en Goyang cueste lo que cueste. Ahora ya descansa sobre su medalla. Pero también piensa en los desafíos venideros.
Su gran sueño ya lo cumplió, pero le encantaría ir por una segunda medalla de oro mundial. Y es que para ella es un orgullo inmenso representar al Perú y llevar la bandera a lo más alto. Tiene tiempo de sobra. A pesar de haber iniciado tarde el deporte de alto rendimiento, ella está en su plenitud. “Yo me siento de 15 años”, pronuncia entre risas.
Sin duda alguna, Rommy es un ejemplo a seguir, especialmente para sus hijos. “¡Mamá, mamá oro! ¡Campeona del mundo mundial”, le gritaron los tres en cuánto pudo comunicarse con ellos. El orgullo de sus retoños es infinito. No se cansan de presumir a su mami campeona en cualquier lugar. Y mucho menos se cansarán en este Día de la Madre.
Actualmente, Arahel y Amadeo estudian en Canadá y continúan su aventura deportiva con el remo. Aittana, por su parte, abandonó las competencias de taekwondo luego de los Juegos Panamericanos Lima 2019, pues todo ese tiempo representó mucha presión para ella.
Eso sí, la primogénita no descarta volver a la acción más adelante. El campeonato mundial de su madre le ha dado un empujón motivacional importante. “Ya voy tres entrenamientos en la última semana”, bromeó Aittana en la charla del jueves.
Sacrificio familiar y organización
Detrás de una madre campeona mundial, hay una gran familia que la sostiene. Todo este tiempo Rommy tuvo el apoyo incondicional de sus hijos y de su esposo. De hecho, desde el inicio, su aventura deportiva ha representado mucho sacrificio y organización.
Hübner, que estudió Ingeniería de Industrias Alimentarias en la Universidad Agraria, se dedicó únicamente a trabajar y cuidar de sus hijos desde que acabó su carrera. Llevar a los entrenamientos y competencias a Aittana, Arahel y Amadeo supuso uno enorme responsabilidad, pero siempre supo cómo organizarse.
“Yo los recogía del colegio, generalmente almorzábamos en el carro y nos íbamos al Regatas. Les llevaba el almuerzo y almorzábamos allí en el carro, compartíamos un rato en el carro, que era como nuestra casa rodante”, explica.
Rommy trataba de encajar sus horarios con los de sus hijos, así como también coordinaba mucho con su esposo para que él a veces sea quien recoja a los chicos de sus entrenamientos. “Eran un montón de coordinaciones, pero bueno, gracias a Dios con el apoyo de la familia, se logra”, expresa.
Al introducirse en el mismo mundo deportivo, la taekwondista nacional tuvo que sacrificar bastante tiempo familiar y amical. Renunció a muchas cosas importantes. Era necesario. “Es la parte de la vida del deportista, pero al final todo sacrificio tiene su recompensa”, asegura.
El comienzo de su aventura fue complicado. Rommy se sintió desorientada en muchas cosas esenciales del poomsae, pero lo importante es que siempre tuvo el apoyo de sus entrenadores, como actualmente lo son Winnie Yi y Julio Lito.
“Tengo la suerte de estar en un grupo maravilloso. Los entrenadores que tenemos ahorita son una bendición. Están Julito y Winnie. Son A1 los dos. Han sido deportistas de alto rendimiento y los dos son de poomsae, entonces te pueden explicar desde su perspectiva de atleta tratan de explicar la mejor manera de los movimientos”, dice.
Los días previos a los Mundiales siempre han sido duros, pero afortunadamente Rommy contó perpetuamente con el auxilio de su familia. Su esposo y sus hijos, a quienes considera maravillosos, la apoyaron con todo lo que ha necesitado para que se enfoque únicamente en conquistar el oro.
“Los tres tienen una paciencia de santo, sobre todo cuando una está con la carga del alto rendimiento, la chamba, la organización de la casa. Yo que soy una mamá gallina, que estoy al pendiente de ellos y de todo lo demás, llega un momento en la noche que ya me agotaba y ellos me decían ‘ya mamá, termina de comer y nosotros nos encargamos. Ándate a descansar’”, cuenta.
Obviamente, a Rommy le afectó considerablemente el no pasar tanto tiempo con su familia. Y es que el poomsae fue la prioridad en las semanas previas a Goyang 2022. Pero en medio de toda esa carga, ella siempre se hizo un espacio pequeño para estar con sus seres queridos.
“Los domingos descansaba, se quedaba dormida la mitad del día, pero igual la otra mitad del día estábamos todos en la casa, estábamos ahí. Yo creo que el tiempo que no estaba entrenando o en terapia, estaba con nosotros”, relata Aittana.
Esas fueron las claves para que Rommy Hübner se suba a lo más alto del podio mundial recientemente. A nivel nacional, es el ejemplo patente de que no hay edad que impida empezar a hacer deporte. Así como ser madre, con todas las responsabilidades que implica, tampoco impide alcanzar la gloria deportiva. Y esta historia dorada, como la indumentaria que luce, aún no ha terminado.
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