A fines del 2019, cuando todos pensaban en sus propósitos para el nuevo año, la escritora chilena María José Navia (Santiago, 1982) estableció públicamente el suyo: recomendar vía Twitter a 366 escritoras, una por cada día del 2020. “Hice una lista y conté 282 autoras, por lo que mi desafío fue completar esa lista, buscar a autoras de países de los que no he leído mucho, completar las 366 y compartir todo eso por Twitter”, dice. Acaba de publicar, en medio de la pandemia, un nuevo libro: Una música futura, una historia en la que ahonda en cómo la tecnología afecta, para bien y mal, las relaciones humanas.
1. ¿Cuál es el reto que asumes como escritora para darle la vuelta a la invisibilización de las mujeres?
Creo que cada vez se publica a más mujeres, pero muchas veces es difícil encontrar sus libros en librerías. Mi idea, con esta lista o hilo, es alumbrar como con una linterna pequeña, a algunas de ellas. Hay muchas escritoras geniales que a veces la gente no conoce porque no se les ha hecho la debida promoción en medios, o porque, entre tantas novedades editoriales, no recibieron mucha atención. Mi compromiso, además, es a salirme de mi zona de confort lectora y buscar a autoras de otros lados (de Australia, de Islandia, por ejemplo) y a escribir diariamente un hilo sobre cada una de ellas. Creo que hay muchas cuentas que se refieren a escritoras diariamente, recordando la fecha de sus nacimientos o muertes, por ejemplo. Pero creo que es importante poder decir un poco más para generar la curiosidad de algún probable lector: compartir citas, referencias, etc.
2. ¿De qué lugares comunes crees que es más difícil que una escritora mujer se desmarque?
De que te pregunten siempre específicamente por ser escritora mujer. A los hombres no les hacen esa pregunta. Son escritores y ya. Y me parece importante poder ser una escritora y ya, y participar en discusiones, en paneles, en ferias del libro, sobre la literatura en general. Estamos todos tratando de retratar el mundo, o de crear mundos nuevos. Conversemos de eso.
3. Siendo una apasionada lectora, ¿cómo se ve reconfigurado tus tiempos y espacios ante la actividad casi militante que asumes en redes para la difusión de la obra de las diversas escritoras?
Toda mi vida gira en torno a los libros. Yo soy escritora, profesora de literatura en la universidad, escribo sobre libros en columnas y reseñas. Esta militancia en las redes, como tú la llamas, creo que no es más que otra forma de expresar mi amor inmenso por los libros. Todo es parte de la misma conversación, de la misma alegría.
4. ¿Cómo ves la habitación propia de la que hablaba Virginia Wolf en esta época donde el límite entre los espacios público y privado se ven difuminados?
Cuando Woolf escribió ese libro, la posibilidad de ser dueña de tu tiempo (que es el punto central de ese ensayo) pasaba por tener tu propio espacio y tu propio dinero. Creo que hoy, la idea de ser dueña de tu tiempo, tal vez no pasa por lo mismo. O sea, la independencia económica sí me parece fundamental, pero el espacio propio no tiene porqué ser una habitación, puede ser un espacio virtual, puede ser tu computadora o tu teléfono, puede ser el café desde donde escribes. Los cambios en nuestra experiencia del tiempo necesariamente transforman ese cuarto propio del que hablaba Woolf.
5. En tu anterior libro Kintsugi (2019) hablas un poco de la casi obligación a estar conectados siempre. ¿Qué espacio le dejamos al silencio?
Creo que hoy todas nuestras relaciones, afectivas, de trabajo, familiares, tienen un componente virtual, ya sea a través de redes sociales o incluso el mismo correo electrónico. Es un componente que puede ser positivo y ayudar a generar nuevos sentidos de comunidad, pero también tiene su lado oscuro y venenoso (nos puede infectar de celos, o envidia o inseguridad). Creo que es importante, y toda una educación, el aprender cómo manejarla y también creo que es importante aprender a vivir con el silencio. Nos cuesta quedarnos ahí y escucharnos y me parece que allí se encuentra un aprendizaje tremendo.
6. Un personaje Kintsugi se declara parte de una familia que no hacía preguntas. Más allá de la familia nuclear, antes de la pandemia, la explosión social en Chile fue tema de conversación en todo el mundo. ¿Dirías que Chile ha dejado de ser una familia en la que no se hacen preguntas?
Nunca lo había pensado así, pero me parece genial lo que dices. Creo que, en ciertos sectores de Chile, existía la costumbre, la mala costumbre, de seguir aguantando y trabajando sin hacer preguntas, una suerte de miedo a la confrontación y también un agotamiento que impedía detenerse a hacer esas preguntas. Un adormecimiento, una fatiga. Esto, por supuesto, se ve a nivel familiar donde a veces se dejan de lado temas polémicos para poder almorzar todos en paz. El problema es cuán verdadera es esa paz o tranquilidad si se están evitando las cosas que en verdad duelen e importan. Tienes razón, Chile está dejando de ser esa familia que no se hace preguntas. Y es un proceso liberador y doloroso a la vez, como todo gran cambio o transformación.