Las clases presenciales, progresivamente, están de vuelta. Luego de casi dos años de reinado virtual, nuestros escolares regresarán a las aulas tangibles, los profesores -aunque sea con mascarilla- retornarán a su lugar frente a la pizarra acrílica, la normalidad del encuentro en pasillos y patios se habrá restaurado al fin. Pero volver al colegio tras un interregno insólito es también propicia oportunidad para cuestionarnos y reformarnos. Los alumnos ya no tendrán una cámara que apagar a la hora de querer borrarse del mundo y de la vista de los maestros. Ahora deberemos mirarnos a los ojos y preguntarnos, con franqueza, qué hemos aprendido acerca de las relaciones humanas entre las carpetas y pupitres, si la situación nos impele a reformular los medios hacia la meta del desarrollo de habilidades a la par de infundir conocimientos que vayan más allá de lo memorístico o la consigna tan edificante como vacua.
Para quienes realmente desean someterse a esa autocrítica, recomiendo en primer lugar un ensayo que nos restriega verdades como puños: “Entre cuadernos y barrotes”, publicado hace más de dos décadas por Carlos Mayhua, Jesús Cossío y Luis Rossell, aunque -lamentablemente- conserva plena actualidad. Es un texto mordaz y radical que, inspirado en las lecciones de los gurús antipsiquiátricos setenteros David Cooper y R.D. Laing, propugna la abolición de la escuela tal cual la conocemos y la activa rebelión de los alumnos frente a exámenes intimidantes y trabajos embrutecedores.
Los autores culpan a la educación institucional -muchas veces con razón- de destruir la esencia del juego infantil en nombre de una falsa espontaneidad, de considerar el tiempo libre una abominación inadmisible, de padecer una obsesiva necesidad de control que reprime la individualidad y la creatividad del educando. Fustigan cómo las universidades convierten su servicio en un negocio de exámenes de admisión adelantados para alumnos de quinto año y “pres”, lo que han llamado -con absoluta justicia- una “rapiña educativa”. La impresión que uno tiene al cerrar el libro es desoladora; sin embargo, a quienes creemos aún que la supresión de las aulas no es el camino, puede brindarnos algunas pistas y claves que nos permitan sacudirnos de rezagos opresivos y así hallar nuevos modos de acercarnos a nuestros estudiantes, de hacer cada clase motivo de diálogo y entendimiento.
En el campo de la ficción, “Tres días para Mateo” de José Antonio Galloso significa una victoria sobre los estereotipos y tabúes de la literatura juvenil vernácula. Pocas veces el microcosmos escolar ha sido descrito con un realismo tan atento al impulso adolescente dentro de un entorno que todo lo restringe y acartona. La vida de Mateo Valdivia, un alumno de cuarto de secundaria, es resumida en tres jornadas donde debe enfrentar tentaciones y retos frente a los cuales su profunda sensibilidad y sus invencibles inseguridades son puestos a prueba de las maneras más imprevisibles. Así confronta los reclamos de su propia sexualidad (“las hormonas como sal de fruta”), su incidental voyerismo, una seductora invitación a compartir un lance de marihuana y otra para medirse a golpes con el matón del colegio. Mateo es demasiado inexperto, le cuesta procesar y definir sus sentimientos ante cada hecho que experimenta, pero la prosa de Galloso, de poéticos matices, logra erigir una psicología particular que tiene la textura de lo cierto y lo conmovedor.
Otro aporte es un ensayo referencial que tampoco ha sufrido la mella del tiempo: “El Perú desde la escuela”, de Gonzalo Portocarrero y Patricia Oliart. Los autores visitaron decenas de colegios en pos de averiguar qué visión del país era transmitida por los maestros y los textos escolares durante los años ochenta. La pugna por dos versiones de nuestra historia y sociedad era ya nítida en las conclusiones que esta aproximación expone: la narrativa “criolla”, conciliatoria y oficial, oponiéndose a una extremista, reivindicatoria y, según el estudio, de un marxismo sesgado y simplificado. La pandemia y sus costos humanos -de toda índole- no ha hecho sino enfatizar la fractura que Portocarrero y Oliart denunciaban hace treinta años. ¿Cómo propondremos una nueva perspectiva ante estos sucesos cuando advenga el mundo presencial? ¿Estaremos listos para objetar los dogmas inmovilizadores, los esquemas monolíticos, que marchitan el pensamiento crítico de los niños desde el saque? La respuesta la tenemos nosotros.
RECOMENDACIONES
“Entre cuadernos y barrotes”. Carlos Mayhua, Jesús Cossío y Luis Rossell. Cultura y sociedad, 1999.
“Tres días para Mateo”. José Antonio Galloso. Alfaguara, 1999.
“El Perú desde la escuela”. Gonzalo Portocarrero y Patricia Oliart. Intituto de Apoyo Agrario, 1989.
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