Roland Barthes: la crítica como forma de vida
Roland Barthes: la crítica como forma de vida
Santiago Bullard

La vida intelectual que se vivió en Francia a mediados del siglo pasado podría compararse con una olla a presión. Sobre todo a partir del final de la Segunda Guerra Mundial, allí se cocieron las más diversas escuelas del pensamiento, abonadas por el influjo decisivo de pensadores como Heidegger, Freud o Saussure.

Fue una época empujada por cierto ánimo experimental, como si el pensamiento hubiera sido llamado de pronto a la acción. Claro que buena parte de estos empeños intelectuales demostraron, a la larga, ser poco más que polvo en el camino, meros juegos de malabarismo conceptual que finalmente no decían nada. No todos pueden ser Sartre. Tampoco cualquiera puede ser .

Él fue uno de los pensadores más originales de su época. Formado bajo la influencia del existencialismo, pronto hizo suyo el terreno de la semiótica (el estudio de los signos).

Sus primeros textos lo situaron entre las líneas del estructuralismo, escuela que trataba de refinar un método que hiciera del estudio de las manifestaciones culturales una disciplina de precisión científica. Tiempo después, Barthes (como Jacques Derrida) se convertiría en uno de los mayores críticos de estos métodos, aportando así algunas de las ideas que darían forma a las bases de la corriente crítica del posestructuralismo.

RENOVACIÓN Y REVUELTA
Desde sus inicios, Barthes se manifestó como un analista y crítico tan formidable como original. Su primer ensayo importante, “El grado cero de la escritura”, apareció en 1953, y sigue siendo uno de los estudios históricos más interesantes que se han escrito sobre literatura francesa. Sus páginas no se centran en autores o corrientes, sino en las formas en que se ha ido manifestando el concepto de “escritura” a lo largo del tiempo.

Se trata de una fórmula analítica que, más que invertir, busca abrir el campo de estudios al cambiar el punto en el que se pone tradicionalmente el énfasis. Este primer libro, en cierto modo, es una matriz en la que ya se encuentran muchas de las ideas que el autor desarrollará a lo largo de su vida.

Uno de los mejores ejemplos de esto lo tenemos en los ensayos que reunió bajo el título de “Mitologías” (1957), uno de los libros fundacionales de la crítica cultural de nuestros tiempos. En él, Barthes pone bajo la lupa de la crítica a la sociedad de su siglo, escrutando lo que yace por debajo de sus ideas preconcebidas sobre las cosas. En él habla de temas tan diversos como el cine, automóviles, box profesional, el consumo de vino o la publicidad de artículos como detergentes y margarina Astra.

Una fórmula sorpresiva, novedosa, que supo poner el dedo en la llaga de una burguesía poco dada a pensar en las grietas de su propia cotidianidad. Un trabajo adelantado a su tiempo, aparecido casi 40 años antes de que Zizek se sentara a analizar inodoros en un ensayo cuya fama es proporcionalmente inversa a la originalidad y el alcance de su contenido.

El pensamiento de Barthes se sostiene sobre una actitud crítica hacia aquellas cuestiones que más lo preocupaban: la esencia siempre cambiante del signo, el abismo que encierran las definiciones, el poder que determina el desarrollo de las lenguas.

Estas preocupaciones se encuentran cristalizadas en la famosa lección inaugural que Barthes pronunció en el College de France. “No vemos el poder que hay en la lengua –dijo en aquella ocasión– porque olvidamos que toda lengua es una clasificación, y que toda clasificación es opresiva”. Para él, todo lenguaje es, en ese sentido, una herramienta de dominio sobre el flujo incontenible de la experiencia.

En el año del centenario de su nacimiento, Roland Barthes es uno de los pocos autores de la Francia de su época que mantienen, hasta cierto punto, su vigencia. Tal vez no siempre en lo dicho, pero sí en la forma en que lo dijo. A su lado, Jacques Lacan (genio de época cuyos entramados desarreglos conceptuales han sido comentados hasta la náusea por sus dogmáticos sectarios) es un artículo de museo.

Este jueves, a las 7 p.m., se llevará a cabo un homenaje al pensador francés en la Casa de la Literatura (Jr. Áncash 207, Centro de Lima). Se realizará una mesa redonda para debatir su obra y el alcance de la misma, y estará a cargo de de Carlos García Bedoya, Óscar Quezada Macchiavello y Santiago López Maguiña.

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