El equipo de campaña y toda su familia sintieron esa felicidad que solo pocas personas conocen. Después de tantos meses y de tanto esfuerzo, Al Gore se había convertido en el presidente de Estados Unidos. Eran las ocho de la noche del martes 7 de noviembre del 2000 cuando las cadenas de televisión coincidieron en que el demócrata se había impuesto en Florida, uno de los estados decisivos en los comicios.
Pero los noticieros se adelantaron. El resultado había sido muy ajustado y todo apuntaba a que había sido George W. Bush quien se había impuesto en Florida. Los ánimos se fueron diluyendo. Mientras los noticieros se retractaban, Al Gore, vestido con jean y sandalias, se recostaba boca abajo en la alfombra y se rascaba la cabeza. ¿Qué había sucedido? Mientras tanto, el republicano Bush, de saco y corbata, repasaba las notas del discurso de victoria, que seguramente leería en algunos minutos cuando se dirigiera a los estadounidenses como su nuevo gobernante.
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Pero eso tampoco pasó ese día.
Al rato, Gore lo llamó y le dijo que se retractaba, que ya no iba a aceptar la derrota. La elección había sido muy ajustada e iba a esperar a que se supieran los números reales. “Las circunstancias han cambiado drásticamente desde que lo llamé por primera vez”, le dijo.
Bush se sentó rodeado por sus más cercanos asesores. Todos se quedaron viendo un pequeño televisor al que no le quitaban los ojos de encima.
En paralelo, los seguidores de Gore gritaban “¡Recuento! ¡Recuento!”.
UN PROCESO LARGO Y COMPLEJO
Para convertirse en presidente de Estados Unidos hay que tener la mayoría simple de votos electorales, cifra que se alcanza a medida que los postulantes ganan en los Estados. Florida tiene 29, New Hampshire 4, y así, la idea es llegar a tener 270. Eso significa que los mandatarios pueden ser elegidos sin tener el voto popular. El analista y profesor de la PUCP Norberto Barreto recuerda que, en el 2016, Hillary Clinton tuvo tres millones de votos más que Trump, y, aun así, no fue elegida.
“Una de las explicaciones tradicionales de este sistema de votación es que el país era muy complejo, grande e incomunicado, así que cada Estado elegía a unos representantes que iba a votar a Washington. Recuerda que Estados Unidos surge en 1776 y que entonces no existía ni el telégrafo”.
Barreto también destaca la desconfianza de los Padres Fundadores hacia la masa electoral, en la democracia directa. “Por una cuestión ideológica, de clase, básicamente, por miedo a que el voto pueda ser comprado, mal dirigido y que la gente no tenga la capacidad para liderar. No es el único caso, los senadores tampoco se elegían directamente, sino por los congresos que habían en cada Estado”.
El racismo también está involucrado en la ecuación. “No necesariamente el voto se ha hecho más fácil en Estados Unidos. Habría que recordar que, al comienzo de la nación, los afroamericanos no votaban porque no eran ciudadanos y que hasta en algún momento, la Corte Suprema los catalogó de ‘cosas’. Luego, ellos acceden a la libertad, pero los Estados del sur les quitan el derecho al voto. Una de las grandes luchas de Luther King y los líderes de los 60 es que, justamente, se les respetara ese derecho, porque habían cláusulas que decían que si tu abuelo no sabía leer y escribir no podías, y obvio que ninguno o muy pocos esclavos sabían hacerlo. Ambos partidos, el Republicano y el Demócrata, han jugado con esto, aunque en los últimos años, los primeros están tratando de aprobar medidas para negar el voto de las minorías porque saben que no los van a elegir”.
Si este sistema se mantiene, cuenta Barreto, es porque funciona. Mal que bien, EE.UU. avanza. Además, claro, cambiarlo significaría un grandísimo esfuerzo que pasaría por aprobar una enmienda, para lo cual cada Estado debería aprobarla. “No es la democracia que nosotros conocemos, pero es su sistema, aunque hay reclamos para cambiarlo. Pero en el contexto actual, cuando hay una gran incapacidad de los dos partidos para ponerse de acuerdo, no parece viable”.
UN PRESIDENTE ELEGIDO POR UNA CORTE
Tuvieron que pasar varios días para que, por fin, se viera luz al final del túnel. La solución, sin embargo, se convirtió en una aventura sin precedentes para los comicios estadounidenses: se ordenó que los votos se contaran manualmente. George W. Bush y su esposa recibieron la noticia con la cara desencajada. Al Gore alzó su mano derecha para celebrar, mientras que su esposa e hija se miraron incrédulas y a la vez emocionadas ante la decisión.
Pero esto solo alargó el problema. Las disputas legales entre los partidos se hicieron pan de cada día: mientras que unos querían que se siguiera adelante con la confirmación manual de los resultados, los otros ponían trabas. Más de 50 mociones se registraron en distintos juzgados, lo que hizo más difícil el proceso.
A ello había que sumarle que en él estaban involucrados Katherine Harris, entonces secretaria del Estado de Florida y exmiembro de la campaña de Bush, y la de Jeff Bush, gobernador de Florida, quienes querían que el republicano fuera elegido.
Fue cuando la Corte Suprema de Florida decidió que se procediera al recuento de votos, que los republicanos apelaron, para terminar llevando el caso a la Corte Suprema, el máximo intérprete de la ley en Estados Unidos. Ese tribunal decidiría quien sería el próximo presidente.
Uno de los grandes inconvenientes existentes en EE.UU., cuenta Barreto, es que no hay una institución en la que se centralicen los comicios. “Tiene un sistema rarísimo en el que cada Estado tiene un secretario que controla el sistema. Es tanto así que, incluso, los que anuncian a los ganadores son los noticieros”, dice.
Dificultades como la que vivieron Bush y Gore se pueden comprender en ciertas ocasiones. Barreto recuerda que, en 1824, la Cámara de Representantes tomó el control de las elecciones porque ninguno de los candidatos alcanzó una cantidad significativa de votos. Finalmente, el elegido fue John Quincy Adams, aun cuando Andrew Jackson ganó en un primer momento la mayor cantidad de votos electorales.
Un caso similar se dio en 1876, poco después de la Guerra de Secesión. Entonces, y como resultado de la gran polarización, el Congreso tuvo que crear una comisión que, finalmente, designaría que el republicano Rutherford B. Hayes venció al demócrata Samuel J. Tilden. La diferencia, aun cuando Tilden tuvo 260 mil votos populares más que su oponente, se decidió por un voto electoral.
Casos como estos son extraños.
Habían pasado 36 días desde el día de las elecciones cuando la Corte Suprema se pronunció sobre el final de las elecciones del 2000. Primero, ordenó que se detuviera el recuento de votos, para luego, cancelarlo porque ello solo dilataría el proceso. Con ello, Bush fue el ganador.
“Si bien disiento absolutamente con la decisión de la Corte Suprema, la acepto”, dijo Gore.
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