Es un error creer que las constituciones son inútiles para el funcionamiento de un sistema económico y político. Por ejemplo, la Constitución chilena y la peruana son una garantía para que funcione la economía de mercado. En cambio, las constituciones de Venezuela y Bolivia privilegian la economía estatal. Si no, ¿por qué cree que cuando la izquierda propone reformar el artículo 60 de nuestra Constitución los empresarios y las instituciones que los representan ponen el grito en el cielo? Las constituciones son expresiones jurídico-ideológicas.
En Chile rige una Constitución híbrida, donde se mezclan normas autoritarias, neoliberales y democráticas. Ella no significó una ruptura definitiva y radical con la dictadura de Pinochet y el sistema neoliberal impuesto a sangre y fuego por este tirano, que contó con el apoyo de un grupo de economistas seguidores de las ideas de Hayek y sobre todo las de Friedman. En lugar de que el sistema de libre mercado naciera en una democracia, como sucedió en Estados Unidos e Inglaterra, aconteció todo lo contrario.
El neoliberalismo también fue impuesto en Bolivia durante el gobierno de Paz Estenssoro y de Fujimori en el Perú. En el caso de Bolivia funcionaba una democracia representativa y la represión contra los opositores fue menos cruenta. Lo que significa que, ya sea bajo un sistema democrático o bajo una dictadura, un grupo de tecnócratas impuso un sistema económico sin consultarle al pueblo. Esto ha sucedido en la mayoría de los países capitalistas.
Si la Constitución chilena tiene ahora más normas democráticas se debe a los gobiernos de la Convergencia centroizquierdista. Sobre todo durante el gobierno de Lagos, que emprendió una reforma política que, ya en la práctica, empezó a deformarse. Sobre todo por los resultados y las reacciones que hemos visto en la mayoría del pueblo chileno.
Como señala el politólogo chileno Manuel Antonio Garretón, que desempeñó un rol importante en la transición chilena hacia la democracia, esta es incompleta porque carece de una institucionalidad plena, y por ello propuso una nueva Constitución. Otro politólogo, Peter Siavelis, en el 2009 advertía sobre una crisis de representación y de identificación de los ciudadanos con los partidos políticos.
El principal problema para que la democracia se consolide en Chile fue lo que Garretón llama los “enclaves autoritarios”. Ellos están en una serie de artículos en la Constitución chilena de 1980 porque mantienen la influencia militar en la política y la herencia económica que se impuso en ese gobierno. Estos “enclaves autoritarios” fueron desactivados gradualmente, pero quedaron prácticas y costumbres autoritarias, anteriores a la transición, que han afectado a Chile. El tema no es solo económico, es también social.
Para la mayoría de los chilenos la democracia vigente es muy elitista, poco participativa e insuficientemente representativa, como lo es también la nuestra. Los más decepcionados son los jóvenes .Esto igualmente sucede en el Perú, en la mayoría de las naciones de América Latina y en gran parte de Europa. Es uno de los signos de nuestro tiempo.
El neoliberalismo está siendo cuestionado no por el Foro de Sao Paulo, Cuba, Venezuela, los comunistas emboscados o por una mano siniestra que opera desde algún país de Europa central, sino por la gran mayoría del pueblo chileno que clama por una reforma que derogue a la obsoleta Constitución neoliberal-pinochetista porque ha mantenido lo esencial de ese régimen económico y forma de gobierno. Como bien ha señalado Alicia Bárcena, secretaria ejecutiva de la Cepal: “No se puede depender solo del mercado porque este no resuelve los problemas de desigualdad”. Ojo, nosotros todavía estamos a tiempo.
Para salir de este estado de cosas el pueblo del vecino país será doblemente consultado en plebiscito y decidirá su futuro económico y político. Esperemos que esta decisión sea totalmente respetada y no pase lo que sucedió con Grecia, donde los grupos de poder económico europeos influyeron y luego impusieron su visión del mundo neoliberal, a pesar de que el pueblo votó en contra de esa visión dos veces.
Como dijo en una oportunidad el famoso uruguayo Eduardo Galeano del modelo económico aplicado en el país de la cueca: “Se metía a la gente a la cárcel para que los precios pudieran ser libres”.