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La voz prestada de la Inteligencia Artificial
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La voz prestada de la Inteligencia Artificial

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Hay un virus silencioso que se expande en las redacciones, en los sets de televisión y hasta en las bandejas de entrada de nuestros correos electrónicos. No mata, pero empobrece. No duele, pero achata. Se llama y amenaza con transformar el lenguaje en una sopa tibia de lugares comunes.

La IA no solo automatiza tareas, también automatiza la voz. Lo advirtió recientemente la revista “The New Yorker” en un artículo demoledor: “A.I. Is Homogenizing Our Thoughts”. Según el periodista Kyle Chayka, estudios de instituciones académicas estadounidenses como MIT, Cornell y la Universidad de Santa Clara han revelado que los textos asistidos por IA tienden a ser más homogéneos, con menos carga cultural, menor actividad cerebral al escribir y una peligrosa pérdida de autenticidad. En otras palabras, la máquina nos está enseñando a escribir como ella: rápido, ordenado… y predecible.

No se trata de una simple preferencia estilística. Es una mutación. Un contagio que convierte a periodistas, comunicadores y creadores de contenido en replicadores de fórmulas: “en medio de un contexto complejo”, “este hecho no tiene precedentes”, “es importante señalar que…”. Ya no es una coincidencia: es una plantilla.

Desde España, “El País” alertó de algo similar. En su cobertura sobre la influencia de la IA en la cultura contemporánea, identificó cómo esta tecnología está “aplanando” la creatividad, no solo en la música o el diseño, también en el periodismo. Cada vez más textos repiten los mismos adjetivos grandilocuentes, las mismas estructuras sintácticas, el mismo tono emocionalmente neutro. No por falta de talento humano, sino por exceso de asistencia algorítmica.

¿Es esto progreso? ¿O es apenas una fábrica de clones lingüísticos?

Lo preocupante no es que la IA escriba bien. Lo preocupante es que todos empezamos a escribir como ella. Perdemos el acento propio, la ironía que nos distingue, el error revelador, la pausa incómoda que dice más que mil palabras. Perdemos la voz.

Esto no significa renegar del avance tecnológico ni hacer una apología del regreso a la máquina de escribir. La IA es una herramienta útil –y a veces brillante– para ordenar datos, traducir, transcribir o incluso encontrar estructuras narrativas. Bien utilizada, puede ahorrar tiempo, ampliar recursos y democratizar el acceso a ciertos procesos editoriales. Pero eso no la convierte en autora. Ni en conciencia. Ni en mirada.

Y si perdemos la voz, ¿qué nos queda como periodistas? ¿Quién querrá leer una nota indistinguible de otra, redactada por alguien que escribe como todos los demás?

La IA es una herramienta. Poderosa, sí. Pero no un editor. Mucho menos un autor. Como recordaba Gabriel García Márquez, el periodista es un cronista de la realidad, no un autómata del lenguaje. Es hora de volver a escribir con el oído, con las tripas, con las manos. Aunque nos demore más. Aunque suene menos perfecto. Aunque no sepa “optimizar el SEO”.

Porque si todos empezamos a decir lo mismo, ¿quién estará realmente hablando?

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Hugo Coya es Periodista

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