José Carlos Requena

Al momento de cerrar estas líneas fue rechazado el proyecto de reforma constitucional que buscaba el. La iniciativa planteaba una jefatura del Estado complementaria del lustro presidencial 2021-2026 y un breve , como si fuera fruto de una disolución. Es evidente que la incertidumbre está lejos de ser despejada.

Puede resultar injusto describir a un colectivo de 130 voluntades con un solo adjetivo, pero cualquier conglomerado toma una dirección. De hecho, son las votaciones las que marcan el rumbo que toma un Parlamento. El actual parece haber tomado velocidad de crucero hacia el precipicio. No se entiende de otra manera el terco empeño en huir del acuerdo y persistir en la insensibilidad y la intransigencia.

Llegar a acuerdos entre más de una docena de grupos es una tarea harto complicada, peor aún cuando los grupos que respetan acuerdos internos se cuentan con los dedos de una mano. Si el grupo de actores experimentados es bastante limitado, la situación se hace todavía más cuesta arriba. Pero en este Parlamento han existido otras situaciones en las que se ha logrado establecer acuerdos y hasta deponer intereses que parecían no negociables.

El Congreso parece empeñado en mantener la insensibilidad ante una agenda que parece concreta: el adelanto de los comicios. Es irrealista pensar que pueden tenerse elecciones en abril del 2026, como si una situación como la actual fuera sostenible por tres años más.

Por otro lado, es irresponsable incorporar más temas en el debate o eventuales consultas, ya que las decisiones estarían absolutamente influenciadas por la altísima polarización que ha adquirido hace algunos años la política peruana.

La salida menos dañina para las instituciones democráticas es forjar un acuerdo que logre algo concreto: elecciones anticipadas. Pero desde distintas posiciones se ha insistido en colar en el pedido otros temas que terminan haciendo más complicado lograr un acuerdo básico y torpedean cualquier salida a la crisis.

El anticipo de elecciones no tiene que ver solamente con la alta expectativa ciudadana (73%, según la encuesta más reciente del IEP), sino con la práctica imposibilidad de sostener una situación política como la actual: una presidencia crecientemente aislada y desgastada, un Congreso fragmentado y lejano de las expectativas ciudadanas, y una intranquilidad social que torpedea a la economía.

Tampoco tiene que ver mucho el poco respaldo ciudadano hacia el Legislativo. De hecho, los parlamentos suelen ser impopulares en todas las democracias y, por otro lado, la mayoría no siempre tiene la razón. Cabe recordar que fue una mayoría abrumadora (85,1%) la que aprobó en un referéndum uno de los mayores desastres que dejó el paso de Martín Vizcarra por la presidencia.

La situación actual, en la que el nudo parece persistir, debería obligar a la presidenta Dina Boluarte a jugar un rol más activo. La mandataria tiene en su negada renuncia el arma fundamental para poder viabilizar algún desenlace. Pero, hasta el momento, parece haber preferido actuar con una calculada resignación.

Difícilmente se sabrá en el breve plazo el destino que tomen los próximos comicios. Al cierre de esta columna, siguen constitucionalmente programados para abril del 2026. Con las decisiones que vienen forjándose en el Parlamento, solo parece verse prolongado el tóxico estatus quo. Y este parece ser el inevitable resultado de un ánimo de permanencia que no se condice con la compleja situación que el país enfrenta. Una aspiración que recuerda a la ubicua conversación de bar que encabeza este texto, pero la realidad política no parece estar para prolongar la tertulia y en el Parlamento no se dan por enterados.

José Carlos Requena es analista político y socio de la consultora Público

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