
Donald Trump, el mismo dirigente político que se propone expulsar de los Estados Unidos a todos los migrantes ilegales, no tiene el menor empacho en promover el desalojo de Gaza de cerca de dos millones de palestinos de su propio territorio. El desprecio que se manifiesta cuando se refiere a los palestinos de Gaza es impactante. Decir que esa zona tendrá que ser desalojada para que Estados Unidos la ocupe, la reconstruya y la convierta en la “riviera del Medio Oriente”, va más allá de la ofensa. Hay, de por medio, como lo han dicho varias voces, un proyecto de limpieza étnica.
Algunos analistas consideran que lo dicho por Trump forma parte de una estrategia de negociación: presionar, amenazar con su fuerza y después negociar. Aun así, una estrategia como esa –es decir, aquella conocida como la “estrategia del loco”, que “consiste en presentarse como irresponsable ante los adversarios potenciales para intimidarlos”, tal como señala Emmanuel Todd (“Después del imperio”, 2012)– se basa en el desprecio y en la posibilidad de una imposición arbitraria, algo muy peligroso para la paz mundial.
Paul Krugman, premio Nobel de Economía estadounidense, tiene una interesante lectura sobre esta situación. Plantea que la clave para entenderla es que Trump está promoviendo un intento de autogolpe de Estado. Krugman llama la atención sobre las medidas que está impulsando Trump, que no son solo cerrar Usaid y retirarse de organismos multilaterales, sino también capturar ámbitos administrativos centrales, a través, según Krugman, del “aterrador intento de Musk y sus acólitos de tomar el control del sistema de pagos del Tesoro” (Substack, 7/2/2025). El último sábado, precisamente, un juez federal emitió una orden para impedir que se “acceda a los datos personales y financieros de millones de estadounidenses” (El Comercio, 9/2/25).
El debilitamiento de la hegemonía estadounidense alienta respuestas como las del presidente Trump, que no hacen sino generar más inestabilidad, incertidumbre e incluso temores entre sus aliados tradicionales –como Canadá–, y entre la mayoría de los países europeos y de América Latina. Una de las manifestaciones más claras de este proceso de debilitamiento es que el Estado y su presidente ya no abogan por –ni promueven– el universalismo, expresado en la ONU, la OMS, la OMC y el Acuerdo de París, entre otros, sino en intentar imponer un proyecto autorreferencial que se expresa –ahora se entiende mejor– en el lema “Hagamos grande a Estados Unidos otra vez”.