En mi artículo del 30 de junio (“La balanza de la informalidad”) señalé que una de las explicaciones de por qué la informalidad no disminuía era que, aunque las desventajas de la informalidad eran grandes, las desventajas de ser formal lo eran aún más. Por ello, creo que una manera de aumentar la formalidad es haciendo a la formalidad más sexy.
Con la mano en el pecho y en la intimidad de la lectura de este Diario, pregúntese ¿por qué es usted formal, estimado lector? Muy probablemente lo sea por la misma razón de la mayoría de peruanos: para no tener problemas con la Sunat, para que el municipio no le cierre el negocio o para que el ministerio no lo multe. Es decir, paga para evitar que quien cobra le haga algún tipo de perjuicio. Paga impuestos por la misma razón por la que le da propina al “cuidador” del auto, quien en caso contrario terminará rayándolo, o al sindicalista de construcción civil, que de otra manera le parará la obra. Usted es formal no porque ello le traiga beneficios, sino porque no hacerlo lo perjudicaría. La formalidad en nuestro país no es atractiva; es simplemente disuasiva.
Pero ¿cómo sucede en los países con tradición impositiva? Allí como acá, a nadie le gusta pagar impuestos, porque cada dólar que se asigna a ello disminuye la capacidad de gasto individual. Pero la gente sabe que debe hacerlo no solo por obligación (y el probable castigo), sino también para tener mejores pistas, parques, colegios, policías y servicios generales. Pasa lo mismo que vemos aquí cuando los muchachos hacen una “chanchita”. Todos quisieran no tener que hacerlo, pero saben que es necesario dar para tener mejor diversión, y entienden que quien más tiene es natural que dé más. En nuestra “chanchita”, como cuando se pagan impuestos en los países con tradición impositiva, duele dar dinero, pero no se siente como una extorsión. Se siente como una obligación que a fin de cuentas nos termina beneficiando.
¿Cómo cambiar nuestra situación? Quizá dando beneficios más claros e interesantes a aquellos que cumplen con sus obligaciones. ¿Tratamientos preferenciales en los trámites con el gobierno? ¿Prioridad en los servicios públicos a los barrios que más cumplen con pagar sus tributos municipales? ¿Más facilidades de pago de impuestos a los más cumplidores de sus obligaciones? ¿Preferencias en el otorgamiento de becas de estudio a los hijos de los mejores ciudadanos? ¿Mayor servicio de seguridad en las zonas donde están las empresas serias? El lector, sin duda, tendrá cientos de ideas como estas, que harán que la gente venga a la formalidad en lugar de tener que ir a buscarla a la fuerza. Hágalas conocer a sus autoridades.
Quizá esto parezca un objetivo poco realista, pero así sucede en los países donde la formalidad es la regla. Donde el principal argumento de quien reclama ante la autoridad es “¡yo pago mis impuestos!” y se siente, por ello, con derecho de exigir sus beneficios.
En resumen, ayuda a tener más formalidad hacer la vida más difícil a los informales y disminuir trabas a los formales. Pero se avanzará más haciendo que la informalidad sea más atractiva para todos. Total, siempre hemos sabido que el amor da mejores resultados que la guerra.