A María Clemencia Herrera Nemerayema no le dieron diploma cuando terminó la primaria en el internado Santa Teresita del Niño Jesús del municipio de La Chorrera, Amazonas, al sur de Colombia. En su graduación un cura le regaló una biblia y un cristo crucificado. “Esto para que algún día se convierta”, le dijo a esa niña de apenas 15 años que se negó a olvidar su lengua materna Uitoto minika y que en cada clase hacía hasta lo imposible para recordarle a sus compañeros cómo era su cultura, qué eran las chagras —los espacios de cultivo—, cómo eran las comunidades de su territorio y cuál era el papel de las mujeres indígenas amazónicas. Cuando Herrera recuerda esa frase, le causa risa y, tal vez, un poco de curiosidad. No entiende por qué los curas y monjas que llegaron a imponer la religión y la educación occidental en ese territorio indomable, insistían tanto en satanizar la cultura indígena.
Ella no fue rebelde, solo se opuso al olvido de lo propio.
— ¿Ahí empezó su liderazgo? —le pregunto.
— Yo no sabía que eso era un inicio de liderazgo —responde—. Simplemente que para mí no existía otra cosa que los pueblos indígenas que me rodeaban.
Y sí, así empezó todo. En esa pequeña escuela incrustada en el corazón de la selva, María Clemencia Herrera mostró su talante, se negó al maltrato y demostró la fuerza que tienen las mujeres amazónicas.
Ahora, con 52 años, es la mente que fundó la Escuela de Formación Política de la Organización Nacional de los Pueblos Indígenas de la Amazonía (OPIAC), iniciativa apoyada por la Cooperación Noruega que cada año capacita a decenas de jóvenes que se forman para proteger su territorio; un modelo pedagógico propio que refuerza sus raíces, les recuerda su misión de cuidar la madre tierra y les da las herramientas para enfrentarse ante el mundo. Un espacio donde se da la misma oportunidad a hombres y a mujeres, y que graduó a 245 jóvenes con potencial de liderazgo entre 2016 y 2019.
Clemencia Herrera, del pueblo Uitoto (Muina Murui), ha sido la voz de los indígenas ante el mundo y ha ganado numerosos reconocimientos nacionales e internacionales por su trabajo. El más reciente ocurrió el pasado 23 de julio, cuando la Secretaría de Estado de Cooperación Internacional del Ministerio de Asuntos Exteriores de España y la Casa América le otorgaron el Premio Bartolomé de las Casas por su labor en la defensa de los territorios, a partir de la recuperación de las culturas locales y del uso sostenible de los recursos amazónicos.
Por más halagada que se sienta, Herrera no deja que nada la desvíe de su gran sueño: crear una universidad indígena intercultural para la Amazonía. “¿Cómo lo lograré?”, se pregunta. Aún no sabe, lo único que tiene claro es que lo hará realidad, como todo lo que se ha propuesto.
Lee más | La Amazonía está amenazada por inversiones de miles de millones de dólares en petróleo
Un territorio olvidado
Por más firme y segura que suene su voz, Clemencia deja entrever cierta tristeza. Hace unos meses falleció su padre Eulogio Herrera en el municipio de La Chorrera, al sur de Colombia, su territorio de origen, a la espera de los medicamentos y los aparatos médicos que podían ayudarle a combatir el COVID-19. “Mi padre murió esperando la medicina (que llegaría) en el único vuelo que aterriza en esos territorios”, acepta con un dejo de resignación.
Clemencia Herrera no se despidió de su sabedor y guía, ese hombre uitoto que fue pieza clave en la reconstrucción de La Chorrera, después de la Fiebre del Caucho; conflicto de los países amazónicos que se dio desde 1850 hasta casi mediados de 1900, en el que casi 100 000 indígenas de las etnias uitoto, bora, andoque y ocaina, fueron convertidos en esclavos y obligados a trabajar en la extracción cauchera.
“Mis bisabuelos y abuelos fueron víctimas de este conflicto”, narra Herrera, orgullosa de que su padre, líder innato, ayudara a reconstruir ese pueblo que quedó con menos de una decena de casas y en el que ahora viven más de 3800 amazónicos. “Soy la cuarta generación de los hijos de la resistencia”, afirma con satisfacción, honrada del padre que tuvo.
La líder indígena guarda silencio, está preocupada por su territorio. En el Amazonas, de acuerdo con el Ministerio de Salud, hasta el 2 de noviembre han muerto 117 personas a causa del COVID-19 y ya son más de 2900 casos confirmados con el virus. En La Chorrera —que está a hora y media en avión de Leticia, capital de ese departamento, y a un mes por río— son 14 casos confirmados y dos muertes, una es la del padre de Herrera. Para ella no es una cifra más: es el retrato del abandono en el que los tiene el Estado. Es un virus que apareció para visibilizar la pobreza del territorio por el que trabaja desde que era una niña
Antes de cumplir los 20 años, Clemencia Herrera ya asesoraba a la Confederación del Alto Amazonas de la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC); acompañó el equipo indígena que estuvo en la Asamblea Nacional Constituyente de 1991; sirvió de puente de diálogo entre las comunidades y los grupos armados ilegales que llegaban a imponer su ley; y también trabajó en el ordenamiento del resguardo Predio Putumayo, territorio de casi 6 millones de hectáreas que les fue arrebatado a los pueblos amazónicos durante la época de la Fiebre del caucho y que se les devolvió en abril de 1988, cuando el entonces presidente Virgilio Barco les dijo a los indígenas: “Por fin, la tierra que es de ustedes, es de ustedes”.
Ese territorio amazónico, que tanto ha sufrido, es por el que se esfuerza Herrera. Quiere empoderar a los indígenas, así que les ha hablado de la gobernabilidad del territorio y del valor de sus orígenes.
“Somos una nación indígena. En clase les enseñamos a los jóvenes que hay más de 40 artículos de la Constitución Política que tienen que ver con sus derechos y los de sus comunidades, más los que les compete como ciudadanos. Tienen una Constitución multicultural de la que se deben apropiar”, explica Mauricio Garzón, biólogo, abogado y docente de la cátedra de Pluralismo Jurídico de la Escuela de Formación Política, espacio que empezó sus clases en 2016 y en el que les brindan las herramientas para que nadie les pase por encima.
La Escuela, respaldada por la Universidad del Rosario de Bogotá, tiene cuatro líneas de formación: territorio y biodiversidad; autonomía y participación política; derecho propio y pluralismo jurídico; y comunicación audiovisual. Sea cual sea el área que escojan los futuros líderes, saben que tendrán que aplicar sus conocimientos en el territorio y proponer un proyecto de impacto. Ese es el interés de Clemencia Herrera, que se vean como sujetos políticos que formarán parte del cambio.
Lee más | Colombia: indígenas Nukak-Makú acorralados por palma, coca y bandas criminales
“La mujer indígena más empoderada”
En la Escuela de Formación hay un módulo enfocado a explicar el papel de la mujer indígena en los pueblos amazónicos. Allí, tanto hombres como mujeres escuchan la clase mientras tejen. No hay excepción. La lideresa uitoto insiste en rescatar el rol de las mujeres y en darles el mismo lugar que tienen los hombres. Toda una hazaña que la ha llevado a lidiar con el machismo y la oposición de muchos.
“Las mujeres tienen un rol muy importante para preservar la cultura y mi interés es que todos aprendan a valorar el trabajo que las indígenas hacemos, que haya un sentido de pertenencia y un respeto”, expresa Herrera, mientras recuerda que desde sus 15 años se propuso la meta de empoderar a las mujeres.
Es la fundadora de la corporación Mujer, Tejer y Saberes (Mutesa), espacio creado en 2004 en el que las mujeres amazónicas desplazadas, radicadas en Bogotá, ponen sus conocimientos ancestrales en práctica para generar ingresos, reforzar los valores de los pueblos originarios y evitar ser discriminadas. “Clemencia es una abanderada del tema productivo, así que las puso a trabajar en sus propias iniciativas”, cuenta Claudia Duarte, trabajadora social, amiga y compañera de trabajo de la líder indígena.
La corporación tiene un restaurante de comidas típicas, un centro de artesanías y hasta un estudio de ropa en el que construyen diseños propios que rescatan la cultura amazónica. “Construí un espacio donde las mujeres artesanas aprenden a hacer su economía propia y a generar ingresos —explica Clemencia—. Es muy importante porque ellas tienen necesidades y no cuentan con recursos”.
Lee más | Cinco datos sobre la gran carretera que amenaza a la Amazonía colombiana
Todas las iniciativas están acompañadas de la formación y la educación, la herramienta más grande para generar un cambio o, por lo menos, en eso insiste Clemencia Herrera. Esa idea se reforzó desde que trabajó con las mujeres amazónicas, en el marco del Auto 092 de 2008, medida de la Corte Constitucional para la protección de los derechos de las mujeres desplazadas. Recorrió sus pueblos y confirmó que una gran mayoría de las mujeres indígenas sentían que sus derechos colectivos e individuales estaban siendo vulnerados.
Fue entonces cuando se obstinó en luchar por garantizarles el acceso a la participación política y a la educación. Allí tomó forma en su mente lo que es hoy la Escuela de Formación Política, espacio que, si bien inicialmente estaba pensado solo para mujeres, en busca de la equidad decidieron que fuera para ambos géneros. Todas las iniciativas de Clemencia Herrera han creado espacios de reflexión con los hombres y, aunque no han faltado enfrentamientos, siempre tiene la fortuna de estar acompañada de abuelos y abuelas que reconocen —cuenta Claudia Duarte— que muchas mujeres son violentadas y maltratadas.
“La mujer indígena apenas está empezando un proceso de liderazgo, pues siempre se le da la participación al hombre. Es difícil, pero la profe Clemencia nos ha enseñado que sí se puede. Es la mujer indígena más empoderada que conozco”, dice Célida Valencia, nativa del pueblo Cubeo de Vaupés que culminó su carrera como administradora de empresas y el año pasado se formó en la Escuela de Formación Política. Para esta joven, de 25 años, el reto más difícil al que se enfrentan las indígenas es estudiar sin olvidar sus raíces. “Toca encontrar un equilibrio”, reitera.
Célida Valencia no sabía cómo hacerlo, pero Herrera le demostró que sí se podía. La convenció de capacitarse sin abandonar su rol para preservar la cultura y la vida, y sin dejar atrás el trabajo en las chagras, ese espacio diverso en el que las comunidades cultivan y tienen un intercambio espiritual en el que agradecen a la tierra. “El conocimiento de las mujeres indígenas se transmite a través de la chagra. De ahí brota todo lo que nos alimenta —dice Clemencia Herrera—. Es el centro de vida, es la imagen de una mujer o de un pueblo indígena amazónico”.
Entre las chagras y la selva, la lideresa uitoto pasó su infancia y adolescencia. Aún recuerda cómo sembrar las semillas y se jacta de ser una buena recolectora de frutas. Sabe que las prácticas son tumbar, quemar, sembrar y cosechar; pero recalca que sus comunidades siempre han hecho esto con respeto y que toda tierra es reforestada con árboles frutales del territorio para asegurar los alimentos de las futuras generaciones y de las especies de animales con las que conviven en ese pulmón del mundo.
“Los amazónicos nunca nos vamos y dejamos abandonado un espacio de tierra”, recalca con vehemencia, tirando pullas a los que están acorralando la selva. Solo entre enero y el 15 de abril de este año, la Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible (FCDS) registró 75 031 hectáreas desforestadas en la Amazonía. Esa cifra, en tres meses, alcanzó el 76 % del total que se deforestó en esa región durante todo 2019, cuando se perdieron 98 256 hectáreas de bosque, según el último informe del Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam).
Lee más | Colombia: Rossana sueña con volver a su tierra
En defensa de la vida
María Clemencia Herrera ha logrado rodearse de un séquito que la apoya en su lucha, como Marcelo Muñoz, profesor indígena, del pueblo Tatuyo de Vaupés, que enseña un módulo sobre los territorios de origen en la escuela de formación. “En clase hablamos de lo que nos impusieron, de cómo concibe las cosas el mundo occidental y cómo lo concebimos nosotros”, dice tajante, reiterando que el principal problema de los occidentales —refiriéndose a los no indígenas— es concebir el territorio como un espacio físico del que se pueden lucrar, y no como un ser vivo “que nos alimenta y nos nutre”.
Muñoz, docente desde hace 15 años, actualmente acompaña la formulación de un modelo educativo intercultural y rural para Guaviare, departamento de la Amazonía en el que la selva se reduce a una velocidad estrepitosa. “Allá tumban bosque para poner dos vacas y decir que son ganaderos. Ese concepto hay que cambiarlo. La Amazonía está amenazada porque no conciben el territorio como un ser vivo, creen que es un ser inerte”, insiste.
Y tiene razón, según el Ideam, Guaviare es el tercer departamento del país que concentra mayor deforestación, después de Caquetá y Meta. Por eso, se necesitan líderes que promuevan un cambio para su región, que no se perviertan y que estén dispuestos a encarar lo que les pongan al frente, “como Clemencia, que lucha por preservar el pensamiento ancestral —agrega Marcelo Muñoz—. Una maestra que busca la equidad y la preservación de la vida misma”.
La líder uitoto sabe todo lo que ha conseguido, pero aún se ruboriza al escuchar tantos elogios. Reconoce, con humildad, su influencia en muchos jóvenes egresados de la Escuela de Formación que hoy se visualizan como agentes de cambio. “Yo trabajo para que ellos dialoguen con los ancianos y que no se pierdan nuestras formas de vida ni nuestras tradiciones, para que aprendan a apropiarse de la cultura y se sientan orgullosos de sus raíces”, relata Clemencia.
Uno de sus pupilos es Héctor Yucuna, que logró convocar a los egresados de 2018 y 2019 para pedir a la OPIAC la creación, por primera vez en 25 años, de una coordinación de jóvenes que quieren salvar la Amazonía. Lo consiguió, y es él quien la lidera. “Haremos pronto una asamblea para hablar de lo que piensan los jóvenes en materia de salud, educación, extractivismo, participación política y cambio climático. De ahí saldrá un cronograma y un plan de trabajo”, dice convencido, recalcando que no pueden permitir que se continúen extrayendo minerales y petróleo de sus territorios. Cree que esa es su misión: “esto nos lo enseñó la líder Clemencia, un ejemplo de resistencia y de liderazgo”.
Su preocupación está bien justificada. Un informe titulado Petróleo en la Amazonía: ¿Pueblos indígenas en peligro?, de la Asociación Ambiente y Sociedad, registra que en la cuenca ubicada entre Caquetá y Putumayo existen actualmente 51 contratos para estudio técnico del área, exploración y explotación de hidrocarburos, títulos que están a cargo de 16 empresas nacionales e internacionales. Esto sin contar las áreas disponibles para ser adjudicadas. En esta cuenca ubicada en la región Amazónica, dice el documento, se produce el 2.9 % del crudo total del país. Su potencial es enorme y la Agencia Nacional de Hidrocarburos (ANH) calcula que la reserva ronda los 3000 millones de barriles de petróleo.
“Conozco las consecuencias de estos proyectos. He visto pueblos indígenas desplazados y sin territorio por la extracción de hidrocarburos. Seguiremos peleando con el Gobierno por las consultas previas”, agrega Yucuna. Está decidido a luchar, tal como aprendió en la Escuela de Formación Política; reconoce que no es fácil, sobre todo por los grupos armados que transitan en sus territorios y que llegan a imponer su ley. “Muchos que se han opuesto a ese negocio han sido asesinados”, lamenta. Tal vez ese sea el mayor temor. La misma María Clemencia lo reconoce y sabe que en un país como Colombia es toda una proeza ser líder ambiental o social.
Un reciente informe de Global Witness, registró el año pasado 212 defensores del ambiente asesinados en el mundo. El primer lugar, con el mayor número de homicidios lo obtuvo Colombia (64), seguido de Filipinas (43), Brasil (24), México (18) y Honduras (14). En el caso de Colombia, esa cifra significa más del doble del número de asesinatos registrados por esa organización en 2018.
Lee más | Nuevo estudio revela que minería afecta el 20% de los territorios indígenas de la Amazonía
Una universidad incrustada en la selva
Lo que más impactó a Clemencia Herrera en su paso por el internado en el que terminó la primaria, fue ver docentes que no hablaban su lengua y que obligaban a los indígenas a vivir una vida que no les pertenecía. Se rehusó a renunciar a su cultura. Esa convicción la ha mantenido, incluso después de que las religiosas la enviaran a realizar su bachillerato en el municipio de Viotá, Cundinamarca. Ni el cambio de clima, ni el cemento que reemplazó los árboles de esa selva espesa y húmeda, la hicieron olvidar del territorio en el que creció con sus cuatro hermanos. Todo lo que aprendió en el colegio lo puso en práctica con sus comunidades y se ilusionó con crear algún día una escuela que se saliera del modelo tradicional. Y lo logró.
En la Escuela de Formación Política que fundó estuvo hasta diciembre pasado, cuando en el VII congreso de la OPIAC, que se realiza cada cuatro años, decidieron cambiar a todas las directivas. “Es el golpe más duro que ha recibido, pero estoy segura que la impulsará más”, dice Claudia Duarte. Tiene razón, a Clemencia Herrea nada la frena. Hoy, con su corporación Mutesa, esta lideresa experta en Derecho de los Pueblos Indígenas de la Universidad Carlos III, de Madrid (España), acompaña a 250 mujeres amazónicas que quieren estudiar; las impulsa para validar el bachillerato y proyectarse en continuar con su formación profesional.
Sabe que por ahora no seguirá en la Escuela de Formación Política, así que concentrará sus energías en seguir estudiando Derecho Propio Intercultural con la Universidad Indígena del Cauca y en sumar esfuerzos para lograr montar la universidad en el corazón de la selva, un proyecto que ya está listo en el papel. Está convencida de que la educación intercultural será la mayor arma para cuidar la Amazonía y sus pueblos.
“Clemencia tiene una capacidad de incidencia muy fuerte, es una habilidad que no tienen todos los amazónicos, y con la que seguirá logrando sus metas”, dice Claudia Duarte. La lideresa uitoto no lo niega, sabe que solo necesita un par de segundos para empezar a hablar y captar la atención de todas las personas que estén a su alrededor. Con la palabra y la “berraquera” espera seguir abriendo puertas.
— La Universidad Indígena es un hijo más. Es mi vida, es mi sueño —recalca Maria Clemencia Herrera.
—¿Cuándo lo logrará? —pregunto.
No sabe con precisión, lo único que tiene claro es que se hará realidad. Nadie lo duda, por algo es que “persistente” y “luchadora” son las dos palabras que más se repiten en las personas que la intentan definir.
El artículo original fue publicado por MARÍA FERNANDA LIZCANO en Mongabay Latam. Puedes revisarlo aquí.
Si quieres conocer más sobre medio ambiente en Latinoamérica, puedes revisar nuestra colección de artículos. Y si quieres estar al tanto de las mejores historias de Mongabay Latam, puedes suscribirte al boletín aquí o seguirnos en Facebook, Twitter, Instagram y YouTube.