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Los feroces abigeos de 1952: conozca la estrategia de los ladrones de ganado que estremecieron el centro del Perú
Ese año de 1952, Junín se convirtió en el departamento que albergaba a la mayoría de los más avezados abigeos del país. Eran verdaderas mafias que dominaban varias regiones del centro y sur del Perú (el norte también tenía lo suyo). Pero las bandas de rateros de ganado del Valle del Mantaro no tenían comparación.
Lo más paradójico de este caso fue que la “crisis de los abigeos” se dio centralmente en el departamento de Junín, en el centro del país, la región de la que provenía el dictador Manuel A. Odría, presidente del Perú en esos años (1948-1956). El ‘ochenio’ se vendía como un régimen de orden, progreso y trabajo (“Hechos y no palabras”, decían). No solo Tarma, ciudad natal de Odría, también Jauja y el propio Huancayo y alrededores, todo el Valle del Mantaro sufría las consecuencias de los delincuentes abigeos que parecían incontrolables. Los ladrones de ganado, sin quererlo ni pensarlo, se convirtieron en los peores “enemigos políticos” de la dictadura odriísta.
Los abigeos o ladrones de ganado eran un fenómeno criminal que afectaba a todo el país, a comienzos de la década de 1950. Pero en Junín y en otros departamentos como Huancavelica se había impuesto una nueva estrategia delincuencial: los asaltantes no actuaban, como en la mayoría de los casos, a mano armada (con pistolas, revólveres o escopetas), sino que planeaban sus incursiones con una audacia propia de misiones imposibles. Asimismo, si los atrapaban, los delincuentes implementaban unos impresionantes recursos de leguleyescos para salir bien librados de las acusaciones policiales y hasta fiscales.
El Comercio realizó varios informes especiales que resumían un seguimiento de meses de sus corresponsales a ese grave tema que afectaba la economía local y creaba un ambiente de inseguridad en casi todo el país. De esta manera, se detectó que “una de las zonas más castigadas por el abigeato en el Departamento de Junín es la parte alta de Huancayo, donde los ladrones tienen sus centros de actividades en los distritos de San Juan de Jarpa, Chongos Alto, Chongos Bajo y Huasicancha”, indicaba el diario decano. (EC, 06/09/1952)
Las bandas de abigeos de enfocaron en esos lugares de las provincias de Huancayo y de Chupaca, porque estos estaban cubiertos de “pastos naturales de puna”, y por ende abundaban ganado vacuno y lanar. Allí se ubicaban las haciendas Laive, Antapongo, Tucle, Río de la Virgen, entre otras. Eran los terrenos eran amplios y los pastos interminables, por eso mismo allí se refugió la industria ganadera, con una variedad de ganado que se dispersaba y hasta alejaba de los puntos de observación. En esos momentos, aprovechando la ventaja, es que actuaban los avezadosabigeos.
En verdad, como indicaba El Comercio, se trataban de bandas delincuenciales bien organizadas, con sus propias “bases de operaciones”. Según las investigaciones de esos años, los abigeos poseían contactos en los mercados para traficar sus valiosas “mercancías” vacunas y lanar; e, incluso, tenían lugares secretos en las alturas para intercambiar ganado por dinero o por otros especímenes, una oferta delictiva que realizaban con mafias de otros departamentos cercanos (especialmente del sur).
La banda-líder de todas aquellas, al menos en el departamento de Junín, tenía un cabecilla demasiado audaz. Este se llamaba Claudio Unsihuay. Él y sus compinches decididos a todo, serían capturados a mediados de 1952, pero antes, a comienzos de ese año, su osadía fue extrema al punto de que el Gobierno militar de Manuel A. Odría debió movilizar a personal policial especializado para cercarlos, mejor dicho, para cazarlos.
CLAUDIO UNSIHUAY: UN CASO FEROZ DE ABIGEATO EN EL CENTRO DEL PERÚ
Los primeros meses de 1952 fueron inciertos, angustiantes y peligrosos para los dueños de ganado en el Valle del Mantaro. Miles de soles en pérdidas y cientos de especímenes robados, solo en la hacienda Laive. Los policías locales no se daban abasto. Se enfrentaban a unas verdaderas mafias, al crimen organizado. Estos delincuentes actuaban con perfección y exactitud, como un reloj suizo. Hasta que ocurrió un hecho clave: luego de un robo a un pastor de ganado, la Policía logró capturar, tras larga persecución, a los hermanos Medardo y Eleuterio Araujo, lugartenientes del fantasmal Claudio Unsihuay.
Ambos se declararon delincuentes “convictos y confesos”. Fueron los Araujo los que confirmaron a los investigadores policiales que el cabecilla de la banda era Unsihuay y, además, que la banda la integraban Evaristo y Gervasio Lozano (otro par de hermanos), Celedonio Porta, Segundino y Andrés Rojas (nuevamente otros dos hermanos) y Emilio Unsihuay, un sobrino o pariente cercano del inhallable Claudio Unsihuay. Los hermanosAraujo contaron que las dos vacas que habían robado últimamente estaban en la casa-escondite del jefe de la banda.
Al dirigirse a esa famosa casa de Unsihuay, los agentes policiales descubrieron que esta se hallaba en un lugar estratégico para pasar lo menos percibida posible. El cabecilla de los abigeos vivía muy cerca de río Mantaro, no en sus orillas, propiamente dicho, pero sí en un lugar ante el cual uno podía pasar varias veces cerca sin descubrirla. La Policía dijo que estaba “estratégicamente situada”, debido a que, para llegar a su puerta, los visitantes debían “vadear dos riachuelos que no tienen puentes y está rodeada de altos eucaliptos que oculta un mirador de dos pisos, desde el cual un vigía observa los movimientos de las personas extrañas que llegan hasta ese paraje”. (EC, 06/09/1952)
Pero eso no era todo. El escondite era un “búnker” o pretendía serlo. Unsihuay había dispuesto que la maleza fuera entrelazada con alambres de púas, unidos a su vez a envases vacíos de latón, “que al ser tropezados producen ruidos, dando la señal de alarma”.
Aquel día que la Policía fue a capturarlo, tras la confesión de los Araujo, esa alarma de latón cumplió su tarea e hizo tal ruido que dio tiempo al jefe de los más feroces abigeos para quitarse la ropa y tranquilamente lanzarse a las turbulentas aguas del Mantaro. Unsihuay era un experto nadador y conocía muy bien las trampas del torrentoso río. Así, el delincuente logró cruzar hasta la orilla opuesta, y escapar espectacularmente.
Sin Unsihuay en sus manos (por el momento), la Policía se contentó solo con recuperar lo robado en esos días: las dos vacas estaban ocultas en la casa del cabecilla. Ya caería este, en cualquier momento, se decían los agentes del orden. Con las indicaciones de los hermanos Eleuterio y Medardo Araujo, que los acompañaban, los agentes policiales llegaron a localizar el “botín abigeo”.
EL BOTÍN DE UNA DE LAS BANDAS DE ABIGEOS MÁS TEMIDAS DE LOS AÑOS 50
Los hermanosAraujo informaron dónde estaba oculto el ganado robado. Pero, aquellas dos vacas no estaban solas: al lado de ellas estaban dos burros, que habían sido robados en Huancavelica. Y ocurrió nuevamente algo inesperado (o al menos los policías no lo esperaban): con la idea de evitar “la fuga de los indicados sujetos, se procedió primero a llevar los burros, pero cuando la Policía regresó las vacas habían desaparecido”. ¿O fueron robadas nuevamente? No se sabía. Estaban en tierra deabigeos y cualquier cosa podía ocurrir.
La Policía no se quiso quedar con los brazos cruzados. Profundizó en la búsqueda por los alrededores de la casa, y entonces descubrieron algo inesperado: “En una isla que existe en medio del río Mantaro y que está siempre cubierta de abundante vegetación, Unsihuay y sus cómplices ocultaban la carne de las reses robadas que beneficiaban, para luego trasladarla oportunamente a los mercados”. (EC, 06/09/1952)
La persecución de Claudio Unsihuay se tornó más persistente, hasta que, días después, el jefe de la banda deabigeos de Junín fue capturado por un agente de la Guardia Civil en un recóndito lugar del Valle del Mantaro. Pero cuando este conducía al delincuente al puesto policial de Yanacancha, fue atacado con piedras por familiares del avezado malhechor. Eran la mujer y las hermanas de Unsihuay. En medio del desconcierto, el delincuente se soltó y volvió a arrojarse al río. Volvió a fugarse de la Policía.
Pero el escurridizo delincuente, luego de varios días escondido, decidió entregarse a la Policía. Se sabía que este sujeto tenía conocimientos de “tinterillo”, y podía entrampar con papeleos seudolegales su caso. Quizás con esa confianza se entregó a las autoridades, porque ya antes había sido capturado y logró salir libre con sus argucias leguleyas, que hallaban vacíos legales en la tipificación del delito de abigeato.
Por ejemplo, la ley en 1952, señalaba que la instrucción contra los abigeos “no debe durar más de 75 días, plazo que Unsihuay esperó que casi se venciera ante lo cual el Tribunal Superior ordenaría la ampliación de la instrucción”. De esta manera, justo cuando estaba por terminar la instrucción, el delincuente se “entregaba” y así obtenía la opción de “salir de la prisión en el menor tiempo posible”. (EC, 06/09/1952)
Los ladrones de carneros, vacas, ovejas, burros y hasta llamas, salían libres de las propias comisarias del interior del país por medio de diversas tretas y tinterilladas, a las que recurría también Unsihuay y sus compinches. Desde inventarse historias (no se robaban el ganado, según ellos, sino que lo estaban llevando a sus dueños porque lo habían rescatado de manos de los verdaderos abigeos), hasta comprar falsos testigos (que incluso eran otros abigeos de la zona o de afuera). Inclusive, tenían el descaro de pedir indemnización a las haciendas. Se las sabían todas. Ante ello, la Policía no parecía tener otra opción que dejarles libres.
Mayormente, el ganado robado terminaba sacrificado y tasajeado, y en trozos eran llevados a ferias como la de Chupaca, que se realizaban los días sábados. Dicha feria era considerado entonces como el lugar donde se centralizaba “todo el ganado robado de la región y aún de Huancavelica, pues en ese lugar no se exige ningún requisito para el beneficio de las reses, lo que se hace libremente y sin control”, informó El Comercio. (EC, 06/09/1952).
Ya detenidos, tanto Claudio Unsihuay como su banda completa, se ufanaban de sus delitos y se hacían llamar “profesionales del robo”. No les importaba robar mal o buen ganado, ni afectar el desarrollo de la ganadería de la región de Junín o de cualquier otra región. Como decía el diario decano en esos días: “Lo mismo les da robarse un carnero raquítico o enfermo que uno de pura sangre importado, etc. Como el caso de la Hda. Laive de donde se llevaron un carnero de pedigree, 5 borregas puras por cruce y 25 capones”. Los capones eran los pollos gordos de corral. (EC, 06/09/1952).
La Guardia Civil llegó a capturar a 180 abigeos en la zona del Valle delMantaro en 1952; muchos de ellos salieron pronto libres y volvieron a delinquir.
Los abigeos llegaron por esos años 50 a su máxima expresión delictiva. Luego, desde los años 60, pero especialmente desde los años 70 sus delitos se redujeron, al punto de casi desaparecer, ya sea por obra y gracia de la reforma agraria, la migración a la costa (a Lima, centralmente) o la mejor disposición policialy judicial para perseguirlos. Hoy son una “leyenda oscura” de la delincuencia peruana en el interior del país.