En una Lima católica y creyente la Semana Santa solía hacer un alto en la vida social y política de sus habitantes. Basta remitirnos a las publicaciones de El Comercio para comprobar que desde el ciudadano común y corriente hasta el primer mandatario se abstraían de la realidad para sumarse a los actos de celebración, algunos que hoy han dejado de practicarse.
Si viajamos hasta el jueves 4 y viernes 5 de abril de 1912, días centrales de Semana Santa, El Comercio nos habla de “días de recogimiento y de piedad, en medio de la expansión de los sentimientos religiosos de la ciudad, que ha acudido a los templos, donde se rezaba las tradicionales estaciones y se decía el sermón de tres horas”.
Por ejemplo, el Jueves Santo de ese año la misa celebrada en la Catedral estuvo a cargo del sacerdote José Samamé, y fue el preludio de una procesión tradicional, la del Santísimo, que tuvo como destino final la Iglesia del Rosario, ubicada a pocos metros. Allí el arzobispo Pedro García Naranjo entregó la llave del tabernáculo al presidente Augusto B. Leguía, quien acompañó la procesión junto a su comitiva. Esta llave era devuelta por el primer mandatario al día siguiente.
En el comedor del Seminario de Santo Toribio el arzobispo compartía el almuerzo con doce personas de extrema pobreza y luego realizaba el tradicional lavado de pies.
Desde las dos de la tarde un gran número de personas, familias enteras en el mayor de los casos, iniciaba el recorrido de los templos en el centro de Lima. Los sitios más visitados eran la Iglesia del Sagrario, el templo de Santo Domingo y la Iglesia de La Merced, donde con fervor realizaban el acostumbrado itinerario de las estaciones, arrodillándose y orando en acto de fe y contrición. Puntualmente, en el templo de Santo Domingo los hermanos de la archicofradía de la Vera Cruz realizaban una guardia especial.
El Viernes Santo en los principales templos se realizó el Sermón de las tres horas. Pero el acto más sobrecogedor fue la procesión del Santo Sepulcro, que acompañado por los personajes más ilustres de la sociedad limeña de la época recorrió lentamente y con solemnidad la Plaza de Armas, la Iglesia de Santo Domingo y las calles adyacentes, que se encontraban colmadas de fieles.
Mientras la urna del Santo Sepulcro era cargada con fervor cristiano, muchos parroquianos devotos llevaban las cintas que los unían simbólicamente a la procesión. Al acto se sumaron comunidades religiosas, el cabildo metropolitano y el delegado apostólico Angel María Scapardini.
Desde las veredas y los balcones los católicos arrojaban flores a su paso, hasta que a las 6:30 de la tarde el recorrido llegó a su fin y con él las celebraciones de este Viernes Santo de inicios de siglo.
En el homenaje y conmemoración a la crucifixión de Cristo también participaban nuestras Fuerzas Armadas. El Jueves y Viernes Santo se formaron en la Plaza de Armas un Batallón de la Escuela Militar, el grupo de artillería militar de costa, los grupos de artillería de montaña y de campaña y el Regimiento número tres de Caballería.
Templadas y rigurosas las tropas rindieron los honores al Jefe de Estado Augusto B. Leguía y a su comitiva oficial, que asistieron a los oficios religiosos. Terminadas las ceremonias, las fuerzas del Ejército desfilaron por las calles de la Pescadería y Desamparados, donde recibieron los aplausos del público. El primer mandatario de la República, que se encontraba en los balcones de Palacio de Gobierno, observó junto a sus ministros de Estado el paso gallardo de los militares.
Entre las disciplinadas filas de soldados peruanos se encontraba un grupo de jóvenes venezolanos, quienes por primera vez se presentaban como parte de la Escuela Militar de Chorrillos. El público también los arropó con un generoso aplauso durante la parada.
Finalmente, en Chorrillos la Semana Santa fue celebrada por los fieles con religioso recogimiento, siendo bastante visitados los dos templos de la localidad. En la Iglesia Matriz el padre mercedario Guillermo Castro predicó el Sermón de las tres horas. En Barranco, Surco y Miraflores la Semana Santa fue vivida con gran fervor cristiano, mientras en el Callao los templos estuvieron abarrotados, según informó el decano.
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