El misterioso dispositivo espacial que aterrizó en un colegio de Lima y causó desconcierto hace 58 años
En 1964, un artefacto meteorológico lanzado por Estados Unidos descendió en la puerta de un colegio en La Victoria, asombrando a un profesor y sus alumnos, quienes lo trajeron hasta la sede de El Comercio.
El 8 de junio de 1964, después de recorrer por más de un año las altas capas de la atmósfera terrestre, un instrumento de rastreo climatológico lanzado al espacio por los Estados Unidos cayó en el Perú, en la ciudad de Lima, exactamente en la puerta de una de las aulas de la Gran Unidad Escolar Pedro Labarthe, ubicada en La Victoria.
El extraño artilugio había sido puesto en el espacio el 5 de febrero de 1963 por el United States Weather Bureau, la oficina meteorológica del Gobierno de los Estados Unidos, según las indicaciones que se encontraron anotadas en el dispositivo, en las que se señalaba además que debía ser remitido a esa entidad.
Se trataba de una radiosonda que había sido enviada al espacio, unida a un globo que podía alcanzar una altura de 30 kilómetros como promedio. Un paracaídas de casi un metro de diámetro de papel parafinado rojo amortiguó la caída del instrumento, cuya función era medir las temperaturas, presiones y mezcla del aire a diversa altitud. El profesor y sus alumnos pudieron leer en su pequeño fuselaje instrucciones precisas para desarmarlo.
Con temor, curiosidad y cautela se aproximaron al curioso ingenio pensando que era una especie de bomba volante o algo similar, pues estaba caliente y además tenía una luz roja muy llamativa. Con la ayuda de otro maestro que dominaba el idioma inglés, tradujeron las instrucciones y luego procedieron a llevarlo a la sede principal del diario El Comercio.
Tras contar la historia a los redactores del decano, mostraron el globosonda y se tomaron algunas fotos con él en el patio de la sede del diario, frente a la escalera principal. Posteriormente, trasladaron el artefacto hasta la embajada de los Estados Unidos en la avenida Wilson, en donde un funcionario confirmó su origen.
Otros casos en Japón y España
El 8 de enero de 1958, en una granja de la región japonesa de Okinawa, una extraña pieza se precipitó desde el espacio. El Ministerio de Defensa del Japón informó que el curioso instrumento que había caído sorpresivamente se trataba de una radiosonda de análisis climatológico. Los científicos japoneses indicaron además que era probable que el artefacto hubiese sido lanzado desde Siberia, en la Unión Soviética.
Algunos años antes, en España, el 27 de marzo de 1950, muchas personas creyeron ver un objeto volador de otro planeta. A los tres días de este episodio, el diario ABC de ese país informaba sobre todas las hipótesis que surgieron a raíz del avistamiento.
Desde una “ofensiva interplanetaria” hasta el uso de “armas secretas preparadas por una misteriosa potencia” incluyendo una posible “avanzada de los incas desde una cordillera andina en busca de venganza”.
Resultó que el objeto divisado se trataba, en este caso, de un globosonda que había sido soltado por el Observatorio de Madrid. Era de color rojo, medía cerca de un metro de diámetro y era utilizado para observar la velocidad y la dirección del viento.
Por esos años, el uso de estos aparatos se había convertido en algo habitual, sobre todo en Europa y Estados Unidos. En 1960 en Tenerife, España, se puso en funcionamiento una estación de radiosondas, controladas por el Observatorio Meteorológico de esa localidad.
Las radiosondas, que se elevaban por medio de globos, permitían determinar con gran precisión los fenómenos atmosféricos que se producían a más de 20 kilómetros de altitud. Los datos obtenidos eran comunicados a los centros de predicción y aeropuertos del mundo.
Estos globos, de un kilo de peso, solían llevar unas radios colgadas de su estructura principal, las cuales comunicaban a tierra datos sobre la humedad, presión y temperatura. Podían incluso introducirse en el corazón de un ciclón para transmitir información al observatorio que lo había lanzado.
Estos artilugios empezaron a copar la estratósfera terrestre durante los años de la llamada ‘conquista del espacio’, intensa carrera científica y tecnológica puesta en marcha por Estados Unidos y la Unión Soviética.
Debemos recordar que en 1957 los soviéticos habían conseguido colocar un satélite artificial que consiguió girar alrededor de nuestro planeta. Y en 1961 habían lanzado al espacio en la nave Vostok 1 al cosmonauta Yuri Gagarin, el primer hombre en orbitar la Tierra.
Chatarra espacial
Sin embargo, transcurrida esta etapa de competencia científica, el espacio se he venido convirtiendo en una suerte de inmenso recipiente de todo tipo de restos de naves y sondas. En 1991 un satélite perteneciente a la NASA detectó una nube de chatarra espacial dejada por una nave desconocida, revelaron científicos espaciales estadounidenses.
Aunque las partículas de la nube eran pequeñas, yendo desde los granos de arena fina hasta motas de polvo, significaban un peligro para otras misiones, según un especialista del Instituto de Tecnología y Ciencia Espaciales.
Los restos fueron localizados por un satélite de la NASA lanzado en 1984, diseñado para rastrear meteoritos, restos de cometas y otro material que flote en el espacio cerca de la Tierra. Tras su lanzamiento el satélite cruzaba esta extraña nube de objetos cada vez que realizaba una vuelta en torno al planeta.
Finalmente, en el 2008 se informó que, tras medio siglo de conquista del espacio, el planeta Tierra se encontraba envuelto por millones de piezas que se habían desprendido de satélites y cohetes.
Las agencias espaciales se han visto obligadas a vigilar esta amenazante cortina de ‘chatarra espacial’, para saber en qué área de la Tierra podrían caer estas piezas o evitar un choque de ellas con las naves exploradoras y los miles de satélites que orbitan nuestro mundo.
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