Al lado del hotel Bolívar, frente a la plaza San Martín, el local de Faucett no podía ser más céntrico. Pero eso a los dos avezados delincuentes que entraron entre las 2 y 30 y las 3 de la madrugada no les importó nada. Fueron en las primeras horas del viernes 25 de febrero de 1955. El verano a esas horas era agradable. Dos paquetes con 300 mil soles cada uno y otro con 400 mil soles desaparecieron del local.
Los empleados que entraron muy temprano al local para mandar el dinero vía aérea se vieron con la ingrata sorpresa. Solo atinaron a llamar a la Policía. Entonces los agentes especializados de la Dirección General de Investigación cumplieron con su labor esa misma mañana. Inspeccionaron la oficina, interrogaron a los empleados de caudales que descubrieron el robo. Los fardos con billetes de baja denominación llegaban a un total de 122 kilos de peso. Algo que solo dos sujetos muy fuertes podían cargar.
El dinero pertenecía al Banco Internacional y necesitaba ser enviado a Piura. Los costales con la plata habían llegado el jueves 24, a las 5.30 de la tarde. Los billetes estaban fuertemente prensados y empaquetados como determinaba la Ley. El banco realizaba esos envíos de 3 a 4 veces por semanas, hacia las distintas sucursales del país.
CÓMO LO HICIERON
Los malhechores entraron sin forzar ninguna puerta. Tuvieron la facilidad de tener duplicados de las llaves de acceso. Salieron como entraron, tranquilamente. Las sospechas de un cómplice dentro de la empresa se acrecentaron. Hasta cinco empleados de supuesta confianza tenían las llaves. Esos empezaron a ser severamente interrogados por la Policía.
De gran ayuda fue un documento anónimo con valiosa información que desconocidos depositaron en el buzón de “Notas Sociales” de El Comercio. El diario entregó ese material a los investigadores que los llevó a nuevas pistas e indicios para atrapar a los delincuentes. Las pistas llevaron a los agentes hacia el sur de Lima. Entre las idas y venidas a esa zona, apareció el testimonio de un chofer, Jorge Astudillo, quien se presentó a los agentes y dijo ser el que condujo a los facinerosos (sin saber que lo eran) desde la Carretera Panamericana Sur a las oficinas Faucett, en el Centro de Lima. Este conductor dio algunas señas de los delincuentes.
La Policía ya tenía en menos de 48 horas los rasgos físicos de dos de los asaltantes: “Uno de ellos es de unos 24 años, 1.70 m. de estatura, ojos color pardo y contextura gruesa. El otro, de unos 35 años, medía como .75 m., ojos azules y de contextura fuerte”, dijo el taxista, quien contó detalles del asalto: eran tres sujetos que tomaron su vehículo Ford a las 12 y 30 de la madrugada, y le hicieron detenerse en las puertas de la oficina de Faucett, al lado del Hotel Bolívar, por el jirón Ocoña. “No nos demoraremos, solo sacaremos unos bultos de la oficina”, le dijeron, haciéndose pasar como empleados de la empresa.
El chofer dijo que dos de estos sujetos entraron sin problema, con las llaves, no pensó que hicieran nada malo. El otro se quedó en la esquina de La Colmena. Luego le pidieron que los llevara hasta el límite de Barranco con Chorrillos, cerca de la Panamericana Sur. Este dato sería rectificado por la Policía a partir del testimonio de uno de los cómplices que señalaría que, en realidad, se querían dirigir a Limatambo, para cambiar de vehículo y dirigirse a la avenida 28 de Julio. Allí bajaron. La Policía siguió con sus investigaciones que cubrieron la zona sur de la capital. En ese momento parecía que los delincuentes podían caer en pocos días.
DELINCUENTES EMPIEZAN A SER RODEADOS
El lunes 28 de febrero, los interrogatorios nocturnos a las personas vinculadas con la empresa Faucett dieron sus frutos. Uno de los ex empleados, Rafael Carrillo, ex vendedor de boletos de viaje en la oficina de la plaza San Martín, terminó aceptando haber facilitado a los malhechores un duplicado de la llave de la puerta ubicada al lado de la entrada del Bolívar.
Otro supuesto cómplice, Manuel Silva, el ayudante del cajero de la empresa, tenía en su poder un juego de llaves a las cuales Carrillo les sacó duplicados. ¿Cómo lo hizo? Días antes, el 19 de febrero, había emborrachado a Silva y le robó las llaves; luego se las devolvió indicando que las había encontrado en su casa de Jesús María, en donde lo había llevado. Carrillo fue enviado a la Dirección General de Investigaciones. Él fue el tercer hombre del asalto, el “campana” de los delincuentes, el que se paró en la esquina de La Colmena. El detenido dio cuatro nombres, y en la misma madrugada del martes 1 de marzo, los detectives detuvieron a varias personas.
El taxista Astudillo colaboró con la Policía, pero apareció otro taxista que les hizo el servicio esa madrugada: Luis Muñoz. Él contó detalles del escape de los asaltantes “hacia la avenida República de Panamá” donde se perdieron. De toda la evidencia y los testimonios algo había seguro: el cabecilla de la banda era un extranjero.
Entonces, surgieron testigos que hablaron de dos hombres: un “blanco de traje gris” y un “zambo de saco marrón sin corbata”, como los que pasearon nerviosamente dentro del monasterio de Jesús, María y José, ubicado en la esquina de los jirones Camaná y Moquegua, en el Centro de Lima, y dejaron en algún lugar de ese recinto religioso, otro documento con información del caso. Tal y como hicieron en el buzón de “Notas Sociales” de El Comercio.
Luego la Policía, en un giro inesperado, dejó el sur de Lima y se dirigió a una casa en Ancón; asimismo, investigaron a las personas que se habían alojado un día antes del robo del millón de soles en el hotel “28 de Julio”. Las investigaciones eran cada vez más estrictas y reservadas. El informante clave fue el ex empleado de Faucett, Rafael Carrillo y los documentos anónimos dejados en El Comercio y en la iglesia. Carrillo había dado los nombres de cuatro sujetos.
EL COMERCIO COLABORÓ CON EL RESCATE DE GRAN PARTE DEL DINERO
Y entonces pasó lo inesperado. El miércoles 2 de marzo de 1955, cinco días después del robo millonario, el reportero de policiales del diario El Comercio, Max Jiménez León, descubrió en una casa del Rímac, gran parte del dinero robado. Eran 693 mil soles que estaban en tres fardos o paquetes y un maletín.
¿Cómo llegó a esa evidencia? A través de una denuncia directa de una mujer. María Carrera Chunga se dirigió a las 10 de la mañana a nuestras oficinas y fue atendida por Jiménez. Ella le contó que un sobrino suyo, Héctor Moreno, había dejado, muy temprano, a las 6 de la mañana del viernes 25 (día del asalto en la madrugada), en su casa del Rímac tres costales y luego un maletín. Jiménez y Carrera fueron a la Novena Región de la Policía. Oficiales, agentes y periodistas acompañaron a Carrera en dos patrulleros para revisar ese material en el domicilio de la señora, en el jirón Chiclayo.
Ingresaron, y hacia el lado izquierdo de la sala, pegado a una pared estaba un largo sofá y detrás de este, casi a la vista, tres costalillos y un maletín, muy bien cerrados. Se levantó un “acta de hallazgo” y se procedió a abrir cada uno de los costales. En uno había 205 mil soles, en billetes de 5, 10 y 100 soles; en el segundo, casi 200 mil soles (S/. 198,970 ) y en el tercero se halló 255 mil soles. En el maletín había 34,200 soles, en billetes de 50 soles.
El acta del hallazgo la firmaron los presentes, incluido el periodista Max Jiménez León. De primera instancia, el dinero fue llevado en un patrullero a la Sexta Comisaría. Dos días después, el dinero recuperado se entregó a la empresa Faucett. La señorita Carrera declaró a El Comercio: “Me dejó esas tres bolsas y me dijo que eran etiquetas con las que estaba negociando y que las cuidara mucho. No me sorprendió porque él vendía de todo, peines, jabones y otras cosas”, dijo y admitió que no entró en sospecha inmediatamente.
Al día siguiente, sábado 26, su sobrino Héctor regresó a su casa y le dejó el maletín, indicando que contenía “cosas de uso personal”. María tampoco sospechó nada. Pero el lunes 28, al ver en el diario el rostro de su pariente como sospechoso de un asalto, le fue inevitable dudar de él. Entonces buscó al autor de la nota en El Comercio. Así comprobaron que esos paquetes escondían dinero en efectivo. La Policía confirmó que uno de los delincuentes era Moreno.
TRAS LOS PASOS CRIMINALES POR TODA LIMA Y ALREDEDORES
La Policía reinició con más determinación la búsqueda de los delincuentes. Al perder casi todo el dinero, estaban en crisis y conflicto entre ellos y, sin duda, se ocultaban de la mejor manera posible. La tarea de los agentes era difícil, pero iban hilvanando nombres de sospechosos, puntos de reunión en el Centro de Lima y hasta en Carapongo (camino a Chosica), donde había un local de la familia de uno de los sospechosos, César Fernández (luego se sabría que ese lugar era un laboratorio de fabricación de clorhidrato de cocaína).
Los investigadores señalaron que Héctor Moreno, identificado en la iglesia (como el “zambo”) y luego vinculado con el ocultamiento del dinero en tres costales y un maletín en el Rímac, fue uno de los que ingresaron al local de Faucett. El otro que ingresó era José Milic, un sujeto de origen croata-italiano, pero muy criollo y violento. Visto en la iglesia con Moreno (el “blanco”) a él fue a quien Carrillo entregó los duplicados de las llaves el ex empleado de Faucett. Carrillo, Moreno y Milic, este último considerado por la Policía como el “cerebro” de la banda, fueron los que intervinieron directamente en el robo del dinero en el local de Faucett.
El mismo día del hallazgo de parte importante del dinero en el Rímac, enterado por la noticia en portada de la edición vespertina de El Comercio, se entregó a las 4 de la tarde, ante la Novena Región de la Policía, otro supuesto cómplice y miembro de la banda: Jorge Torres. Este se presentó para negar sus vínculos con la banda, lo cual fue señalado por el colaborador Carrillo. Torres no desconoció a algunos de los sujetos del robo, incluso admitió haber sabido que se cometería el asalto, pero negó reiteradamente que hubiera participado en el mismo.
Torres contó que la banda se había reunido en bares del Centro de Lima, como el bar de La Colmena. Soltó nombres que confirmó los que tenía la Policía: Rafael Carrillo, César Fernández, Luis García (este, detenido en San Isidro, fue quien escribió los anónimos dejados en la iglesia y en El Comercio, donde dio pistas), un sujeto llamado solamente ‘Tito’ (que luego se supo sería Moreno), Antonio Lavarello, así como “un italiano que no recuerdo el nombre” (que sería Milic, un italiano acriollado). De esta manera, el arrepentido Torres dijo que estuvo al comienzo de las reuniones, junto con otra gente para tomar y conversar; pero, después, al ver que la cosa iba en serio, abandonó el grupo porque sencillamente no quería participar de un asalto. La Policía no le creyó.
La investigación proseguía, y a todos los detenidos o sospechosos se les rapaba el cabello, para detectarlos más fácilmente si huyeran o trataran de huir. El Comercio determinó que fueron seis en total los involucrados en la banda, cada uno con diversos grados de protagonismo.
La Policía hiló fino para llegar a la verdad. Descubrió una gran maleta donde guardaron el dinero robado. Todo hacía indicar que movieron esta maleta a diferentes puntos durante los días siguientes al asalto. La casa de Moreno, cerca del hotel Crillón; la casa de García por el jirón Moquegua; un restaurante en el Centro de Lima; la casa de la tía de Moreno en el Rímac, etc. El útil colaborador Carrillo fue descubierto encubriendo los nombres de Héctor ‘Tito’ Moreno (21 años) y José Milic (28 años) desde un inicio. La razón: ellos guardaban el dinero.
YA IDENTIFICADOS SOLO ERA CUESTIÓN DE TIEMPO
La última vez que se vieron las caras todos ellos fue al día siguiente del robo, el sábado 26. Fue en un restaurante de la avenida Tacna. César Fernández, Antonio Lavarello, Jorge Torres, Luis García, Héctor Moreno y José Milic, los seis principales miembros estaban recelosos y enojados, especialmente Lavarello, Torres y García, quienes no sabían dónde estaba el dinero. Por ese motivo fueron, junto con Carrillo (desalojado desde un inicio), los que empezaron a “hablar” y a dar información a la prensa, primero, y luego a la propia Policía directamente.
El 4 de marzo, Moreno terminó gravemente herido en un cuarto de hotel en Chimbote, debido a una pelea con Lavarello, quien, dijo Moreno, llevaba en su poder una buena parte de lo que quedaba del robo más lo que le quitó a él, es decir, su parte de botín.
Moreno, traído a Lima e internado en el Hospital de Policía, custodiado por la Guardia Civil, contaría a los agentes que lo custodiaban que habrían estado a minutos de sacar el dinero de la casa de su tía en el Rímac, pues el sujeto que mandaron para ello, un chileno de nombre Fernando Zulem, se quedó retrasó y solo pudo ver a unos metros cómo la Policía sacaba el dinero de la casa del jirón Chiclayo. La idea de la banda era que este cómplice llevara el dinero a Chimbote donde, al parecer, tenían el plan de repartírselo.
Lavarello, por su parte, se entregó a la Policía el 5 de marzo, al día siguiente, en la misma ciudad de Chimbote. Negó haber intentado matar a Moreno y haberle robado dinero del botín. Señaló al violento Milic como el autor de esa agresión y todo por dinero. Moreno lo habría estado encubriendo por miedo o conveniencia (él tenía aun el dinero sobrante). La verdad era que estos avezados delincuentes querían llegar a la frontera norte. Este sujeto confirmó a la Policía que los que asaltaron el local de Faucett fueron “Milic, Moreno y Carrillo”. Dijo que hubo planes de hacerlo de otro modo, pero no se animaron. Por eso se sorprendió del robo y supo del asalto solo por los diarios.
En realidad, no sabremos nunca si fue verdad o no esa historia de otros intentos, y de que solo lo hicieron tres de ellos; lo cierto es que todos los involucrados irían cayendo, ya sea en Lima o en provincias. Los que faltaban caer eran César Fernández y José Milic. El primero de ellos cayó el 14 de marzo, en Carapongo, a las afueras de Lima, tras larga y fatigosa búsqueda policial.
Con respecto al croata-italiano Milic, perdido u oculto en algún punto del norte peruano se mantuvo fuera del alcance de la Policía. El supuesto cabecilla de la banda intentaba fugar al norte, a la frontera con Ecuador, y no pudo ser hallado, al menos no en las semanas siguientes al asalto más sorprendente de los años 50 en el Perú. Sin embargo, no escaparía de las manos de la justicia.