Educación para la vida feliz
Siempre he tenido gran interés en la educación, además de la música y el periodismo. Incluso en algún día aciago de la facultad de comunicaciones pensé en ir a mesa de partes y cambiarme a pedagogía. No lo hice, pero nunca dejé de pensar en su importancia como célula madre para la sociedad. Una buena educación -que promueva el potencial de cada ser como ser único e ilimitado, sin ánimo de competencia sino de asociación, sin exámenes ni calificaciones- garantiza el bienestar y desarrollo, no para uno, sino para todos.
(Foto: Matt Dayka)
Lamentablemente, no tenemos eso. Tenemos una educación en que los chibolos compiten y se estresan por ser, o no poder ser, el primero de la clase. Imaginen –o recordemos juntos- el estrés por sacar buena nota en un curso que sinceramente no nos interesaba estudiar. Hoy no recuerdo nada de química, pero recuerdo las clases de saxofón como lo mejor de mi adolescencia. ¿Cómo sería si la educación fuera hecha a la medida de cada uno?
Hace unas semanas me llené de entusiasmo en Pisaq en la escuela Kusi Kausay, que proclama una “educación para la vida feliz”. Gracias a Dios se está rescatando en alguna parte del mundo una educación consciente basada en el equilibrio. Llegué a Kusi Kausay por invitación de una amiga para ver el ensayo de una obra pro fondos, la cual era un concierto y danza con músicas de la región Tahuantinsuyo (recopiladas por los fundadores del proyecto), relacionadas a los fenómenos cósmicos, así como a la siembra y cosecha de los alimentos.
(Foto: Matt Dayka)
Como recordamos todos, nuestros padres antiguos comprendieron la tierra comprendiendo primero el cielo. Miraron todo allá arriba para encontrar las respuesta de acá abajo y vivieron, bajo este modelo, exitosas temporadas de agro, experimentación y bienestar. Ver a los Kusi Kausay danzando para los ancestros, cantando al agua, representando la llama sideral de la Vía Láctea con un palo y un poncho cargó mi cuerpo de esperanza. Esto aprendían los niños de la escuela: la ofrenda, el agradecimiento, la armonía y respeto con la madre tierra.
(Foto: Matt Dayka)
Eran más de treinta artistas en escena, echando todo su esfuerzo por este feliz ideal. Volver a la tierra. Y mi escenario era el campo de maíz, yo sentado mirando todo, recibiendo cosquillas de choclo y destellos de sol al frente mío. La verdad es que me provocó llorar en la danza de Qollority. Los más pequeños Ukukus, bailando desordenados, chocando entre ellos los niños. Un vacilón.
La vida me llevó, curiosamente, esa semana a dos colegios: uno Kusi Kausay y otro muy ficho en la ciudad para ver una obra de teatro también. En este último los niños eran caóticos, desequilibrados, agrandados y cuando el soldado de la actuación dijo que “no le gustaba su trabajo porque tenía que disparar y peor que eso, MATAR” uno respondió diciendo que “está bien matar cuando es por tu país”. ¿Matar por tu país? Sinceramente ya no creo que este sea un país o que algún lugar del mundo sea un país, sino que hay líneas políticas ilusorias que nos fragmentan, y más que eso, no creo que el ser humano tenga el derecho de matar siquiera una hormiga. (A veces las hormigas se portan mejor que nosotros).
El día que tenga hijos lo único que quiero es darles libertad, que crezcan sabiendo que el mundo es grande y pequeño al mismo tiempo, y que pueden recorrerlo todo si desean. Que digan gracias y por favor. Quiero que sepan estas cosas y más, y que al mismo tiempo no sepan nada. Creo sinceramente, que ese tipo de educación se encuentra al costado de un campo de maíz.
Para conocer su trabajo www.kusikawsay.org