Cuando tenga que partir
Foto: Miguel Bellido / Archivo El Comercio
DESVARÍOS DE 31 DE OCTUBRE
Aprendí a tocar cajón a los 14 años pero un par de calendarios antes improvisé cucharas en mano y con la voz intacta. Sin cigarros y sin vergüenza. Cuando comencé la secundaria dejé de disfrazarme cada 31 de octubre. Una profesora de Educación Cívica nos explicó que ese día se celebraba la música criolla y tomamos conciencia de eso muy tarde. Fue urgente aquel concurso de talentos para sentir la rima y el ritmo de ser peruano. Eran años alienados, tiempos en los que decir producto nacional era lisura. El terrorismo nos derrumbó también el orgullo. Pero un grupo de quinceañeros se salvó de esa neblina y conoció la guitarra fabricada con madera de callejón. Recuerdo que fue un popurrí de canciones que comenzaba con “Lima Criolla” (alegre y jaranera la tierra) y que terminaban con el sugerente “Mueve tu cucú”. Como me gusta el fútbol ya había escuchando antes la voz del ‘Zambo’ Cavero en el conmovedor “Contigo Perú”. Un trueno con aliento de súplica, una tormenta vocal con el viento a favor. Me dio curiosidad y compré un caset del moreno cantor. Todo bien en medio del descubrimiento hasta que escuché “Cada domingo a las doce”. No sé por qué, pero siento que mi banda sonora está repleta de canciones de despedida. Buena suerte y hasta luego (y después volver sin sentimiento de culpa). Por eso me gusta responder con eso de que “nunca me fui porque siempre estoy volviendo”
Aquel 1994 conocí a “Zenobia” y “Una carta al cielo” de la genial Lucha Reyes. Le encontré el gusto muy rápido porque aquellas canciones eran honestas y tenían notas musicales barnizadas con tinta azul. Oscuras y elegantes. En aquel concurso de talentos nos fue muy bien pero perdimos por ausencia de voz femenina (éramos 4 muchachos sin orquesta). Participamos todos los años y en los últimos dos nos ayudamos con los arpegios imposibles de una guitarra faltosa y deprimida.
Mucho antes de eso, un vacío de conciencia nacional me convirtió en un niño con tendencia al disfraz cada final de octubre. Durante mis primeros cinco años era infaltable mi vestimenta de Superman, después fui el más desagradable tránsfuga del mundo de la moda-cómic al transformarme en Batman. También fui Rambo y el Mago Gustavo Lorgia. También me gustaba participar de esas fiestas porque quien diseñaba mis trajes era mamá. Han pasado más de 20 años y hasta ahora no le pregunto por qué sonreía tanto mientras culminaba el acabado de mis atuendos.
La última vez que mi madre me preparó una prenda fue en 1989, era un disfraz de Batman clásico y después nunca más. Cada uno de los trajes que llegaron después fueron artesanales, unos más que los otros. Salía a eso de las tres o cuatro de la tarde con los chicos de la cuadra y caminábamos hasta las calles de San Isidro donde sí existía Halloween y donde las mujeres mayores esperaban desde sus ventanas la llegada de esos nietos fugaces que solo querían unas cuantas golosinas.
Una vez me perdí cuando los padres de mi amigo Waldo nos llevaban en carro hasta Wong de 2 de mayo. Nos bajamos del Toyota Corolla rojo y fuimos a pedir caramelos a la avenida Las Palmeras. De pronto, apareció ese pequeño hoyo negro que hasta ahora me sigue castigando. Confieso que, aunque pocos lo han notado, en instantes de sano esparcimiento mi distracción alcanza picos insospechados que me llevan a un insoportable estado de vacío. Recurriendo a términos ‘chavófilos’ digamos que me da la garrotera de vez en cuando. No se lo digan a nadie. Por eso desaparecí del grupo. Demoraron cuatro horas encontrarme.
Cometí locuras como remojar panes franceses durante minutos para simular el rostro accidentado de Sylvester Stallone. Mi madre después de reírse los recogía del plato y los botaba a la basura para luego llevarme al mercado por una máscara. Una vez tomé mucho tequila con una amiga y ella, que trabajaba en un grupo de teatro, quiso que nos pintemos los rostros y yo le pedí que me convierta en Charles Chaplin. Eso fue en agosto del 2001, la última vez que “representé” a alguien que no soy.
Han pasado ocho años desde mi última transformación, todas las fiestas a las que fui cada 31 de octubre eran con entrada libre. Ni disfraces ni excesivo criollismo, purito equilibrio en la casa de mi mejor amigo. Tengo el presentimiento que ese patrimonio nacional llamado oportunismo llenará las peñas este año en homenaje al ‘Zambo’ Cavero. No sé si las fiestas de disfraces este 2009 puedan hacerle frente a aquellos que alistarán lo que les queda de garganta para ensayar “Contigo Perú”. Este 31 gana la criollada y, me parece, que está bien que sea así.
Leo un comentario del compadre del ‘Zambo’, el festivo Oscar Avilés, sobre la ausencia de figuras jóvenes en la música criolla. Ojalá que esta crisis acabe antes que Halloween tome un nuevo impulso (porque las brujas no envejecen). Con la música criolla experimento una especial debilidad con los ritmos afros y con el vals. En ninguna de mis listas de reproducción falta “Ódiame” y esas líneas inmejorables que dicen “odio quiero más que indiferencia”. Tan cierto eso, tan honesto (no entiendes que prefiero que me odies, maldita sea). Salud por el odio que me gané y por el perdón que sigo pidiendo. Se fue el ‘Zambo’ Cavero y este año habrá trabajo para todos los que cantan y tocan música peruana del Perú.
Hace frío y me sirvo un café antes de terminar este texto. Reviso mi correo electrónico y encuentro todo tipo de invitaciones. Me dicen para ir a una peña en Barranco y a una fiesta temática en La Molina. Mi mejor amigo y la chica que me gusta ya compraron sus disfraces y este sábado todos desfilarán coquetísimos, con el delirio de quien siente que está haciendo algo diferente. Ya borré los correos, no respondí ninguno. He tomado una decisión. Este 31 de octubre me quedará en casa. Los locales estarán llenos, habrá bulla y yo me siento muy cansado. Mejor hago play en “Cada domingo a las doce” (cuanto tengas que partir, quiero que sepas). Creo que ya no soy joven (pero sí nostálgico). Debe ser el síndrome del kilómetro treinta (se acaban los 29 en 2 meses). ¿Y si escribo sobre eso? (ya vuelvo ¿o no vuelvo?).
Este blogger se queda en casa pero ustedes seguro saldrán ¿qué fiestas preferirán? ¿Halloween o la Canción Criolla? ¿El ‘Zambo’ Cavero será el tema otra vez este sábado? ¿Cuál es tu canción criolla favorita? ¿Cuál fue la fiesta más disfraces que más recuerdas?
La palabra es de ustedes
["Cada domingo a las doce", mi canción favorita del ahora legendario 'Zambo' Cavero]
[Esta canción me gusta mucho "Ódiame", de Los Embajadores Criollos. Porque el rencor hiere menos que el olvido. Lo más cierto que he leído y escuchado en mucho tiempo]
[Cambiando de ritmo, para los que aún creen en el 31 de octubre con disfraz les recomiendo esta canción antes de que se transformen. Que el lado oscuro esté con ustedes "Sweet dreams"]
EL NOSTÁLGICO DE LA SEMANA
["Callados": correcto dúo entre Angela Carrasco y Camilo Sesto, quien ya viene (y algo estamos preparando en el blog sobre eso)]
LO MÁS CURSI
[Un insufrible Enrique Iglesias y "No llores por mí". Años 1996, lo recuerdo clarito. Estaba en el colegio, así que no me miren mal si digo que se la mandé a alguien (cara roja)]
AVISO PARROQUIAL
Estamos esperando con impaciencia la llegada del comentario 10.000. Ya tenemos un premio y podemos anunciarlo. Para los dos comentarios más originales tenemos tenemos dos pases dobles para ver el espectáculo de Carlos Villagrán (Quico) en Lima. Apúntense que se acaban en una. El fin de semana anunciamos a los ganadores. Gracias (EJN).