¿Quieres ser mi amig@ secret@?
UNA VIEJA COSTUMBRE NAVIDEÑA PARA SEGUIR RECORDANDO (U OLVIDANDO)
Decidí ser Gohan porque él era el único personaje de Dragon Ball Z a quien podía dibujar con peculiar exactitud. Cada una de mis cartas las escribía con especial atrevimiento, tratando de hacerles coquetísimos guiños a mi buena suerte. Me detengo en el sorteo de aquel amigo secreto de 1999, era la primera vez que mis deseos y el azar se encontraban en algún punto cardinal. L era la chica que me gustaba y, a pesar de que la ilusión era casi un pensamiento maldito, reducía mis palabras impacientes con los dibujos de ese adorable niño del anime. Creo que L se encariñó con Gohan porque este era demasiado inofensivo y poético como para parecerse al nefasto e insolente ex novio de su prima (yo).A L le escribí cinco, seis, siete mensajes que más eran canciones desesperadas. Olvidé el espíritu navideño y aceleré. Iba a ser la única oportunidad para acercarme a la prohibida prima de mi ex novia (léase mi “Winnie Cooper”). En cada epístola urgente representaba a Gohan en situaciones urbanas, lo mudé desde el planeta Sayayín hasta mis queridas cuadras de Lince. Ese Gohan no era un peleador troglodita, no tenía cola, ni poderes. Solo era un púber enamorado que quería violentar los códigos de familia (y estar con la prima hermana de la primera chica que había besado en mi vida).
En aquel tiempo perdí tanto la perspectiva que recuerdo algunas líneas de esos textos faltosos; a pesar de haber extraviado la imagen del regalo que le entregué en la noche de Navidad. L, al igual que su prima, pertenecía a mi grupo parroquial y todo lo que yo le pedía era ser culpable sin tener que pasar por algún juicio inútil (y todo por ella). Pero eso nunca ocurrió: no muchacho, con tus primas quizá sí, pero con las primas de ella no.
Sorprendí demasiado a L en esa develación de amigos secretos. “¿Tú eres Gohan? Pero si escribes tan lindo… Nada que ver, me estás floreando”. Ya me había pasado antes y, claro, me pasó mucho después. Una vez más alguien dudaba de mis derechos de autor, alguien me disminuía a la mínima expresión en el privilegiado cosmos de la inspiración. Tuve que dibujarle un Gohan idéntico para que empiece a creer. Desde allí se generó una relación extraña entre L y yo, una complicidad sin mirar a los ojos, un juego con límites. Un diálogo que siempre se hacía caliente pero que tenía la última oración como figurita repetida (“por favor, no me beses”).
Perdí de vista por muchos años a L hasta que volví a encontrarla hace un año y medio, cuando el blog recién amenazaba con salir al aire. Me contó que se había casado y divorciado, que tenía un niño de 5 años y que estaba a punto de regresar a la universidad. No había cambiado mucho pero se llenó de ironía cuando me contaba cómo se fue alejando de Y (mi “Winnie Cooper” personal) después de haber quedado embarazada. Estábamos en un café bar de Miraflores, el fondo musical era del Silvio Rodríguez “ojalá que no pueda tocarte ni en canciones”, y mientras ella me reportaba sus días yo dibujé al mejor Gohan en una de las servilletas. L comenzó a reír, le tomé la mano y como dijo Joan Manuel Serrat (y Daniel F) hicimos del pasado un verso perdido en un poema. Después de esa noche no la volví a ver.
¿Por qué jugar al Amigo Secreto? Casi siempre me fue mal jugando a esa ruleta rusa de los regalos y personas. Alguna me consagré de esforzado y compré una billetera de cuero exclusiva para ser recompensado con un caset pirata de Luis Miguel. Siempre me regalaron CDs de grandes éxitos o huachafas camisetas para usar en verano. Recién cuando comencé a trabajar en una editorial de textos médicos comencé a recibir regalos más decentes. No juego al “amigo” desde hace más de cinco años y creo que así es mejor. Mi balance no es fue muy saludable: en esos traviesos sorteos conocí la tentación femenina más agitada y la más cruel de las avaricias.
(…)
Los mejores regalos que he recibido fueron musicales: discos compactos, DVD, un MP4, etc. Este año no creo que algo o alguien me sorprendan en Navidad. Hace doce meses las probabilidades de recibir lo inesperado eran mucho más evidentes. Tenía novia (hoy no), y no solo eso, recién había comenzado mi relación con ella, ergo: era el mejor momento para intercambiar los mejores regalos. Ella escribió una carta muy tierna acompañada con un dibujo de Snoopy enorme que diseñó para mí. Y para matizar, días después, me entregó un pequeño oso Teddy que aún descansa en mi closet (al lado de la carta puño y letra de mi ex amada). Por mi parte, quise entregarle un anillo sencillo pero que era ideal para esta etapa de iniciación. El problema fue que no le quedó y tanto postergué el arreglo que al poco tiempo que terminamos se lo regalé a una preciosa policía de inmigraciones venezolana, quien me dejó pasar en el aeropuerto de Caracas a pesar de que no tenía mi reserva de hotel (requisito ineludible en el país de Chávez).
En esta declaración de lo que “nunca tuve” también encajan las canastas navideñas: nunca he recibido una. Lo más cercano a eso que pude tener fue hace 9 años. Recién había conseguido trabajo (mi primer trabajo) en una editorial de textos médicos y a las dos semanas de mi contrato se festejaba la Navidad de aquel 2000. Dos días antes de Nochebuena, se organizó una cena y mientras repartían las empanadas y los vasos de vino llegaron 10 canastas enormes, de esas que encuentras en las puertas de los supermercados y mis ilusos 20 años se preguntaban si alguno de esos monstruos iba a ser para mí.
Eran canastas de unos setenta centímetros de alto, rodeadas de papel celofán rojo. Distinguí una botella de whisky, panetones de marca y víveres para todo el verano. Al lado del lazo verde (rojo y verde es la Navidad), estaban las iniciales de cada trabajador. En mi condición de practicante no tenía derecho a esos beneficios, por eso mi sorpresa era inevitable cuando encontré una etiqueta con el P.C. escrito con letras negras. Eureka. Vamos, todavía. Yo soy. Era para mí. Cuando repartieron las canastas alisté el mejor de mis discursos de agradecimiento. Y entonce sucedió.
Llamaron uno por uno y esa canasta con la etiqueta P.C. me seguía mirando. Hasta que la gerente general mató mi ilusión navideña en lo que durá un estornudo: “y la última canasta es para Pedro… para Pedro Cruzate”. Tremenda derrota. El contador de la empresa tenía mis iniciales y yo tuve que irme a casa con un panetón Todinno sin Todinito de yapa. Desde aquella ocasión me siento ajeno a amigos secretos y a reconocimientos (o regalos) en días de fiesta. Desde ese día, también, padecí lo que es tener un nombre común. Desde ese día prefiero que me llamen Pedro Eduardo.
No me digan Grinch porque tengo un pasado que podría tener como fondo musical cualquiera de los penosos villancicos de los Toribianitos. Fui acólito durante casi diez años y siempre serví en Nochebuena (incluso una vez la túnica me quedó tan grande, al estilo Amo del Calabozo, que me enganché con el enorme árbol navideño del altar y me traje abajo todo). Siempre participé de actividades de ayuda alcanzan límites difíciles de relatar: una vez el Papá Noel de una fiesta se enfermó de varicela y tuve que reemplazarlo bailando el Carrapicho sujetándome la barba de algodón (año 1996).
Ya no quiero jugar al amigo secreto pero sí quiero tener muchos de ellos. Apenas abrí este blog he conocido gente maravillosa con quienes todo comenzó con un pequeño comentario. Ustedes son mis mejores amigos secretos. A muchos de ustedes los conocí hace casi un año en la primera reunión del blog. Este sábado es el día ideal para celebrarlo. Y tú amigo secreto también estás invitado. Este sábado, sábado. A las 6 de la tarde, en el Starbucks del Óvalo Gutiérrez y después en la discoteca Estigma. Ese será el dia de las revelaciones. Eso sí suena bien, eso sí me gusta. Ahora sí puedo decir que “juego”.
Comencemos con los recuerdos de estas pequeñas costumbres navideñas. ¿Jugaste al amigo secreto? ¿Te decepcionaste con este juego? ¿Cuál fue tu mejor regalo navideño? ¿Qué regalo esperas este año? ¿Quieres hacerle un homenaje a las engañosas canastas navideñas?
La reunión es este sábado ¿Habla, vas?
REUNIÓN SOLO PARA NOSTÁLGICOS
Holas, la reunión fue un éxito y ya se vienen las fotos que nos tomamos el sábado con los #Nostálgicos. PC
OTROSIDIGO: También podemos entrar en contacto por el Twitter (mi nick es @jovennostalgico). El otro espacio donde también podemos compartir temas y contacto es el grupo de EJN en el Facebook. Allí nos podemos encontrar seguido.
Tres funciones, tres
El año pasado le dediqué más de un espacio a John Lennon pero nunca será suficiente. Uno de mis personajes favoritos, con toda la bronca de no haber tenido uso de razón cuando aún estaba vivo. Con la insatisfacción eterna de nunca haber podido siquiera tener la ilusión de conocerlo. Te fuiste cuando yo recién llegaba, John. En 1980, un 8 de diciembre, hace 29 años ya. Aquí tres de sus canciones más importantes.
[Starting over, que me hace recordar mucho a mi hermano Rafael. Aquel compañero de cuarto de más de 20 años. Porque el 9 de diciembre, ayer, fue su cumpleaños. Porque a pesar de verlo de vez en cuando lo extraño mucho]
[Estamos cada vez más cerca de la Navidad y con la misma nostalgia del año pasado posteo esta canción de John. “War is over”, mi favorita en estas fechas y que espero acompañe a todos en estos días navideños. Para mí será una Navidad diferente, especialmente nostálgica, pero ese texto aparecerá más adelante. Eso sí, será escrito con este fondo musical]
[Una de mis predilectas de John con The Beatles. “Girl”, una canción que me hace recordar mi primera etapa beatlemaniaca. Algo pastrula, pero está dentro de mi Top 5]
ÚLTIMA ACTUALIZACIÓN:
A todos los que leen este espacio les anunciamos que en breve se publicará el último post del 2009. A esos de las 5 pm para ser más exactos. EJN se despide hasta enero. En breve….