Cuando era un chiquillo (qué alegría)
Cada canción de Roberto Carlos es como un álbum entrañable de imágenes. Este cantante brasileño viene el 5 de mayo a Lima y es momento de un homenaje ni triste ni azul
Cuando era un chiquillo, qué alegría, no jugaba a la guerra pero hice noche todos mis días. Cruzaba media cuadra y verte a ti. Y así, con tus ojos al fin me descubrí. Nunca un gato me hizo compañía pero muchas veces estuve triste y azul. Porque, querida querida, jamás olvidaré que fuiste mía (vida mía).
Roberto Carlos para mí nunca será un jugador de fútbol. Aunque si escuchara alguna de las tantas veces que he echado a perder sus canciones quizá me habría despedido con un soberano y justísimo puntapié. Yo siempre escojo “El gato en la oscuridad”. Cada vez que suena, mis millones de amigos me miran, como espectadores pagantes de primera fila, todos esperando a que comience mi show. Todos saben que siempre la canto con sentimiento esencial. Sin vergüenza. Pero nadie me ha preguntado nunca por qué.
Me arriesgo en karaokes y en fiestas caseras porque esta canción es como un homenaje respetuoso a un pasado que regresa todas las madrugadas para despedirse por última vez. No es para una sino para todas. Pido el micrófono y no me molesta haber escogido un lugar común. Porque todos cantan “Un gato en la oscuridad”, pero pocos saben que el hombre que sabe querer se apasiona por una mujer. Cierro los ojos y trato de entonarme sabiendo que fallaré en los tonos más altos, gesticulo con las manos para hacer de mi locuacidad una opción de torpe disimulo. Y mientras canta el segundo brasileño más famoso después de Pelé, me pregunto qué será de ti. Y de ti.
Iré al concierto de Roberto Carlos porque quizá cantar “Un gato en la oscuridad” o “¿Qué será de ti?” o “Amiga” sea la solución urgente para cerrar libros interminables de preguntas y respuestas. Porque han sido muchos años, amigo, desde “La guerra de los niños” hasta “Amada amante” Mi referencia con sus canciones no es singular. Mi pensamiento dedicado no es un misil teledirigido sino una lluvia de nostalgia que cae en cada una de mis distancias. Recuerdo a las que fueron cóncavos y convexos y a las que me escogieron de amigo para todo.
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Cuando tenía 11 años era un infeliz candidato al submundo adolescente. Me dediqué a perder el tiempo en la calle y aprendía a defenderme todos los días porque así hay que cuidar la cuadra. Hasta que conocí a Enrique, un intachable catequista que me contaba siempre sus sueños de liberar a todos los impresentables muchachos que caminaban perdidos por el barrio, con la confusión e incertidumbre de un zombie de película.
-Todo va a cambiar Pedro, paciencia nomás.
Quizá Enrique fue el primer idealista que conocí. Acertado o no, tenía un objetivo y se despertaba para cumplirlo. Siempre usaba camisas a cuadros y jeans clásicos. El cabello corto, el reloj Casio, su agenda en la mano para que no se le pierdan los días. Una vez me pidió ayuda. A pesar de la edad, ‘Kike’ vio en mí a un escudero, a un aliado para seguir con su camino al cielo, cual Michael Landon treintón.
Era fácil deducirlo, uno de los curas alemanes de mi parroquia profetizó con cálculo europeo: “Kike quiere comenzar y dejará que tú termines”. Yo era el heredero del bien, el elegido a seguir su sanador legado. Me entusiasmé y decidí acompañarlo. Leía sus pastillas para la moral, lo acompañaba en sus charlas y escuchaba la música que sonaba en su sala. Siempre Roberto Carlos.
Cada domingo, en la misa, podía sonar “Jesucristo” en la entrada o “Un millón de amigos” para la hora de la comunión. Pero Kike decía que Roberto Carlos era mucho más que eso.
-¿Quieres escuchar?
-Ya pues.
Entonces sucedió. Enrique tomó la guitarra y comenzó a tocar, me pidió que aprenda la letra porque por esos tiempos alcanzaba tonos altos sin hacer papelones. La canción era “Un gato en la oscuridad”, yo trataba de acompañar a mi buen amigo pero cuando agarré el tono no pude seguir. Por la puerta de la cocina salió Y. (alias Winnie Cooper personal, ustedes ya saben) y se mató de risa de verme cantar las canciones nostálgicas con las cuales su hermano mayor la torturaba todos los días.
Nunca reemplacé a Kike en el catecismo, tampoco aprendí a tocar la guitarra como él. Solo me robé sus canciones de Roberto Carlos y rapté a su hermana menor. Jamás me perdonó.
***
Dime cursi, si quieres. Acúsame de excesivo edulcorante, no me molesto. Pero Roberto Carlos es representante mayor de la banda sonora de este joven nostálgico. Desde hace 10 años no he vuelto a conversar con mi amigo Kike, pero quiero escribirle que recuerdo que juntos pasamos muy duros momentos y que fue durante muchos años lo más cierto en horas inciertas. Viene el cantante brasileño más escuchado de todos los tiempos y hay que abrazarlo fuerte porque Lady Laura ya no podrá hacerlo. Iré a ver a Roberto Carlos y en medio de tanta invocación al amor en tiempo pasado me acompañaré del afecto más presente. Así que ya sabes madre, este 5 de mayo nuevamente tendré deseos de ser un chiquillo, pedirte que me abraces y me lleves de vuelta casa. Que me cuentes un cuento bonito y me hagas dormir.
¿Cuál es tu canción favorita de Roberto Carlos? ¿Irás al concierto del 5 de mayo? ¿Alguna vez dedicaste sus composiciones? ¿Cuál es tu historia con Roberto Carlos?
LA PALABRA ES DE USTEDES
[“¿Qué sera de ti?” una auténtica joyita musical. Un himno nostálgico. Este video fue grabado en el festival de Viña del Mar]
[“Un millón de amigos”. La más conocida y la que convirtió en universal a este músico brasileño]
[“Un gato en la oscuridad”. Mi eterna debilidad karaokera]
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