Cómo odio a los pitufos
Llegué a querer mucho a los tiernos pitufos cuando era niño. Pero hoy, con el léxico pitufidegenerado en las calles y con un 3D en Nueva York solo puedo decir que estoy buscando a un Gargamel más eficaz. ¿Me ayudan?
Tengo muchas que decirles, o escribirles, a esas personitas azules. Decirles, por ejemplo, que gracias a ellos muchos aprendieron a estereotipar temprano, que esas personalidades tan prematuramente marcadas nos hicieron psicoanalistas en una edad en la cual usábamos aún pijama de Disney y tomábamos leche con Milo por las mañanas. Quizá podría reclamarles que con el predominio masculino sobre la solitaria Pitufina nos engañaron a tantos varones con eso de que “hay pocas chicas en este mundo”. Podría molestarme y buscarlos con la misma insanía que Gargamel pero eso se hace imposible cuando suena la canción de presentación. Como si fuera el sonido de una flauta cautivadora, ese himno de nuestra infancia me hechiza y me llena de bondad. Ya no quiero decirles nada, solo quiero cantar con ellos.
Les han dicho de todo, a veces con afirmaciones exageradas como que “son comunistas porque Papá Pitufo viste de rojo” o que son de alguna secta por bailar haciendo ronda alrededor de una fogata. Yo prefiero pensarlos en su origen de fábula, saludarlos como la historia de pequeños seres nacidos en la imaginación de un dibujante belga (Peyo). No quiero eliminarlos pero reconozco que esa frase “Cómo odio a los Pitufos” es parte de mis momentos más estresados en un mundo totalmente alejado de la más soñada pitufialdea. Porque, seamos honestos, a todos nos hubiera gustado vivir en medio de esos honguitos que fueron pirateados años después por el creador de Mario Bros.
Todas las mañanas, de lunes a viernes, sábados también. Junto a “La Abeja Maya” y antes de las telenovelas mexicanas. “Los Pitufos” nos regresan a una primera infancia de fácil acceso porque en esos años, antes de cumplir diez y coquetear con la pubertad, todo se hizo más fácil de registrar. Por eso la lluvia de cursilería y ternura cuando aparece la canción de “Los Pitufos”, porque regresamos en solo milésimas a una casa que quizá hoy ni siquiera existe, donde fuimos tan distraídos y despreocupados hasta alcanzar la felicidad sin darnos cuenta.
No recuerdo bien si puede ver todos los capítulos de “Los Pitufos” o si me aburrí en algún momento. El argumento tampoco era tan sofisticado como para apasionarme en tiempos adolescentes. Una aldea de hombrecitos azules, que vivían entregados a un espacio de calma y felicidad, y que solo tenían que cuidarse de Gargamel, ese fallido hechicero que siempre era acompañado por el también torpe gato de nombre Azrael. Nunca odié a los pitufos pero sí creo que los abandoné. Reencontrarlos en un cine, en 3D, fue una experiencia ambivalente, donde esas pequeñas criaturas bondadosas se presentaron otra vez tan azules como siempre.
¿Si me gustó la película de “Los Pitufos”? Más que eso, escribiría que me gustó saber de ellos, recordar sus nombres, su cántico tan familiar como insoportable. No me gustó que los saquen de su pitufialdea y peor aún, no me gustó Gargamel. Con todo el cariño, y reconocimiento, a la carrera del actor Hank Azaria. ¿No había forma de encontrar a alguien mejor? ¿Por qué no hicieron el casting en el Perú? Aquí teníamos al siempre amable doctor Pérez Albela, al inmortal Felpudini o al siniestro Montesinos. Cualquiera de estos tres, era más parecido que Azaria. Con un Gargamel tan lejano, solo nos mataron la ilusión y ese niño que quería reaparecer aunque sea por 90 minutos tuvo que quedarse guardado en el baúl hasta nuevo aviso.
¿Ustedes recuerdan a un “Pitufo Valiente” con falda escocesa? Pues yo no. Así como tampoco recuerdo a un pitufo chef con voz tan ceremoniosa. Igual se le perdona al realizador de la película. Al menos tuvo el ingenio de revivir esa parte casi negada de cuando apenas teníamos edad para escribir “Mamá” quinientas veces en el cuaderno de caligrafía de primer grado.Lo que no perdono es a esos señores y señoras con debilidad en el léxico y que se dejaron influenciar por una película al extremo de reescribir sus adjetivos y verbos con el prefijo “pitufo”. Hace una semana leí que una amiga le escribía a su pareja de toda la vida “Te pitufiamo”. Fue en ese momento que entendí por qué los índices de analfabetismo, de comprensión de lectura y de la bolsa de valores siguen en estado deficitario por estas calles. ¿Cómo no vamos a salir del subdesarrollo si alguien tiene el mal gusto de escribir algo así? Pero no se preocupen algo haremos. Creo que Sergio Markarián, de físico algo agargamelado, parafraseó de alguna manera al viejo hechicero con eso de “los voy a desenmascarar”. Los mismo haré con los que escriban todo con prefijo. Cómo los odio. Los atraparé así sea lo último que haga. Lo último que haga.
¿Te gustaban “Los Pitufos”? ¿Cuál era tu pitufo favorito? ¿Qué capítulo recuerdas con mayor cariño?
LA PALABRA ES DE USTEDES
LOS PARROQUIALES
Primero, subo de nuevo el desfile de imágenes de la presentación del libro nostálgico en la Feria del Libro. Con el bonito video de Capitan Memo cantando en el cierre de la velada.
Segundo: el libro ya está oficialmente en venta en las principales librerías de la capital. En todas las sedes de Crisol, Ibero, El Virrey, Época, etc.Si no están en Lima y desean un ejemplar pueden escribirme por aquí y coordinamos la entrega con la gente de la editorial. El costo es 35 soles con el CD de Capitán Memo (y los éxitos de los dibujos animados nostálgicos).
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UNOS VIDEOS MÁS
El inolvidable intro de “Los Pitufos”. La música es una máquina del tiempo demasiado intensa.
¿Se acuerdan del matrimonio de Papá Pitufo?