Las necesidades del género
En los tiempos pre-pandemia, la política local estaba sumamente polarizada con un tema particular: el de la igualdad de género. Hoy que todas las noticias y artículos de los medios nos inundan con información de los estragos del Covid-19, y nuevamente rencillas políticas, resulta importante no dejar de lado las largas batallas que aún debemos luchar por una sociedad más justa e igualitaria, como la igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres. Si hay algo que el virus ha desnudado, son justamente aquellas desigualdades que tanto nos cuestan superar.
A pesar de haber sido cuestionado por algunos sectores de la sociedad, en el 2019 el Estado peruano a través del Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables promulgó la “Política Nacional de Igualdad de Género”, formalizando dicho objetivo y lo más importante, haciéndolo de obligatorio cumplimiento en todos los niveles de gobierno.
Aunque en algunos aspectos desde la Arquitectura se ha asumido un rol activo en la defensa de los derechos de los ciudadanos, como es el caso de la lucha por más y mejores espacios públicos; en otros lamentablemente se han continuado perpetuando desigualdades. Es tal vez la esfera privada, la que más cuesta cambiar y hacerla partícipe de los cambios sociales del siglo XXI.
Un ejemplo simple de este desfase de esfuerzos es el baño de uso público. En lugares de afluencia pública intensa como restaurantes, locales deportivos, bares discotecas, las filas en los baños de mujeres siempre son largas en comparación con los baños de hombres donde casi nunca hay espera. Incluso en muchos centros comerciales (los denominados “nuevos espacios públicos”), esa desigualdad existe.
Y es que el Reglamento Nacional de Edificaciones (RNE), normativa máxima que rige las construcciones, duplica las opciones para que un hombre realice sus necesidades respecto a las de una mujer. ¿Cómo así? De manera repetida y consistente, en el RNE por cada inodoro que un arquitecto debe considerar en cualquier edificación pública para una mujer, considera un inodoro más un urinario para un hombre. Es decir, el doble de aparatos sanitarios para los hombres que para las mujeres. Si uno toma en consideración que los ambientes con instalaciones sanitarias suelen ser los más costosos en una edificación y tomando en cuenta que a más aparatos sanitarios, mayor área construida, no es difícil concluir que se invierte más en los baños de hombres que en los de mujeres. Una desigualdad en abierta contradicción con la novel política de gobierno y que sería necesario corregir.
Según la publicación “Toilet: Public restrooms and the politics of sharing” (Baño: Tocadores públicos y las políticas del compartir) del 2010, ya desde la década de los 80s en estados como Nueva York en los Estados Unidos, se discutía el “potty parity” (paridad del retrete) en la normativa de construcción que no es más que establecer las mismas oportunidades de excreción en hombres y mujeres en las instalaciones públicas.
Otras publicaciones más recientes, destacan que la paridad es incluso insuficiente pues no toma en consideración aspectos como el tiempo de uso de un inodoro, mayor en las mujeres por un tema fisiológico; o que en muchas sociedades hay aún más probabilidad que los niños menores vayan acompañados de sus madres al baño que con los padres.
La solución tal vez sea imaginarse baños sin género, o género neutro, experimentos que ya se vienen dando en otras latitudes para incorporar a la comunidad LGTBIQ que se siente discriminada al tener que elegir entre opciones que no los representan. Este tipo de propuestas tienen además beneficios a otros miembros de la sociedad como, por ejemplo, padres que llevan a sus hijas menores al baño de hombres; o personas de la tercera edad que no pueden entrar acompañados de sus parejas.
Si bien existen soluciones a estos últimos casos y estos se han implementado ya en muchos países incluido el nuestro (baños separados para discapacitados y baños separados familiares), tal vez sea necesario repensar nuestra manera de usar estas instalaciones públicas. De lo contrario, ante cada nueva demanda de un sector no considerado de la sociedad, la respuesta será añadir una nueva puerta con una nueva etiqueta. ¿Estaremos listos para los baños públicos sin etiquetas?
Finalmente, aún así uno quisiera proponer baños más igualitarios, la normativa te lo impide, con lo cuál el estado entra en abierta contradicción con su propia política. Resulta urgente mejorar el RNE.
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Andrés Solano
Estudio: esteoeste