Cantinflas: 99 años arrancando sonrisas
Dentro de un año, el mexicano hubiese cumplido un siglo de vida, escalando desde los últimos peldaños hasta ser consagrado el mejor cómico latinoamericano. En su recorrido por el mundo visitó el Perú robándose el cariño y la gratitud de todo el pueblo. Como una especie de homenaje rescatamos estas postales y anécdotas por esta tierra, que también la hizo suya.
Con los nervios a flor de piel, Mario Moreno subió al escenario del modesto teatro hecho de lona y tablones. Balbuceó algunas palabras. Se interrumpió una y otra vez. Llegó a todas y a ninguna parte y, sin entender nada, el público lo celebró entre carcajadas y aplausos.
Aquella tarde de 1939, el cómico no logró explicar el inconveniente por el que se cancelaba la función, por el contrario, creó a “Cantinflas”: el personaje más conmovedor y divertido de las pantallas hispanas. Ahí está el detalle y el comienzo de su historia.
Piloteando su propio avión, el 777, el “Bufo de América”, aterrizó en Lima el 13 de mayo de 1964. Era la tercera vez que pisaba tierra peruana. Tres años antes, de manera sorpresiva, llegó y visitó las instalaciones de El Comercio. Cada visita de Cantinflas congregaba a una multitud que en esta ocasión abarrotó el viejo aeropuerto de Limatambo, cerrado al año siguiente de su visita.
El hombre del bigote ralo, pantalones caídos, camisa de felpa y haraposa corbata atada al cuello, había llegado para realizar una presentación en las arenas de la Plaza de Acho, en El Rímac.
Un torero de la risa
Aquel domingo de mayo, Mario hizo delirar al público peruano que gozó con cada baile que el mexicano hacía con el becerro. Abrió su presentación con un tango, le siguió “La flor de la canela” y terminó bailando una marinera.
En los 25 minutos que duró la fiesta, Cantinflas demostró que en el toreo cómico, nadie lo superaría. Con un abrazo simbólico finalizó la faena, y en agradecimiento al respetable dijo estar muy contento con el ambiente tan cariñoso. “Me voy con el recuerdo de este pueblo tan lleno de valores en todo campo y espero volver muy pronto”, exclamó el cómico mexicano.
Esa visita quedó en la memoria de todos los peruanos debido al gran altruismo del artista. Cantinflas fue uno de los primeros en colaborar con la colecta `La marcha de los reales’ que, por ese entonces, se promovía para ayudar a la Cruz Blanca, la cual realizaba obras sociales con niños de las nuevas barriadas. Ese año dicha institución llevó a 10 mil niños de escasos recursos a tomar el sol en las playas de Ancón.
Decir sin decir nada
Ya no era el “pelado” del barrio de Santa María, pero continuaba bailando de esa forma tan estrafalaria y jocosa, con ese movimiento de cadera, que lo hizo sentir como pez en el agua, durante sus inicios, y que le permitió disfrutar de cada aplauso hasta sentirse embriagado, como alguna vez lo confesó.
Pero fueron sus frases sin sentido, ese arte de decir muchas cosas sin decir nunca nada y provocar risa con ello, lo que le hizo único y el mejor del mundo, como lo dijo el mismo Charles Chaplin.
“Los momentos pasan y los minutos también, y luego hasta los segundos. Luego, de segundo en segundo, agarra uno el segundo aire. Y tú tan chula que eres. Y uno tan enamorado”, exclamaba Cantinflas cuando llegaba tarde a una cita con su novia.
Hijo “gringo” en Lima
Tal vez con estas mismas “cantinfladas” encontró el amor en 1937 al lado de Valentina Ivanova, hija del empresario de la carpa de Veracruz. Se casaron y adoptaron al que sería su único hijo, Mario Arturo Moreno Ivanova. Con el pequeño, llegó a Lima en junio de 1966. Aquella vez no venía para asistir a programas de televisión, ni coliseos, ni teatros; quería conocer algo más, como él mismo dijo: “Estoy enamorado de lo vuestro”.
El pequeño rubio de cinco años no se despegaba de su padre, se reía y respondía a los periodistas, hasta cuando uno de ellos preguntó a Cantinflas: “¿Su hijo es gringo?”, a lo que rápidamente refutó: “¡No, es mexicano hasta las cachas!”. El orgulloso padre mostró Lima a su pequeño desde el ómnibus del hotel, algo que sorprendió a más de uno. Sin embargo, la estadía duró poco, al día siguiente, luego de ir a la boda de la hija de uno de sus mejores amigos, regresó a su tierra natal.
En total, llegó a filmar 69 películas. Con los años, la figura del “pelado de barrio” bohemio y vagabundo que se hizo famoso en la película “Ahí está el detalle”, cedió paso a otros personajes más moralistas: “El profe”, “El señor doctor” o “El padrecito”, que la crítica no recibió muy bien. Pero eso a él no le importaba como bien decía: “Todas mis películas tienen un mensaje, una enseñanza, para el hombre de pueblo”.
A 99 años de su nacimiento, se recuerda que el 12 de agosto de 1911, en plena revolución mexicana, el barrio de Santa María tuvo un nuevo integrante que hizo llorar y reír a miles a punta de esfuerzo y natural picardía. El 20 de abril de 1993 un cáncer pulmonar solo cerró sus ojos grandes y curiosos, pues su imagen seguirá viva en nuestras memorias para siempre.
(María Fernández)
Fotos: Archivo Histórico El Comercio