Stalin, el terrible
Si hubo un personaje del siglo XX cuyo nombre fue sinónimo de terror ese fue José Stalin: dictador, deidad, tirano, líder, y finalmente un humano ambicioso de poder, extasiado por dominar al país más extenso del mundo. Durante tres décadas (1922-1953) eliminó a sus enemigos políticos e implantó una economía centralizada. Terrenal como todos, la muerte se lo llevó el 5 de marzo de 1953, hace 60 años.
Josef Vissarionovich Dzhugashvili nació el 18 de diciembre de 1879 en Georgia, de padre zapatero y madre lavandera. En 1894 ingresó al Seminario de Tbilisi y en 1905 participa en la insurrección armada, donde conoce a Lenin. En marzo de 1910 es detenido por la policía zarista. Con el rostro marcado por la viruela, el brazo izquierdo más corto y dos dedos del pie izquierdo pegados, se había convertido en enemigo de la monarquía rusa. Por eso en 1913 es desterrado a Siberia.
Cuando las sombras de la muerte lo asechaban, Lenin mencionó a sus seis posibles sucesores. El último en la lista era Stalin, quien luego ordenaría eliminar a los otros cinco. Así, en 1924 asumió el poder total.
El 1 de diciembre de 1934 Sergej Kirov, considerado su “delfín”, moría acribillado a balazos. De esa brutal manera se iniciaron las purgas del “zar rojo”, que en los llamados “procesos de Moscú”, pusieron fuera de camino a sus adversarios políticos.
Pero había un último obstáculo. Se trataba de León Trotski, a quien expulsó de territorio soviético, para luego ordenar su asesinato en México. Trotski pasó a mejor vida el 21 de agosto de 1940.
Además de paranoico y desconfiado, el dictador ruso también era sagaz y calculador. No tuvo reparos en estrechar la mano de Alemania en un pacto de no agresión con la nación que representaba al peor enemigo del comunismo.
El acuerdo fue firmado en Moscú el 23 de agosto de 1939. Tres semanas después los ejércitos rusos ocuparon la mitad oriental de Polonia, luego que los nazis habían tomado el lado occidental. Se cumplió así una de las cláusulas secretas del tratado.
La guerra fue el escenario propicio para que las “cualidades” del líder georgiano salieran a flote. Los datos históricos confirman que era un tipo glacial e impasible. Un relato extraído del libro de Rodric Braithwaite nos lo pinta de cuerpo entero: En diciembre de 1941 las fuerzas alemanas amenazaban Moscú. En el interín un desesperado general ruso llama a Stalin para una solicitud de emergencia.
En la imagen Stalin con su hija.
Stepanov, el general, solicita permiso para trasladar el cuartel principal del oeste de Moscú al este. Luego de un incómodo silencio Stalin pregunta a Stepanov si tenían palas. El general repregunta: ¿Qué tipo de palas? Da igual, contesta el dictador. Sí hay palas camarada Stalin ¿Qué hacemos con ellas? Dígale a sus camaradas que cojan las palas y vayan cavando sus tumbas porque nadie se mueve de allí.
Durante el conflicto acaparó todo el poder que le fue posible: Jefe de las fuerzas armadas rusas, secretario general del Partido Comunista, presidente del Consejo de los Comisarios del Pueblo y comisario popular de Defensa.
Fumaba pipa y no gustaba viajar, pero era un gran aficionado a la lectura. Tras la guerra padeció de angina e hipertensión. Era un hombre solitario, que solía contarle anécdotas a sus guardias. Se casó dos veces, primero con Ekaterina Svanidze y después con Nadezhda Alliluieva, su secretaria, quien se suicidó. Aunque también existió la versión que fue asesinada.
En la imagen con Winston Churchill y Franklin D. Roosevelt
Fue un asiduo participante de pequeñas reuniones en las que rara vez había mujeres. Jakob Berman, un veterano comunista polaco, relató que había tenido que bailar con el canciller Molotov mientras Stalin accionaba el gramófono, cuenta Walter Laqueur en su libro “Stalin, la estrategia del terror”.
El 28 de julio de 1942, después que los alemanes tomaran Rostov y se dirigieran a Stalingrado, Stalin promulgó la famosa orden 227, conocida como “Ni un paso atrás”. Cualquiera que se retirara sin órdenes expresas o se rindiera sería tratado como “traidor a la Patria”.
En 1945, después que los estadounidenses tomaron el puente de Remagen sobre el río Rin, temió que llegaran antes a Berlín. Entonces ordenó a Koniev girar rumbo a la capital de Alemania, hacia donde ya se dirigía Zhukov. Su intención era crear una competencia entre ambos generales rusos que consiguiera adelantar la llegada de los soviéticos sobre los aliados.
La historia no lo define como un sujeto paternal, pero tuvo tres hijos. El mayor se llamó Jakob, quien fue capturado por los alemanes durante la guerra. Descubierta su identidad los nazis propusieron canjearlo por el mariscal Friedrich von Paulus, derrotado en Stalingrado. Pero la respuesta de Stalin fue imperturbable: no cambiaremos un mariscal de campo por un teniente. Jakob murió acribillado en un campo de concentración en 1943.
Luego de la victoria en Stalingrado se reunió en Teherán con Winston Churchill y Franklin D. Roosevelt. Durante un brindis dijo entre cáustico y despiadado: “Propongo un brindis por el modo más rápido de justicia para todos los criminales de guerra de Alemania. Brindo por nuestra unidad para despacharlos tan pronto los cojamos”, detalla Antony Beevor en su libro “Stalingrado”.
Ya en su lecho de muerte, según cuenta su hija Svetlana Alliluyeva, a pocos instantes de expirar, por un derrame cerebral agudo, el tirano “elevó el brazo izquierdo en gesto amenazante, pero ya no podía decir una sola palabra. El brazo cayó y dejó de respirar”.
(Miguel García Medina)
Foto: Archivo Histórico El Comercio