Abordamos
Yo vivo en tu futuro. El reloj de mi nave espacial Oriente X-Press marca la medianoche del 31 de diciembre. Un segundo después debuta el 2009. En Lima aún es la víspera, el año no ha terminado. En realidad, aquí en Beijing tampoco. Acabará recién el 25 de enero cuando al día siguiente se inicie el “Año del Buey” y empiece la tradicional “Fiesta de la Primavera”, contradicción del gélido frío invernal.
Rastreo en mi panel de control la coordenada espacio-tiempo. Todo es relativo: Vivo en Planeta China.China ejerce una atracción magnética. Muchos vuelan hasta aquí con el propósito de conocerla y descubrirla, pero cuando aterrizan, la China que esperaban encontrar ya no está, se ha marchado. Otros la miran desde lejos y sin haber llegado jamás a pisar tierra firme, la califican como lugar inhóspito para cualquier ser humano.
Anoto que nos equivocamos. China no es país sino un planeta que cambia a una velocidad meteórica. Algunos de los que han sobrevivido aquí muchos años, la describen como una entelequia, la cual no admite una sola definición porque vive en constante mutación. Malinterpretarla es casi un hobby.
“¿Y ya te acostumbraste?” Es la primera pregunta que me hace un terrícola cuando se entera que vivo en China. Hasta el día de hoy no sé cómo responder con precisión. Más que un proceso de adaptación es como tener otra vida en otro mundo. Algo parecido a volver a nacer pero con la conciencia de estar experimentando el doloroso proceso de crecimiento.
El adulto que llega por primera vez a China queda despojado instantáneamente de la capacidad de valerse por sí mismo. Cuando empieza a balbucear las primeras palabras en mandarín (generalmente ininteligibles para los chinos), está en camino a recuperar sus facultades. Mientras tanto, tendrá que depender de sus amigos o afinar el don de la adivinación.
Dominar la lengua abre la puerta grande de China, caso contrario, siempre quedan las ventanas. Pero la verdadera gran muralla es la impenetrable cultura. Un código binario (Zhong-guo) que para descifrarlo se requiere paciencia, esfuerzo y mucha humildad. El primer paso es deshacerse de las maletas de prejuicios y después, entrenar la tolerancia para medalla olímpica.
Los extranjeros que viven en China (o incluso los que pasan por aquí) corren el riesgo de sufrir dos peligrosos síndromes, a veces, uno después de otro. “La fiebre amarilla” los lleva a delirar sobre los éxitos de un régimen que basa su poder en el autoritarismo. “El Pequinazo”, más grave que el anterior, es un estallido de agresividad o depresión al no poder entender los códigos culturales y sentirse aislado.
Registro un caso conocido. El presidente Alan García sufre del primer trastorno y ya ha manifestado síntomas tan graves como “alucinar que está dando un discurso en mandarín” y “besar al mandatario chino”. Aunque también podría estar afectado por el segundo síndrome si a los chinos se les ocurre no invertir en el Perú. Por ahora solo queda esperar que pasen los efectos.
Más que un blog “Planeta China” es mi bitácora de navegación. Una suerte de libreta de anotaciones con textos, fotos, videos y demás experimentos. La nave espacial tripulada “Oriente X-Press” da la bienvenida a todos los que estén dispuestos a viajar rumbo a Planeta China y acepten el código de honor basado en el respeto mutuo. No confundir con el Arca de Noé. Al primer intruso que no respete las reglas, presiono el botón de su asiento de propulsión y se va al espacio sideral sin traje espacial.
La misión: Juntar las piezas del rompecabezas que nos permitan tener una visión más panorámica de China. Quizás hasta descubramos el antídoto que salvará a nuestro presidente.