Morir en las alturas
Abandoné Jiegu cuando empezó a caer la primera nevada. Ya había visto lo suficiente y los víveres se estaban esfumando. El chofer y el intérprete me preguntaban cuándo nos iríamos. Los monjes me preguntaban por las últimas declaraciones del Dalai Lama. Los pobladores me preguntaban si era cierto que el gobierno convertiría a Jiegu en una zona turística. Conté las pastillas en el frasco de la etiqueta “contra el mal de altura”. Y entonces, nos despedimos.
Una semana después del sismo, las autoridades ya tenían otra vez casi todo bajo control. La respuesta del gobierno fue efectiva e incluso mucho más rápida que lo sucedido durante el terremoto de Sichuan, en mayo del 2008. China aprende rápidamente de sus propios errores y no los repite.
Puedes leer AQUÍ sobre el caso de las escuelas, y AQUÍ sobre la etapa de reconstrucción.
Pero además de la consabida propaganda política que suele resaltar el rol del Ejército Popular de Liberación (EPL) “que actúa bajo las directrices del Partido y el Consejo de Estado”, las imágenes de televisión han mostrado por primera vez la otra cara de los tibetanos. Quizás la más real.
Jiegu, es un pueblo donde el 97% de pobladores son de la etnia tibetana y practican la religión budista. Si bien el Tíbet es la región que concentra el mayor número de pobladores de esta etnia, otras provincias vecinas como Qinghai, también tienen prefecturas tibetanas. Es el caso de Jiegu que forma parte de la prefectura tibetana de Yushu considerada una de las puertas de ingreso al Himalaya.
El común de los Han, la etnia mayoritaria en China, tiene una imagen bastante distorsionada de los tibetanos. Esto se debe a los medios estatales de comunicación que para validar la acción del gobierno en el Tíbet, no han dejado de mostrar “el antes y el después”.
El pasado pertenece a la época de los Lamas cuando “el pueblo tibetano estaba sumido en la esclavitud”. El presente se inicia con “la liberación de la etnia tibetana”, es decir, cuando el EPL tomó el control de la zona y “empezó a prosperar su economía”. Esta es la versión oficial que se difunde en China, la cual sin ser completamente falsa es apenas una caricatura de la realidad.
Con razón, la mayoría de los Han se pregunta ¿por qué los tibetanos son tan poco agradecidos?
El terremoto ha traído algunas respuestas. Muchos Han se sorprendieron al ver en la televisión imágenes de un lugar tan pobre y olvidado debido a su lejanía y quizás también a su religión. Jiegu no es solo un poblado devoto sino que además guarda fidelidad al Dalai Lama aunque respeta a las autoridades locales.
Antes del terremoto era difícil para los Han “ver” a los tibetanos reales. “En la televisión, siempre aparecen todo el tiempo bailando, estrechando las manos de los líderes, celebrando, o como revoltosos. Esta es una oportunidad para comprender que los tibetanos viven y sufren como nosotros”, escribe Yang Hengjun, blogger de la etnia Han que aborda temas sociales.
El terremoto también ha dejado muchas lecciones. Puede ayudar a los Han a conocer y entender un poco más a los tibetanos. Para los tibetanos, la pronta respuesta de todo el país, donde la mayoría es Han, ha sido una prueba de solidaridad y hermandad. El camino es muy largo todavía pero se acorta si ambos extremos avanzan hacia el encuentro.
Y largo también fue mi viaje de regreso. Si la ida me tomó casi 15 horas, en la vuelta me demoré lo mismo que cuando viajo a Perú, algo así como 24 horas. Sucede que al atravesar la meseta tibetana, la primera nevada cerró varios caminos y quedamos atrapados a 4 mil y tantos metros de altura durante seis horas o más.
Lo supe porque las pastillas dejaron de hacer efecto y empecé nuevamente a vomitar mientras sentía que una inmensa roca sobre mi cabeza me hundía contra el piso. A través de la ventana del auto veía cómo la nieve había cubierto los verdes pastos. El chofer me decía que pronto limpiarían los caminos. El intérprete -algo nervioso- no me dejaba dormir.
A pesar del malestar, nunca me había sentido más cerca del cielo. La interminable fila india de autos parecía una serpiente sobre una sábana blanca. ¿Estaría delirando? Recordé al Principito y su boa. Todos veían un sombrero pero solo el Principito sabía que allí dentro, había un elefante.
Fue entonces que los autos empezaron a moverse. A medida que descendíamos, volvía el aire a mis pulmones, y lentamente empezaba a despertar, afortunadamente, aún en este mundo. Como el Principito, después de la travesía en las alturas, volvía a mi planeta. A Planeta China.