Anécdotas
Me preguntan en el correo por alguna anécdota literaria mía. Bueno, hay varias, pero la más bochornosa fue aquella en la que, sin saber que era su hijo, le decía a un joven de las carencias de un escritor. Nadie en aquella reunión me lo presentó como tal. El retoño del artista reía y hasta opinaba en mi favor. “Correa”, llaman a veces a la cortesía.
Pero si de anécdotas se trata mejor es la que Alfredo Bryce Echenique cuenta. Un día, una señora amiga de su madre le rogó que por favor le pidiera a un profesor de la Universidad de San Marcos que le enseñara a escribir cuentos y novelas. Y con temor reverencial al profesor, se acercó y le dijo: “Dr. Zavaleta -era Carlos Eduardo Zavaleta-, por favor, hay una amiga de mi mamá que tiene mucha plata, que paga muy bien porque le enseñen a escribir cuentos. Tiene unos sesenta años y se aburre un poco”. Entonces el doctor Zavaleta se rió a carcajadas de Bryce y lo mandó literalmente al diablo… Después de eso resulta que la señora consiguió que Ciro Alegría le diera clases de escribir cuentos y novelas; y después de eso, la cerveza Cristal organizó el Festival Cristal del Cuento Peruano. El primer premio: la amiga de la mamá de Bryce. Segundo premio: el Dr. Zavaleta”.
Si hay una anécdota que es irónica es la de Abraham Valdelomar cuando conoció a César Vallejo. Sin restarle mérito al primero, el segundo lo supera hoy en alcances y es nuestro poeta universal. En 1918, sin embargo, Vallejo era un aspirante desconocido, mientras Valdelomar ya tenía fama y se paseaba como un pavo real. Ambos fueron presentados por un amigo en común en aquel temprano año. Al termino de dicha reunión, Valdelomar, con ceremonia, despidió a Vallejo con estas palabras:”Ahora usted puede ir a su pueblo y decir con orgullo que ha estrechado la mano de Abraham Valdelomar”. El destino suele ser mordaz con las palabras.