La subcrítica
Sebastián era un buen amigo del taller, siempre dado a buscar lo rico o rescatable de nuestros manuscritos porque para él el talento es una sumatoria de inspiración, experiencia y autoconfianza. Me habló del efecto Pigmalión. En un experimento, al barrendero de una gran oficina le hicieron creer sin verdad que era un genio. Aquella nueva fe lo impulsó hasta la estratosfera. Llegó a ser ejecutivo de la empresa por sus nuevas dotes y sus iniciativas.
No es broma, como en la obra de Shaw, todo se puede transformar a golpe de fe, comenzando por uno mismo. Desde entonces me he guiado por desentrañar el potencial de quien corresponda. En la literatura hay siempre potenciales talentos, que pueden tocar el subsuelo o el cielo según la maledicencia o la sabiduría de la crítica.
Según Sebastián todos éramos Gabo o podíamos llegar a serlo con algún esfuerzo. Todos reímos de mala fe, lo admito; pero algo de cierto había en aquellas frases. Para él, un lector, un crítico o un colega de las lides literarias puede afirmarse a sí mismo, prenderse, apagando la luz de su compañero de ruta. Esto ocurre en las redes sociales, tan peligrosas ellas cuando son distorsionadas por el sesgo.
Aquella tarde revisamos su cuenta de Facebook y descubrimos que un escritor era apaleado por un libro de cuentos. Los críticos fieros hacían uso de sus saberes y le añadían el filo. Punto. Pero los comentaristas (anónimos en su mayoría) intervenían sin mayor recato para sumarse al coliseo con los dedos abajo. Logramos, mediando un plan, un encuentro con dos comentaristas no anónimos, pero bastante severos. Ambos injuriaban y aportaban su opinión sobre el libro, pero muy a la mala: “Sí es una basura de libro”, “Debería aprender a escribir”, eran solo dos de los muchos comentarios que resaltaban por su maldad.
Descubrimos que A y B (comentaristas) no habían leído el libro y que carecían de una elemental cultura literaria. Casi al nivel del Coquito, reparamos que sus aportes eran solo pedradas de la manada, cobardía en 400 o 500 caracteres. Los anónimos añadían la infamia de una careta.
Según mi buen amigo, por tal razón, producir intelectualmente tiene un costo. Las subjetividades, la maldad, la envidia, el ego, la mala entraña, pueden abonar para destruir una obra y a su autor. La evolución no niega la crítica, pero esta, como en la falsación popperiana, debe ser honesta.
La buena crítica se esmera en el perfeccionamiento de la obra, no en la destrucción moral de su autor. Sebastián sostiene que esa es la razón por la que sus cuentos aguardan mejores tiempos. Yo le digo que espera en vano. Mejor saltar al abismo que morir a diario.